LA GUERRA DE LOS SIGLOS –
SEGUNDA PARTE: GUERRA EN EL CIELO
Apocalipsis 12:7-12
En su clásico libro The Screwtape Letters [Las cartas del carcelero], C. S. Lewis escribió: «Hay dos errores iguales y opuestos en los que el género humano puede caer con relación a los demonios. Uno es no creer en su existencia. El otro es creer, y sentir un desmedido y enfermizo interés en ellos. Ellos se gozan en cualquiera de los dos errores y ovacionan a un materialista y a un brujo con el mismo placer» . Lo mismo puede decirse del jefe de los demonios, Satanás. Le gusta que las personas tengan un concepto no bíblico de él, ya sea que nieguen su existencia o que lo adoren. El diablo siempre trata de crear confusión con relación a su verdadera naturaleza y a sus verdaderos propósitos.La Biblia deja al descubierto la naturaleza mal intencionada y engañosa de Satanás como «padre de mentira» (Jn. 8:44), advirtiendo que «se disfraza como ángel de luz» (2 Co. 11:14; cp. 2 Co. 11:3) para poder engañar a las personas con mayor facilidad. El apóstol Pablo expresó su interés de que «Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones» (2 Co. 2:11). «Vestíos de toda la armadura de Dios», exhortó el apóstol a los efesios, «para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo» (Ef. 6:11).
Uno de los mitos populares más difundido y permanente con relación a Satanás es el que lo representa (con tridente, cuernos y cola puntiaguda) a cargo del infierno. En realidad, Satanás no está en el infierno; nunca ha estado allí. No será sentenciado al lago de fuego hasta después que Dios aplaste su rebelión final al terminar el milenio (20:7-10). Y cuando entre en el infierno, Satanás no estará encargado de él; será el más bajo de los inquilinos allí, el que padezca el más horrible castigo que jamás haya sufrido ser creado alguno.
Lejos de estar en el infierno, Satanás divide su tiempo entre estar vagando por la tierra «buscando a quien devorar» (1 P. 5:8) y estar en el cielo, donde también dedica su tiempo a su fracasado intento de desbaratar los propósitos, planes y personas de Dios, y de derrotar a Dios mismo. Una de las formas en que trata de hacerlo es acusando constantemente a los creyentes delante del trono de Dios (cp. 12:10). Satanás incesantemente habla delante de Dios de la indignidad de los creyentes, apelando hipócritamente a la justicia de Dios para favorecer sus perversas metas. El inalcanzable objetivo de sus acusaciones es hacer pedazos los lazos irrompibles que unen de manera inseparable a los creyentes y al Señor Jesucristo (Ro. 8:29-39). Sin embargo, no hay posibilidad de que esto ocurra, ya que nadie puede arrebatar a un creyente de las manos de Jesucristo o del Padre (Jn. 10:28-29). Aun así, Satanás trabaja en la tierra para volver a los hijos de Dios contra Él, y en el cielo para volver a Dios contra sus hijos. Pero como muestra Juan, la fe salvadora y la vida eterna son realidades inquebrantables.
Como parte de su guerra contra Dios, Satanás y sus demonios también luchan contra los santos ángeles. Eso no es algo sorprendente, ya que las Escrituras describen al diablo como «el príncipe de la potestad del aire» (Ef. 2:2), y también como el «príncipe de este mundo» (Jn. 12:31; 14:30; 16:11). Su teatro de operación, por lo tanto, incluye tanto los cielos como la tierra, y la guerra de los siglos se libra en todo nivel concebible, moral, ideológico, filosófico, teológico y sobrenatural.
El plan de batalla de Satanás para la fase terrenal de la guerra de los siglos es brutalmente sencillo: eliminar a todos los que sirven a Dios. Si pudiera, los Mataría a todos. Si no, destruiría su fe, si eso fuera posible. Si pudiera librar la tierra de todos los que sirven a Dios, el diablo alcanzaría su meta de unificar todo el mundo bajo su mando. Puede observarse en este punto que semejante realidad ocurrirá cuando los creyentes en la tierra sean arrebatados al cielo (Jn. 14:1-6; 1 Co. 15:51-54; 1 Ts. 4:13-18). El arrebatamiento será seguido de la tribulación, en la que Satanás sí obtiene el control más pleno del planeta que jamás haya tenido (13:4-10). Satanás anhela ser permanentemente lo que es solo temporalmente, el dios de un mundo impío (cp. 2 Co. 4:4), y ser adorado por todos (cp. Mt. 4:9). Para lograr esos objetivos, Satanás desea desesperadamente impedir que el Señor Jesucristo establezca su reino, tanto espiritualmente en el corazón de los hombres, como en su futuro reino en su forma milenaria y eterna.
Sin embargo, los malvados planes de Satanás no tendrán éxito, porque la Biblia revela que ya es un enemigo derrotado. Anunciando su victoria sobre Satanás en la cruz, Jesús dijo en Juan 12:31: «Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera». Pablo escribió a los romanos: «El Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies» (Ro. 16:20; cp. Gn. 3:15), mientras que el escritor de Hebreos dijo que mediante su muerte Jesucristo destruyó «al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo» (He. 2:14). En 1 Juan 4:4 el apóstol Juan declaró: «Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo».
Aunque Satanás fue derrotado en la cruz, todavía no se ha cumplido plenamente su sentencia. Y aunque él comprende su destino como se revela en las Escrituras, Satanás sigue luchando despiadadamente su perdida batalla contra Dios. De este modo, la guerra de los siglos continuará hasta que Satanás sea encarcelado temporalmente en el abismo (20:1-3) y luego permanentemente en el infierno (20:10).
Esa larga y sobrenatural guerra de Satanás contra Dios llega a su culminación en ese profundo pasaje. El toque de la séptima trompeta en 11:15-17 anunciará el triunfo de Cristo sobre Satanás, aunque la batalla final todavía no se va a luchar (cp. 19:11-21). Los efectos del toque de la séptima trompeta se describirán comenzando en el capítulo 15. Los capítulos intermedios, 12-14, recapitulan los acontecimientos de los capítulos 6-11, viéndolos desde la perspectiva de Satanás. Relatan el comienzo de la guerra de los siglos con la rebelión inicial de Satanás contra Dios y describe su batalla culminante durante la tribulación. También son una crónica del ascenso del anticristo al poder y del fracaso final de los esfuerzos de Satanás.
Después de presentar a los que combaten en 12:1-6, Juan describe la primera fase del ataque final de Satanás contra Dios antes de la venida de Cristo. Los versículos 7-12, que describen la guerra en el cielo, pueden dividirse en tres secciones: la batalla, la victoria y la celebración.
LA BATALLA
Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. (12:7-8)
Ha habido batalla en el cielo desde la caída de Satanás (Is. 14:12-14; Ez. 28:11¬18). Aunque en la actualidad él tiene todavía acceso a la presencia de Dios en el cielo (v. 10; cp. Job 1, 2), el dominio de Satanás es la tierra y el aire alrededor de la tierra. Por eso la Biblia lo describe cromo el «dios de este siglo» (2 Co. 4:4) y el «príncipe de la potestad del aire» (Ef. 2:2) y a sus demonios como «huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (Ef. 6:12).
Satanás (junto a los ángeles malvados) se ha opuesto activamente a los ángeles santos y al pueblo de Dios desde su caída. En el Antiguo Testamento, los demonios trataron de impedir el ministerio de los santos ángeles a Israel (cp. Dn. 10:12-13). En la época actual, Satanás, «como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar» (1 P. 5:8), oponiéndose a la difusión del evangelio (Mt. 13:19, 37-39; Hch. 13:10), oprimiendo a personas (Lc. 13:10-16; Hch. 10:38), y utilizando el pecado para desestabilizar y contaminar la iglesia (Hch. 5:1-11). Los creyentes deben estar alertas ante sus artimañas (2 Co. 2:11), no darle oportunidad (Ef. 9-:27), y resistirle (Stg. 4:7).
La guerra entre los seres sobrenaturales en la esfera celeste alcanzará su punto culminante durante la tribulación. Ese futuro conflicto hallará a Miguel y sus ángeles [luchando] contra el dragón. La construcción gramatical de esa frase en el texto griego indica que Satanás (el dragón) comenzará esa batalla. Pudiera traducirse «Miguel y sus ángeles tuvieron que luchar contra el dragón». La Biblia no revela cómo pelean los ángeles, tampoco nuestro limitado conocimiento del reino celestial nos permite especular. Henry Morris escribió:
Las arenas y las tácticas que se usarán en esa guerra celestial es algo más allá de nuestra comprensión. A los ángeles no se les puede herir o matar con arenas terrenales, y las fuerzas físicas corno las que conocemos no pueden mover a los seres espirituales. Pero esos seres sí operan en el universo físico, por lo tanto debe de haber poderosas energías físico¬ espirituales de las que solo podemos tener vagas imitaciones, energías que pueden impulsar los cuerpos angelicales a velocidades superiores a la de la luz por el espacio y que pueden mover montañas y cambiar las órbitas de los planetas. Es con tales energías y poderes que se librará esa batalla celestial, y los espectadores en el cielo (entre ellos Juan) mirarán con sobrecogimiento. Cuando Miguel finalmente se imponga, y Satanás sea expulsado para siempre de los cielos, un tremendo grito de acción de gracias resonará por todos los cielos. (The Revelation Record [El registro de Apocalipsis] [Wheaton, 111: Tyndale, 1983,], 224)
La pregunta clave para la interpretación no es cómo se librará la batalla, sino qué la provocará. Aunque es imposible ser dogmático, esa batalla final se desencadenará con el arrebatamiento de la Iglesia. Al describir ese acontecimiento, el apóstol Pablo escribió: «Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor» (1 Ts. 4:16-17). Es posible que, cuando los creyentes arrebatados pasen por su reino, el príncipe de la potestad del aire y sus huestes demoniacas tratarán de estorbarles el paso. Eso pudiera desencadenar la batalla con Miguel y sus santos ángeles.
Miguel y el dragón (Satanás) se han conocido desde que fueron creados, y la batalla durante la tribulación no será la primera vez que se enfrenten entre sí. A Miguel siempre se le ve en la Biblia como el defensor del pueblo de Dios contra la destrucción satánica. En Daniel capítulo 10 el inspirado profeta da un ejemplo en el Antiguo Testamento de él en acción. Un santo ángel, enviado con una respuesta a la oración de Daniel (Dn. 10:12), fue demorado durante tres semanas por un demonio poderoso que dominaba el imperio persa (Dn. 10:13; cp. v. 20). No fue hasta que «Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudar[le]» (v. 13) que pudo prevalecer. Daniel 12:1 también se refiere a la defensa de Miguel del pueblo de Dios: «En aquel tiempo [la tribulación; cp. v. 7] se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro».
El Nuevo Testamento también revela que Miguel es el defensor del pueblo ele Dios. Judas 9 describe su conflicto con Satanás por el cuerpo de Moisés: «Cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda». Después de la muerte de Moisés (Dt. 34:5-6), Miguel luchó con Satanás por la posesión del cuerpo de Moisés, que al parecer Satanás quería usar con algún propósito dañino. En el poder del Señor, Miguel ganó la batalla y posteriormente «[el Señor] lo enterró [a Moisés] en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy» (Dt. 34:6).
De manera significativa Judas 9 describe a Miguel como un arcángel. La única otra alusión a un arcángel en las Escrituras es en 1 Tesalonicenses 4:16, que revela que en el arrebatamiento «el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo». Es posible que el arcángel en ese pasaje sea Miguel y que haga escuchar su voz mientras se enfrenta a los intentos de Satanás de interferir en el arrebatamiento.
La alusión al dragón y sus ángeles destaca la verdad de que las huestes de demonios están bajo el mando de Satanás, un principio que declaró Jesús en Mateo 25:41: «Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles». La repetición del verbo luchaban… luchaban subraya lo violenta e intensa que será la batalla; no será una pequeña escaramuza, sino una batalla general. Satanás luchará desesperadamente para impedir que Cristo establezca su reino milenario (al igual que se opuso a la restauración de Israel luego del cautiverio y fue reprendido por eso; Zac. 3:2). Así que, la guerra sobrenatural llegará a un punto culminante al acercarse el tiempo en que Cristo establecerá su reino eterno y terrenal.
Todos los intentos de Satanás de oponerse a Dios a lo largo de la historia han fracasado, e igualmente perderá esa batalla final entre los ángeles. El diablo y sus ángeles no prevalecen contra Dios, Miguel y los santos ángeles. Satanás sufrirá una derrota tan completa que no se hallará lugar para él y sus huestes demoniacas en el cielo. Cada centímetro en el cielo, por decirlo así, se registrará exhaustivamente y se expulsarán todos los rebeldes ángeles caídos. Ya no tendrán acceso a la presencia de Dios, y Satanás nunca más acusará a los creyentes delante del trono de Dios. Esa derrota marcará también el fin del reino de Satanás como «el príncipe de la potestad del aire» (Ef`. 2:2).
Pero la purificación del cielo provocará la contaminación de la tierra, ya que toda la furia de Satanás estallará sobre la humanidad al ser echado a la tierra (cp. 12:12). No se revela en qué punto exacto de la tribulación serán expulsados del cielo Satanás y los demonios, tampoco la duración de su batalla con Miguel y los santos ángeles. Todo lo que se puede decir con seguridad es que Satanás y los demonios serán echados del cielo, posiblemente en el arrebatamiento, pero no posterior al pinto medio de la tribulación. El versículo 12 dice que Satanás y sus fuerzas solo tienen «poco tiempo» después que dejen el cielo, apoyando la idea de que solo tendrán los últimos tres años y medio de la tribulación para actuar, y no los siete años completos. No llegarán a la tierra después de eso, ya que es evidente que están presentes durante los terribles acontecimientos de los últimos tres años y medio, la gran tribulación (cp. 9:1ss.). Durante ese último período, todo el poder de Satanás se dirigirá a todo el que pertenezca a Dios, en especial a Israel.
LA VICTORIA
Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él. (12:9)
Como resultado de su derrota, fue lanzado fuera el gran dragón del cielo y de la tierra. Esto describe la segunda y permanente expulsión de Satanás del cielo (para comentarios sobre su primera expulsión [Is. 14:12; Lc. 10:18], vea el análisis de 12:4 en el capítulo 1 de este volumen). Al dragón se le llama gran debido a su tremendo poder para causar daño y ocasionar desastres. Anteriormente se le describió con siete cabezas, siete coronas y diez cuernos. Esa descripción presenta a Satanás como el gobernador del mundo (vea el análisis de 12:3 en el capítulo 1 de este volumen).
La cuádruple» descripción del dragón no deja dudas con relación a su identidad. En primer lugar, se le llama la serpiente antigua (cp. 20:2), identificándolo con la serpiente en el huerto del Edén (Gn. 3:1ss.; cp. 2 Co. 11:3) y subrayando su falsedad y traición.
Al dragón también se le llama diablo. Diabolos (diablo) significa «calumniador», «difamador», o «falso acusador», un título muy apropiado para Satanás, el supremo falso acusador (cp. v. 10). Él acusa a los hombres ante Dios, a Dios ante los hombres, y a los hombres ante otros hombres. Satanás es un maligno perseguidor del pueblo de Dios, tratando constantemente de incriminarlos ante la santa justicia de Dios. Parte de su «andar alrededor» «como león rugiente» (1 P. 5:8) sin duda incluye el buscar evidencia de los pecados de los creyentes, con la cual acusarlos delante del trono de Dios. Pero la gloriosa verdad es que «ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Ro. 8:1), porque «si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo» (1 Jn. 2:1). En Romanos 8:31-34 el apóstol Pablo elocuente y enfáticamente declaró la imposibilidad de que Satanás acuse con éxito a los creyentes:
¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió, más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.
Luego el texto identifica plenamente al dragón como Satanás. Satán es una palabra hebrea que significa «adversario», y es un nombre muy apropiado para el malvado enemigo de Dios y el pueblo de Dios. Trágicamente, el más glorioso ser creado, el «Lucero, hijo de la mañana» (ls. 14:12), es ahora y para siempre calificado como «el adversario». Atacó a Dios en su rebelión original cuando quiso ser «semejante al Altísimo» (ls. 14:14), y condujo engañosamente a Eva al pecado al llevarla a desconfiar del carácter y de la palabra de Dios (Gn. 3:2-5).
Por último, se describe al dragón como el que engaña al mundo entero. Engaña traduce el participio presente del verbo planaō («llevar por mal camino», «extraviar», o «engañar»). El empleo del tiempo presente indica que esta es la constante y habitual actividad de Satanás; como constantemente acusa a los creyentes, así también engaña al mundo entero. A partir de la caída, Satanás ha engañado al género humano a través de su historia. Él es, advirtió Jesús, «mentiroso, y padre de mentira» (Jn. 8:44). Satanás atrae con engaño a las personas y las conduce a su destrucción haciéndoles que escuchen «a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios» (1 Ti. 4:1). Seduce a las personas para que crean en él y no en Dios, para que crean que él dice la verdad y que Dios miente (cp. Gn. 3:4).
Su engaño dominará al mundo durante la tribulación, mientras prepara su último y desesperado ataque contra Dios. Por medio de su agente el falso profeta (el cómplice del anticristo), Satanás engañará «a los moradores de la tierra» (13:14). Demonios engañadores bajo el control de Satanás reunirán los ejércitos del mundo para la batalla de Armagedón (16:14; cp. 19:19). Satanás también usará a Babilonia, el gran imperio comercial, para engañar al mundo incrédulo (18:23). Además de vigorizar a sus siervos, Satanás mismo participará activamente en el engaño. Al final de la tribulación, será lanzado al abismo por mil años, «para que no [engañe] más a las naciones» (20:3). Puesto en libertad por breve tiempo al final del milenio, Satanás «saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra» (20:8). Pero al final, «el diablo que los engañaba [será] lanzado en el lago de fuego y azufre», con otros dos connotados engañadores, «la bestia y el falso profeta». Allí ellos tres (junto con todos los demonios) «serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos» (20:10; cp. Mt.. 25:41).
Como fueron expulsados del cielo con Satanás en su rebelión original (12:4), así también sus ángeles serán arrojados con él en su expulsión final del cielo. La llegada a la tierra de las excomulgadas huestes de demonios (y su malvado comandante) añadirá en gran manera al horror de la tribulación. Se unirán a los innumerables demonios que ya merodean por la tierra, los recién llegados demonios del humo que subía del abismo (9:1-3), y los doscientos millones de los otros demonios anteriormente atados (9:13-16), para crear un inimaginable holocausto de maldad.
LA CELEBRACIÓN
Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sis vidas hasta la muerte. Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descen¬dido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo. (12:10-12)
La derrota de Satanás y sus huestes de demonios y la purificación para siempre (le su impura presencia en el cielo, desencadenarán una explosión de alabanza allí. Tal repentina explosión acentúa con frecuencia la narración profética de Apocalipsis (p.ej., 4:8-11; 5:9-10, 11-14; 7:9-12; 11:15-18; 15:3-4; 19:1-8). No se declara la identidad de los que Juan escuchó clamando con una gran voz en el cielo. Esa voz colectiva (como lo indica el empleo del pronombre plural nuestros) no puede ser de ángeles, ya que los ángeles no pudieran referirse a los seres humanos como sus hermanos. La Biblia describe a los ángeles como consiervos de los creyentes (19:10; 22:8-9), pero nunca como sus hermanos. Entonces lo más probable es que esos adoradores sean los santos redimidos y glorificados en el cielo.
Los santos comenzaron a regocijarse de que ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo. Debe entenderse la salvación en su más amplio sentido. No solo abarca la redención de los creyentes, sino también la liberación de toda la creación de los estragos de la maldición del pecado y del poder de Satanás (cp. Ro. 8:19-22). El poder se refiere a la omnipotencia de Dios, su poder soberano y victorioso que aplasta toda oposición y establecerá su reino (cp. 11:15). Se regocijaron además de que la autoridad de… Cristo ha venido (cp. 11:15). El gobierno de Cristo es por la autoridad de Dios (Sal. 2:8; Mt. 28:18; Jn. 17:2). Tan seguro es el establecimiento del reino y del gobierno de Cristo que, aunque todavía futuro, se mencionan en el tiempo pasado. Los adoradores celestiales se regocijan porque ya ha tenido lugar el primer paso, la derrota de Satanás y su expulsión final del cielo. Ellos saben que, habiendo sido expulsado del cielo a la tierra, será en breve echado de la tierra al abismo (20:1-3), y luego del abismo a su destino final, el lago de fuego (20:10).
El acontecimiento que hará que se establezcan el reino y la autoridad de Cristo es la expulsión de Satanás del cielo. Por eso los santos ofrecen alabanza porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Como personas redimidas y glorificadas, no hay nada de que Satanás pudiera legítimamente acusarlas. A pesar de eso, debía haberles acongojado el que sus hermanos de la tierra que sufren estuvieran sujetos a las injuriosas acusaciones del diablo. La derrota de Satanás pondrá fin a esas implacables acusaciones (cp. Job 1:11; 2:5; Zac. 3:1; 1 P. 5:8).
Los adoradores celestiales también ofrecen alabanza por los acontecimientos en la tierra, donde sus hermanos han vencido a Satanás. Expulsados del cielo, Satanás y sus infernales huestes descargarán su furia sobre el pueblo de Dios en la tierra (cp. 12:6, 13-17). Sin embargo, allí también sufrirán la derrota. Hablando otra vez de un acontecimiento futuro, en tiempo pasado debido a su certeza, el inspirado apóstol Juan ve la victoria ya ganada y observa que los creyentes que viven en la tierra han vencido a Satanás, aunque eso está aún por ocurrir. Cómo lo hicieron es algo muy ilustrativo. No lo derrotaron mediante conjuros, exorcismos, fórmulas rituales, o por «amarres» o reprensiones. Satanás, siendo mucho más poderoso que cualquier ser humano, es insensible a tales trucos carnales. Tampoco fue por su poder personal que los creyentes de la tribulación vencieron a Satanás. Pablo escribió a los corintios: «Pues aunque andamos en la carne, no militarnos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Co. 10:3-5).
El apóstol Juan presentó el único fundamento para la victoria sobre Satanás cuando escribió: «Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo» (1 Jn. 4:4). Es solo mediante el poder de Dios que cualquier creyente de cualquier edad puede derrotar a Satanás. Por consiguiente, los creyentes de la tribulación han vencido a Satanás ante todo por medio de la sangre del Cordero. Como los hermanos que sufrieron el martirio y ya están en el cielo, ellos «han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero» (Ap. 7:14). «Fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata», escribió Pedro, «sino con la sangre preciosa de Cristo, copio de un cordero sin mancha y sin contaminación» (1 P. 1:18-19). Esos creyentes conocían el perdón del que les escribió Pablo en Romanos 4:7-8: «Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades sota perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos.
Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado». La verdad de que «ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Ro. 8:1) era aplicable a ellos. Ninguna acusación contra los santos que sufren en la gran tribulación quedará en pie, al igual que ninguna acusación contra cualquier creyente en cualquier época quedará en pie, porque la sangre del Cordero se derramó por sus pecados. La primera y más importante clave para derrotar los ataques de Satanás es «[tomar] el yelmo de la salvación» (Ef 6:17; cp. 1 Ts. 5:8). El inconmovible fundamento de toda victoria espiritual es la redención comprada por Cristo en el Calvario.
Una segunda forma en que los santos de la tribulación vencieron los ataques de Satanás fue a través de la palabra del testimonio de ellos. A pesar de toda la persecución (e incluso el martirio) que ellos sufrirán, seguirán siendo fieles testigos de Jesucristo; su testimonio nunca flaqueará.
Los santos sufrientes de la tribulación también pudieron defenderse de la embestida de Satanás porque menospreciaron sus vidas hasta la muerte. Su fidelidad se extendió hasta la muerte; de buena gana pagaron el supremo precio por su lealtad a Cristo. Sabían que todo lo que podía lograr el martirio era conducirlos a la bendición eterna de la presencia de Cristo (Fil. 1:21, 23; cp. Mt. 10:38-39; Hch. 20:24; Ro. 8:38-39). Como su fe era genuina, no solo los justificaba y santificaba, sino que también los capacitaba para perseverar en su camino a la glorificación. Una señal segura de los verdaderos creyentes es que perseveran en la fe, incluso hasta la muerte (cp. 1 Jn. 2:19). Jesús lo dijo con estas palabras: «el que persevere hasta el fin, éste será salvo» (Mt. 24:13).
El pasaje termina con una última nota de alabanza: Por lo cual, debido a la derrota de Satanás y el triunfo de los santos, el coro celestial invita a alegrarse a los cielos, y a todos los que [moran] en ellos. Esa nota de gozo está seguida de la solemne advertencia «¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo». Thumos (ira) se refiere a un violento ataque de rabia. La palabra describe una furia violenta y emocional y no una ira racional. John Phillips escribió: ‘Ahora Satanás es como un león enjaulado, indescriptiblemente furioso por las limitaciones impuestas a su libertad. Se levantó del polvo de la tierra, agitó sus puños hacia el cielo, y miró encolerizado alrededor, ahogándose con furia y buscando formas de ventilar su odio y su rencor contra la humanidad» (Exploring Revelation, [Explorando el Apocalipsis] edición revisada [Chicago: Moody, 1987; reimpreso, Neptune, N .J.: Loizeaux, 1991], 160). La furia de Satanás es aun inás violenta porque sabe que tiene poco tiempo -lo que queda de la tribulación¬para su ataque final sobre el pueblo de Dios. Su tiempo verdadero serán los tres años y medio del reinado del anticristo (13:5), a quien Satanás pone en el poder inmediatamente después de ser echado del cielo. Es el mismo período mencionado en 12:6,14. Es poco tiempo porque Jesucristo vendrá para establecer su reino milenario terrenal.
Sin que importe cuán desesperada parezca su situación, sin que importe con cuánta furia Satanás se encolerice contra ellos, los creyentes pueden consolarse al saber que su derrota definitiva es segura. Como dice la letra del magnífico himno de Martín Lutero «Castillo fuerte es nuestro Dios»:
Que muestre su vigor Satán y su furor,
Dañarnos no podrá
Pues condenado es ya
Por la Palabra Santa.