El Llamamiento de Dios (1 Samuel 3)
«Con frecuencia en mi corazón resuenan Otras más voces que la tuya; Muchos desganados ecos que surgen De los muros de tu santuario. Que tus anhelados acentos se oigan: Habla MAESTRO, y silencia todo lo demás». F. R. HAVERGAL
«La palabra de Jehová escaseaba en aquellos tiempos; no había visión con frecuencia». ¿Por qué? Los cielos espirituales estaban cerrados debido a la incredulidad e injusticia del profeso pueblo de Dios (1S.2:12-17). En estos días de degeneración Dios toma al niño Samuel y lo pone en medio, para que de boca de este bebé pueda afirmar su fortaleza (Sal.8:2). Dios ha escogido lo débil del mundo para avergonzar a lo fuerte (1Co.1:27). Samuel fue «prestado a Jehová» (cf. 1S.1:28, V.M.). Ahora el Señor toma este niño a él prestado para hablar por medio de él a todo Israel. Aquí podemos aprender:
I. Que el llamamiento de Dios puede venir muy temprano en la vida. Samuel debe haber sido muy niño cuando el Señor le habló, quizá de seis años. No es maravilloso que el Omnipotente, el «Anciano de Días», pueda dar a conocer Su voluntad a un niño? «Me hallan los que madrugan para buscarme» (Pr.8:17). «El Alto y Sublime, el que habita la eternidad» mora con el de espíritu contrito y humilde (Is.57:15).
II. Que el llamamiento de Dios puede llegar aunque podamos no haber tenido una experiencia personal de Dios. «Y Samuel no había conocido aún a Jehová» (1S.3:7). Creía en Él, pero hasta ahora no había tenido tratos personales con Él. La existencia de Dios le era conocida, pero la Palabra de Jehová no le había sido revelada. Él adoraba fervorosamente al Señor según la fe tradicional (1S.1:28), pero hasta entonces no había recibido ningún mensaje definido de parte de Él. ¡Qué diferencia es para la vida religiosa de uno cuando Su Palabra ha sido oída, y Su voluntad acerca de nosotros como individuos ha sido claramente revelada! Esta es la vida eterna, conocerle a Él y a Jesucristo a quien Él ha enviado! Los que honradamente buscan como Samuel, de cierto encontrarán.
III. Que el llamamiento de Dios viene en el momento oportuno. «Antes que la lámpara de Dios fuera apagada» (1S.3:3). Hay algo deprimente en la idea misma de apagar la lámpara de Dios. ¿Acaso no había Él mandado de manera expresa que la luz del santo candelero debía arder continuamente? (Lv.24:2). ¿No revela esto la condición caída del sacerdocio, que se dejara apagar la lámpara de Dios? Tenemos una sugerencia de la gracia vigilante de Dios que habló con Samuel antes que la sagrada luz se hubiera desvanecido en las tinieblas de medianoche. ¿Cómo le va a la lámpara de Dios en nuestros propios corazones? ¿Está muriendo nuestro testimonio por falta de aceite renovado?
IV. Que el llamamiento de Dios puede venir de una manera muy natural. «Jehová llamó a Samuel; y él respondió... y corriendo a Elí, dijo: Heme aquí; ¿para qué me llamaste? (1S.3:4; 1S.3:5). La voz era tan humana que pensó que era la voz de Elí. Tengamos cuidado de que aquellos llamamientos o reprensiones que nos vengan en formas familiares no sean la misma voz de Dios para nuestras almas. El Señor tenía un propósito al hablar a Samuel como lo hacía. Quería que Elí, el sacerdote, supiera de labios del niño que el Señor había hablado. La obediencia instantánea de Samuel al llamamiento revela la disposición de su espíritu.
V. Que el llamamiento de Dios demanda una respuesta a Dios. «Habla, porque tu siervo oye» (1S.3:10). Elí no podía dar a Samuel respuesta alguna al llamamiento de Dios los llamados por Él tienen que responderle por sí mismos. Así es en la cuestión de la salvación. Cada uno de los que se han apartado de Dios deben volver a Él, y con oído atento oír lo que Dios el Señor quiera decir. Así es en la cuestión de la consagración y del servicio. Nadie puede hacer esto por nosotros. Debemos presentarnos a nosotros mismos a Dios (Ro.6:13). Es con Él con quien tenemos que ver. El Dios poderoso, el Señor, ha hablado.
VI. Que el llamamiento puede involucrar un testimonio penoso. «Y Samuel temía descubrir la visión a Elí». Era un mensaje solemne y humillante el que había recibido para Elí. Él y su casa iban a ser echados a un lado como indignos del sacerdocio. Pero la verdad tenía que ser comunicada, y sea dicho para crédito del viejo y débil sacerdote, estaba dispuesto a oír todo lo que Dios había dicho, y a plegarse a Su voluntad (1S.3:17; 1S.3:18). Hay muchos que dicen: «Profetízanos cosas suaves», y que se sentirían duramente ofendidos si se les manifestara claramente todo el consejo de Dios. Pero el Señor cumplirá todos Sus propósitos, sea que los hombres lo acepten o no. Cuando el erudito y respetado Elí resulte infiel, el Señor hablará a algún niño consagrado, y hará de él un predicador de justicia.
VII. Que el llamamiento de Dios asegura la comunión y la victoria. «Y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras» (1S.3:19). Él nunca nos manda a la guerra a nuestras propias expensas. Cuando la Palabra de Dios es traída a nuestros corazones por el poder del Espíritu Santo, es para que sea cumplida en nuestra propia experiencia. Su presencia con nosotros, en la predicación de Su Palabra, es la garantía de que Él lo cumplirá. «Si no se cumple lo que dijo, ni acontece, es palabra que Jehová no ha hablado» (Dt.18:22). La palabra no era de Samuel, sino del Señor, por lo que no volverá a Él vacía. El secreto del éxito en la obra del Señor siempre reside en hacer Su voluntad. «Haced lo que él os diga» (Jn.2:5). «Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas».