La Vida Consagrada

La Vida Consagrada (1 Samuel 3)

Al considerar los hechos registrados acerca de los años tempranos de la vida de Samuel, parecen sugerir la experiencia de un alma que ha nacido de Dios, y que se ha consagrado totalmente a Él. Le vemos:

I. Pedido al Señor (1S.1:20). Ana consideraba a Samuel como dado por Dios en respuesta a muchas lágrimas y mucha amargura de alma (1S.3:10), después de haberse visto escarnecida y mal entendida por aquel que debiera haber simpatizado con ella e intercedido (1S.3:14). ¡Cuánto le debemos nosotros a Cristo, a Sus lágrimas y oraciones, y amargura de alma, por nuestra vida de lo alto! ¡Cuán poco pensamos en que hemos sido dados a Cristo por el Padre en respuesta a Sus oraciones! «Nacidos de arriba» es cosa cierta de cada hijo de Dios. Tenemos que creer que somos los «dados» por Dios. Uno de aquellos de los que Cristo dice «Todo lo que el Padre me da». Nuestra ciudadanía asegurada.

II. Consagrados al Señor (1S.1:28). Él es ahora dado de vuelta al Señor, para que le pertenezca a Él «todos los días que viva». Lo que verdaderamente es de Dios no debería serle retenido. «Vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí». Esta vida, entonces, debería ser devuelta a Dios «todos los días de su vida». No retengas parte del precio. La conducta de Ana con su primer y amadísimo hijo podría parecer dura para los de mentalidad carnal, pero ella podía decir: «Mi corazón se regocija» (1S.2:1). Los que lo rinden todo a Dios pueden siempre regocijarse. Cada hijo de Dios debería ser totalmente de Dios. Si nosotros somos los regalos del Padre a Su Hijo Jesucristo, ¿para qué propósito es?

III. Ministrando delante del Señor (1S.2:18). Él era sólo un servidor joven (siendo que era un niño). Era poco lo que podía hacer. Era poco lo que sabía, porque el Señor todavía no se le había revelado a él (1S.3:7). Pero aunque era débil e ignorante, esto no le impedía hacer lo que podía. Creía, aunque comprendía poco. Jeremías dijo: «¡Ah! ¡ah, Señor Jehová! He aquí, no se hablar, porque soy un muchacho» (Jer.1:6). Dios quiere que seamos niños primero, antes que seamos hombres en el servicio (un espíritu de niño). Pero el niño bien dispuesto se transformará en el hombre sabio. Es en nuestra debilidad que debemos acudir. Él da poder a los débiles.

IV. Esperando en el Señor (1S.3:10). El Señor había hablado dos veces a Samuel, y acudió corriendo a Elí. Él no es el único que ha ido corriendo al hombre al oír la voz del Señor. Pablo dice: «No consulté en seguida con carne y sangre». Para conocer Su voluntad, debemos esperar en Él con oídos abiertos. Habla, Señor, porque tu siervo oye. Es un buen punto el que se gana cuando estamos dispuestos a conocer cuál es la voluntad del Señor, pero esperar es la buena disposición puesta en práctica. ¡Qué natural es para nosotros acudir aquí y allá y servir a los hombres, pero cuán diferente callar ante el Señor!

V. Enseñando por el Señor (1S.3:11-14). Mientras esperaba, Samuel aprendió cuál era la voluntad del Señor. Los que reciben enseñanza en las cosas profundas de Dios son los que esperan mucho en Dios. No estar dispuestos a esperar es no estar dispuestos a ser enseñados, sino a hacer nuestra propia voluntad. Cuando Dios enseña, retiñirán los oídos de los que oyen las nuevas. La palabra del Señor no será en vano. La predicación de Pablo fue «con demostración del Espíritu, y con poder». Los divinamente comisionados serán divinamente enseñados. La Biblia es un libro árido para los que no esperan.

VI. Testificando por el Señor (1S.3:18). Aunque al principio temió (1S.3:15) decirle la verdad a Elí, sin embargo después se lo manifestó todo, sin encubrirle nada. ¿Hubiera podido ser él un siervo fiel, reteniendo parte de la verdad? Muchos oidores del Evangelio podrían quejarse con verdad que no se les ha dicho la mitad. Los predicadores o bien carecen de visión (1S.3:15), o bien temen mostrarla. ¿Cómo puede ser testigo uno que no ha tenido visión? Es como un siervo sin trabajo; puede ocuparse en esto o en aquello, pero no tendrá recompensa por su labor. Los fieles conocerán el consejo de Dios, y lo expondrán íntegramente (Hch.4:20).

VII. Caminando con el Señor (1S.3:19). «Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras». Si somos fieles al Dios, Él se mostrará fiel con nosotros. Él mora «con el de espíritu contrito y humilde» (Is.57:15). No podemos escalar las alturas de una comunión permanente con Dios. No se trata del resultado de nuestros esfuerzos, sino del manar de una gran gracia a las profundidades del espíritu quebrantado. Así como las aguas permanecen en lo profundo, así Dios morará con los humildes.

VIII. Reconocido como del Señor. (1S.3:20). «Y todo Israel... conoció que Samuel era fiel profeta de Jehová». ¿Cómo lo supieron? Sólo porque exponía la verdad de Dios. Y Dios estaba con él. El que vive en la presencia de Dios será reconocido como perteneciente a Dios. «Les reconocían que habían estado con Jesús» (Hch.4:13), cuando vieron el poder y el denuedo (véase margen, y (1S.3:20). La fidelidad a Dios es lo que todos esperan de un siervo de dios. Si el mundo no ve esto, la conclusión tiene que ser o bien que somos hipócritas, o bien que no hay Dios.

IX. Privilegiado por la Palabra del Señor (1S.3:21). «Jehová manifestaba en Silo su palabra a Samuel». La Palabra es el instrumento mediante el que debemos conocerle a Él. Es el teléfono del cristiano, y nuestro oído debe estar atento a Su Palabra si queremos conocer Su mente y voluntad. No podemos conocerle aparte de esto. Si cerramos Su Palabra, cerramos el medio estatuido de comunicación entre nuestras almas y Dios. «He aquí que han rechazado la palabra de Jehová; ¿y qué sabiduría tienen?» (Jer.8:8-9).


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