La Séptima Trompeta
(Apocalipsis 11:15-19)
El toque de la séptima trompeta marca un hecho memorable en el libro de Apocalipsis. Pone en movimiento los sucesos finales que conducen a la venida del Señor Jesucristo y el establecimiento de su reino milenario en la tierra. Apocalipsis 10:7 expresa el propósito de la séptima trompeta: «En los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas». Ese misterio es la plena revelación de la consumación del plan de Dios. Fue profetizado por los predicadores del Antiguo Testamento, pero su plenitud nunca se reveló hasta el libro de Apocalipsis. Que los juicios de las siete copas, que representan el derramamiento final de la ira de Dios, están incluidos con la séptima trompeta, es evidente de 15:1: «Vi en el cielo otra señal, grande y admirable: siete ángeles que tenían las siete plagas postreras; porque en ellas se consumaba la ira de Dios». Esas «siete plagas» que consumaban la ira de Dios son los juicios de las siete copas: «Oí una gran voz que decía desde el templo a los siete ángeles: Id y derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios» (16:1). Como se dice que tanto las siete trompetas como las siete copas consumaban la ira de Dios, las copas deben ser parte de la séptima trompeta.
Los últimos tres de los siete juicios de las trompetas son tan horrorosos, que Juan se refiere a ellos como ayes. En 8:13 Juan oyó «a un ángel volar por en medio del cielo, diciendo a gran voz: ¡Ay, ay, ay, de los que moran en la tierra, a causa de los otros toques de trompeta que están para sonar los tres ángeles!» Después de tocarse la quinta trompeta, Juan escribió: «El primer ay pasó; he aquí, vienen aún dos ayes después de esto» (9:12). Antes de tocarse la séptima trompeta, añadió: «El segundo ay pasó; he aquí, el tercer ay viene pronto» (11:14).
La séptima trompeta pone en movimiento la consumación final del plan redentor de Dios para el universo actual. En su tiempo vendrá la furia final de los juicios del Día del Señor (16:1-21), la cosecha final de juicio sobre la tierra (11:18; 16:19), y la derrota de los reyes de la tierra por el Cordero (17:12-18), terminando en el triunfo culminante de Cristo en Armagedón (19:11-21). El toque de la séptima trompeta señala la respuesta de Dios a la oración: «Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mt. 6:10). Esta respuesta abarca los capítulos 12-22, en los que Dios termina su poderosa obra de reclamar la creación de aquel que la usurpó, Satanás.
Debe observarse que, aunque la séptima trompeta es la última en secuencia de los juicios de las siete trompetas, no debe igualarse con la «final trompeta» a la que Pablo se refiere en 1 Corintios 15:52: «en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados» (cp. 1 Ts. 4:16). Corno se indicó anteriormente, la séptima trompeta cubre un prolongado espacio de tiempo, distinguiéndose así del acontecimiento instantáneo («en un instante, en un abrir y cerrar de ojos») de la «final trompeta».
En vez de un llamado para el momento del arrebatamiento de la iglesia, como lo hace la «final trompeta», la séptima trompeta llama una prolongada ola de juicio sobre los impíos. No es paralela a la trompeta de 1 Corintios 15:52, pero sí lo es a la trompeta de Joel 2:1-2: «Tocad trompeta en Sion, y dad alarma en mi santo monte; tiemblen todos los moradores de la tierra, porque viene el día de Jehová, porque está cercano. Día de tinieblas y de oscuridad, día de nube y de sombra».
La séptima trompeta no solo anuncia juicio consumidor sobre los incrédulos, sino también la coronación del Señor Jesucristo. En el Antiguo Testamento con frecuencia se tocaban las trompetas en la coronación de un rey. Durante su intento de golpe de estado contra su padre David, «envió Absalón mensajeros por todas las tribus de Israel, diciendo: Cuando oigáis el sonido de la trompeta diréis: Absalón reina en Hebrón» (2 S. 15:10). En la coronación del verdadero sucesor de David, Salomón, «tomando el sacerdote Sadoc el cuerno del aceite del tabernáculo, ungió a Salomón; y tocaron trompeta, y dijo todo el pueblo: ¡Viva el rey Salomón!» (1 R. 1:39). También hubo toque de trompetas en la coronación del rey Jehú (9 R. 9:13) y del rey Joás (2 R. 11:12, 14).
El toque de la séptima trompeta marca también el fin del intervalo que sigue a la sexta trompeta (10:1-11:14). Como se observa en los capítulos anteriores de este volumen, cada una de las tres series de juicios (sellos, trompetas y copas) contiene un intervalo entre el sexto y el séptimo acontecimiento. Entre el sexto y el séptimo sello viene el intervalo del capítulo 7; entre la sexta y la séptima copa viene el breve intervalo de 16:15. Esos momentos de tregua sirven para alentar y animar a los creyentes en medio de los terrores de los juicios de Dios, asegurándoles una vez más que Él no los ha olvidado (cp. Mal. 3:16-4:2).
Aunque la séptima trompeta suena en 11:15, los juicios asociados con ella no se describen hasta el capítulo 15. Los capítulos 12-14 son un paréntesis, llevando nuevamente a los lectores por la tribulación hasta el punto de la séptima trompeta por un camino diferente. Describen la tribulación, no desde la perspectiva de Dios, sino desde la de Satanás. Los capítulos 4-11 se centran en Cristo, recuperando lo que legítimamente es suyo mediante los juicios de los sellos y las trompetas. Los capítulos 12-14 se centran en el último usurpador humano, el postrer anticristo, cuya carrera se extiende el mismo período de los juicios de los sellos y las trompetas.
La escena del toque de la séptima trompeta se revela en cuatro fases: alabanza por la soberanía, ataque de furia, plan del juicio y promesa de comunión.
ALABANZA POR LA SOBERANÍA
El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado. (11:15-17)
Aunque se demoraron sus efectos en la tierra (como con el séptimo sello; 8:2-5), hubo una inmediata reacción en el cielo cuando El séptimo ángel tocó su trompeta. Expresando alborozo por lo que estaba a punto de suceder, hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos. Es evidente que esa conmovedora proclamación está vinculada a los efectos de la séptima trompeta. Hay un gozo incontenible porque el poder de Satanás será destruido por siempre, y Jesucristo reinará supremo como Rey de reyes y Señor de señores. Con la derrota del usurpador, quedará establecido por siempre el asunto de la soberanía sobre el mundo. Lo que Jesús rechazó tomar según los términos de Satanás (cp. Lc. 4:5-8) lo tomará bajo sus propios términos. El cielo se regocija porque la gran rebelión del mundo contra Dios el Padre y el Señor Jesucristo está a punto de terminar. El establecimiento del muy esperado reino de Cristo es el momento culminante de la historia de la redención.
La abarcadora frase los reinos del mundo presenta la verdad esencial de que todos los diversos grupos del mundo, ya sean nacionales, políticos, sociales, culturales, lingüísticos o religiosos, son en realidad un reino bajo un rey. A ese rey se le conoce en las Escrituras por muchos nombres y títulos, entre ellos el de acusador (Ap. 12:10), el adversario (1 P. 5:8), Beelzebú (Mt. 12:24), Belial (2 Co. 6:15), el dragón (Ap. 12:3, 7, 9), el maligno (Ef. 6:16), el dios de este siglo (2 Co. 4:4), el príncipe de la potestad del aire (Ef. 2:2), el león rugiente (1 P. 5:8), el príncipe de los demonios (Mr. 3:22), el príncipe de este mundo Un. 12:31), la serpiente antigua (Ap. 12:9; 20:2), el tentador (1 Ts. 3:5), y, más comúnmente, el diablo (Mt. 4:1) y Satanás (1 Ti. 5:15). Aunque Dios dispersó ese reino en la torre de Babel (Gn. 11:1-9), Satanás aún gobierna sobre las piezas del reino que una vez estuvo unido. Aunque Dios ordena los gobiernos humanos para el bienestar del hombre (Ro. 13:1), esos mismos gobiernos rechazan someterse a Él o reconocer su soberanía (cp. Hch. 4:26). Son esencialmente parte del reino de Satanás.
Jesús afirmó que Satanás, aunque es un usurpador y no el legítimo rey, es el actual gobernador del mundo. En respuesta a los que de modo blasfemo lo habían acusado de tener alianza con Satanás, Jesús respondió retóricamente: «Si Satanás echa fuera a Satanás, contra sí mismo está dividido; ¿cómo, pues, permanecerá su reino?» (Mt. 12:26). Tres veces en el Evangelio según San Juan Jesús llamó a Satanás «el príncipe de este mundo» (Jn. 12:31; 14:30; 16:11). Como hizo en Babel, Satanás gobernará en el futuro sobre una unida humanidad caída, en un reino visible bajo el liderazgo del anticristo (la bestia de 13:1-4).
Satanás no renunciará a su reino sin luchar. En un desesperado y condenatorio esfuerzo por mantener el control del mundo, Dios le permitirá invadirlo con hordas de demonios durante los juicios de la quinta y sexta trompetas (9:1-19). Pero sus esfuerzos no impedirán que el verdadero Rey vuelva y establezca su reino terrenal (cp. 19:11-21; 20:1-3, 10). Jesucristo volverá para sentarse en el trono de su padre David (2 S. 7:12-16) y tomar posesión del mundo entero de las personas controladas por Satanás que ahora lo poseen. Este es realmente el tema de Apocalipsis: el triunfo de Dios sobre Satanás cuando la maldad es quitada para siempre del mundo y Cristo se convierte en su santo gobernante.
El tiempo del verbo traducido han venido es lo que los gramáticos griegos llaman aoristo con función de futuro. Describe un acontecimiento futuro que es tan cierto que se puede hablar de él como si ya hubiera ocurrido. La perspectiva del tiempo verbal mira al punto después que la acción de la séptima trompeta haya tomado su curso. Aunque este acontecimiento es futuro desde el punto del progreso cronológico a donde se ha llegado en la serie, es tan cierto que la forma verbal que se utiliza lo ve como un hecho ya consumado (cp. Lc. 19:9). El cielo eterno se regocija, como si el día tan esperado cuando Cristo establecerá su reino, ya hubiera llegado, aunque todavía debe pasar algún tiempo en la tierra antes de que eso suceda. La frase de nuestro Señor y de su Cristo subraya dos realidades. Kurios (Señor) por lo general se refiere a Jesucristo a lo largo del Nuevo Testamento, mientras que en Apocalipsis más a menudo se refiere a Dios el Padre, subrayando así su igualdad en naturaleza. Esta frase describe también el reino en su sentido más amplio, anhelando el gobierno divino sobre la creación y la nueva creación. No se establece diferencia entre el reino milenario en la tierra y el reino eterno, como, por ejemplo, lo hace Pablo en 1 Corintios 15:24¬-28. Al final de los mil años, el reino milenario se unirá al reino eterno en el que Cristo reinará por los siglos de los siglos. Una vez que comience el reinado de Cristo, cambiará de forma, pero nunca terminará o se interrumpirá.
La gloriosa verdad de que el Señor Jesucristo gobernará un día la tierra se halla por todas las Escrituras. En el capítulo 15 de Apocalipsis, Juan
[vio] también [en el cielo] como un mar de vidrio mezclado con, fuego; y a los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, y su -marca y el número de su nombre, en pie sobre el mar de vidrio, con las arpas de Dios. Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado (vv. 2-4).
El que ellos canten el «Cántico de Moisés» (cp. Éx. 15:1-18) indica que desde el Pentateuco, las Escrituras anunciaron el momento en que el Señor Jesucristo se convertiría en Rey del mundo. El Salmo 2, un pasaje mesiánico cuyas imágenes y lenguaje encontramos en esta sección de Apocalipsis (cp. el v. 18; 12:5; 14:1; 16:14; 17:18; 19:15, 19), también predice la llegada del reino terrenal de Cristo:
Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte. Yo publicaré el decreto; Jehová me, ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy.
Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara, de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás (vv. 6-9).
Los profetas también anhelaron el tiempo en el que el Mesías establecería su reino terrenal. De aquel día glorioso Isaías escribió:
Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de, Jehová, a la casa del Dios de, Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová (Is. 2:2-3).
Daniel escribió respecto a ese mismo día:
[Tú, Rey Nabucodonosor,] estabas mirando, hasta que una piedra fue cortada, reo con mano, e, hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó. _Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como tamo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Más la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra (Dn. 2:34-35).
Y en los días de estos reyes el. Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre, de la manera que viste que del monte fue cortada una piedra, no con mano, la cual desmenuzó el hierro, el bronce, el, barro, la plata y el oro. El gran Dios ha mostrado al rey lo que ha de acontecer en lo por venir; y el sueño es verdadero, y fiel su interpretación (Dn. 2:44-45).
Los grandes imperios de la historia mundial (la estatua) serán hechos pedazos por el reino del Mesías (la piedra cortada no con mano); se desmenuzarán hasta convertirse en polvo y desaparecerán, pero su reino durará por siempre. En otra visión, que se recoge en Daniel capítulo 7, Daniel
Miraba… en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, _y le hicieron acercarse delante de él. Y le, fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, ,v su reino uno que no será destruido (vv. 13-14).
Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre… vino el Anciano de días, y se dio el juicio a los santos del Altísimo; y llegó el tiempo, y los santos recibieron el reino (vv. 18,22).
y que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán (v. 27).
Esperando con anhelo el reino del Mesías, Miqueas escribió:
Acontecerá en los postreros tiempos que el monte de la casa de Jehová será establecido por cabecera de montes, y más alto que los collados, y correrán a él los pueblos. Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid,, y subamos al monte de Jehová, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de, Jehová. Y él juzgará entre muchos pueblos, y corregirá a naciones poderosas hasta muy lejos; y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; vio alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán, más para la guerra (Mi. 4:1-3).
Resumiendo un extenso análisis del Día del Señor y la venida del reino terrenal de Cristo, Zacarías escribió: «Y Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre» (Zac. 14:9).
Cuando el ángel Gabriel anunció el nacimiento de Jesús a María, le dijo que Él sería algún día el gran Rey sobre la tierra: «Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc. 1:31-33).
Será inminente el momento colosal en la historia de la redención, revelado en las profecías del Antiguo Testamento, en el anuncio del nacimiento de Cristo, en el avance de la gloria de la segunda venida de Cristo en la transfiguración, en la enseñanza y milagros de Cristo, en las promesas del pacto a Israel, en la promesa a los creyentes de que reinarán con Cristo, en la promesa a los doce discípulos de que juzgarían a las doce tribus de Israel, y en la promesa de Jesús de que volverá en gloria. Y esto hará que todo el cielo alabe a Dios por la maravilla de su plan soberano, en el que Cristo debe reinar.
Centrándose en un grupo particular de los que estaban en el cielo ofreciendo alabanza, Juan observa que los veinticuatro ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros (cp. 5:8, 14; 7:11; 19:4) y adoraron a Dios. Como representantes de la iglesia glorificada y arrebatada (vea el análisis en el cap. 11 de este volumen), estos ancianos han estado ansiosamente esperando que Cristo recupere la tierra del usurpador. Su gozoso grito de alabanza está lleno de gratitud, Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado, y refleja su gran gozo por la respuesta a sus oraciones por la llegada del reino (cp. Mt. 6:10).
La alabanza de los ancianos se centraba en tres de los atributos de Dios. Pantokratōr (Todopoderoso) describe el poder soberano, omnipotente e irresistible de Dios. Nueve de los diez usos de esta palabra en el Nuevo testamento se encuentran en Apocalipsis (cp. 1:8; 4:8; 15:3; 16:7, 14; 19:6, 15; 21:22). Se refiere a Dios ejerciendo su absoluta voluntad, que todo lo abarca, mediante su irresistible poder. ,
La frase el que eres y el que eras expresa la eternidad de Dios. Como el Dios vivo (cp. 7:2; Dt. 5:26; Jos. 3:10; 1 S. 17:26; 2 R. 19:4, 16; Sal. 42:2; 84:2; Jer. 10:10; Mt. 16:16; 2 Co. 3:3; He. 1.2:22), Dios no tuvo comienzo y no tendrá final. Él ha existido desde la eternidad pasada; Él existe ahora y por toda la eternidad futura.
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Esa forma de expresar la eternidad de Dios se empleó tres veces anteriormente en Apocalipsis (1:4, 8; 4:8). De manera significativa esas tres oportunidades anteriores añaden la frase «que ha de venir». Como el presente pasaje ve a Cristo viniendo ya y estableciendo su reino, no se repite esa frase aquí (cp. 16:5). Engañosamente al anticristo se le describe con términos similares, ya que Satanás intenta tramar una pobre imitación del eterno Rey del universo (17:8).
Los ancianos también alababan a Dios por su soberanía, porque Él había tomado su gran poder, y [había] reinado. El tiempo perfecto del verbo traducido has tomado denota la permanencia del gobierno soberano de Dios. Las palabras de Salmo 24:1, «De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan», se logran entender con el reinado de Cristo con absoluto poder y autoridad sobre la tierra.
Todos los intentos de igualar ese reino glorioso de Cristo sobre toda la tierra con cualquier acontecimiento del pasado, o con la iglesia, son completamente contradictorios a la clara enseñanza escatológica de la Biblia, incluso sobre todo en este pasaje. No hay forma de que pueda cumplirse este texto si no es a través del reinado universal de Jesucristo sobre toda la tierra, como los profetas predijeron desde hace tanto tiempo.
ATAQUE DE FURIA
Y se airaron las naciones (11:18a)
La visión de la séptima trompeta revela que, ya sin miedo (cp. 6:15-17), las naciones impenitentes fueron desafiantes y se airaron ante la perspectiva de que el reino de Cristo se estableciera sobre toda la tierra. El verbo traducido se airaron sugiere una profunda y continua hostilidad. Este no fue simplemente un momentáneo y emocional ataque de genio, sino un establecido resentimiento abrasador contra Dios. Finalmente, reunirán ejércitos para pelear contra Dios (16:14, 16; 20:8-9). Sin deseo alguno de arrepentirse de sus pecados, el resentimiento colérico y la hostilidad contra el cielo (16:11) moverá a las naciones a reunirse para su destrucción en Armagedón (cp. Sal. 2:1, 5, 12; Hch. 4:24-29).
Los juicios divinos que experimentarán las personas durante la tribulación, las harán volverse de sus pecados y someterse a Dios. Trágicamente, sin embargo, incluso bajo tal atemorizante juicio y advertencias de infierno eterno, la mayoría de ellos no querrán arrepentirse, y en vez de esto endurecerán su corazón (cp. Ro. 2:1-10, que enseña que los hombres se niegan a arrepentirse a pesar de la bondad de Dios). Serán como Faraón, que mantuvo su corazón endurecido (Éx. 8:15, 19, 32; 9:7, 34; 1 S. 6:6) hasta el punto en el que Dios, con sus juicios, endureció permanentemente su corazón (Éx. 10:1; 11:10).
Por lo visto, el mundo incrédulo llegará a ese punto en el derramamiento
final de la ira de Dios durante los acontecimientos de la séptima trompeta (cp. 16:x), I1). Su furia y hostilidad hacia Dios alcanzará un grado febril, y se reunirán para luchar contra Él en la batalla de la llanura de Meguido: «espíritus de demonios, que hacen señales, [irán] a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso… y los reunió en el lugar que en hebreo se llama Armagedón» (16:14, 16). Para entonces estarán más allá del día de gracia; no habrá salvación en Armagedón. El esfuerzo último y desesperado del mundo por evitar que Cristo establezca su reino, por supuesto fracasará, y serán totalmente destruidos:
Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército. Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre. Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se. saciaron de las carnes de ellos (19:19-21).
Los incrédulos que rechazan habrán desperdiciado su oportunidad de arrepentirse ante lo que ellos reconocieron que eran los juicios de Dios (cp. 6:15-17). En vez de esto, se hundieron en las profundidades de la hostilidad y el rechazo, y recibirán el castigo en el infierno eterno.
PLAN DEL JUICIO
y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra. (11:18b)
La venida de la ira de Dios, como la venida del reino de Cristo (v. 15), es tan segura que se puede hablar de ella como si ya hubiera ocurrido. El verbo traducido ha venido es otro aoristo con función de futuro (vea el análisis de «han venido» en el v. 15 citado anteriormente), describiendo un acontecimiento futuro como un fecho ya consumado. Los que piensan que un Dios amoroso no derramará su ira sobre ellos, se apoyan en una esperanza falsa y peligrosa.
El que Dios juzgará un día a los incrédulos es un tema constante de la Biblia. Isaías escribió mucho acerca de ese día futuro:
Terror, foso y red sobre ti, oh moradora de la tierra. Y acontecerá que el que huyere de la voz del terror caerá en et loso; y el que saliere de en medio del foso será preso en la red; porque de lo alto se abrirán ventanas, y temblarán los cimientos de la tierra. Será quebrantada del todo la tierra, enteramente desmenuzada será la tierra, en gran manear será la tierra conmovida. Temblará la tierra como un ebrio, y será removida como una choza; y se agravará sobre ella su pecado, y caerá, y nunca más se levantará. Acontecerá en aquel día, que Jehová castigará al ejército de los cielos en lo alto, y a los reyes de la tierra sobre, la tierra. Y serán amontonados como se amontona a los encarcelados en mazmorra, y en prisión quedarán encerrados, y serán, castigados después de muchos días. La luna se avergonzará, y el sol se confundirá, cuando Jehová de los ejércitos reine en el monte de Sion, y en Jerusalén,, y delante de sus ancianos sea glorioso (24:17-23).
Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas; escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la indignación. Porque he aquí que Jehová sale de su lugar para castigar al morador de la tierra por su maldad contra él; y la tierra descubrirá la sangre derramada sobre ella, y no encubrirá ya más a sus muertos (26:20-21).
He aquí que el nombre de Jehová viene de lejos; su rostro encendido, y con llamas de fuego devorador; sus labios llenos de ira, y su lengua como fuego que consume. Su aliento, cual torrente que inunda; llegará hasta el cuello, para zarandear a las naciones con criba de destrucción; y el freno estará en las quijadas de los pueblos, haciéndoles errar. Vosotros tendréis cántico como de noche en que. se celebra pascua, y alegría de corazón, corno el que va con flauta para venir al monte de, Jehová, al Fuerte de Israel. Y Jehová hará oír su potente voz, y hará ver el descenso de su brazo, con furor de rostro y llama de fuego consumidor, con torbellino, tempestad y piedra de granizo. Porque Asiria que hirió con vara, con la voz de Jehová será quebrantada. Y cada golpe de la vara justiciera que asiente Jehová sobre él, será con panderos y con arpas; y en batalla tumultuosa peleará contra ellos. Porque Tofet ya de tiempo está, dispuesto y preparado para el rey, profundo y ancho, cuya pira es de fuego, y mucha leña; el soplo de Jehová, como torrente de azufre, lo enciende (30:27-33).
Ezequiel 38-39 describe la reunión de los incrédulos para luchar contra Cristo y su pueblo, Israel, en la batalla de Armagedón. (Debe observarse que se dice que otra invasión, al final del milenio, incluirá a Gog y a Magog; Ap. 20:8-10. Se usan los mismos nombres para indicar que esta posterior invasión será similar a la que habrá durante la tribulación.):
Y subirás contra mi pueblo Israel como nublado para cubrir la tierra; será al cabo de los días; y te traeré sobre mi tierra, para que las naciones me conozcan, cuando sea santificado en ti, oh Gog, delante de sus ojos. Así ha dicho Jehová el, Señor. ¿No eres tú aquel de quien hablé yo en tiempos pasados por mis siervos los profetas de Israel, los cuales profetizaron en aquellos tiempos que yo te había de traer sobre ellos? En aquel tiempo, cuando venga Gog contra la tierra de Israel, dijo Jehová el Señor, subirá mi ira y mi enojo. Porque he hablado en mi celo, y en el fuego de mi ira: Que en aquel tiempo habrá gran temblor sobre la tierra de Israel,; que los peces del mar, las aves del cielo, las bestias del campo y toda serpiente que se arrastra sobre la tierra, y todos los hombres que, están sobre la faz de la tierra, temblarán ante mi presencia; y se desmoronarán los montes, y los vallados caerán, y todo muro caerá a tierra. Y en todos mis montes llamaré contra él la espada, dice Jehová el Señor; la espada de cada cual, será contra su, hermano. Y yo litigaré contra él con pestilencia y con sangre; y haré llover sobre él, sobre sus tropas y sobre los muchos pueblos que están con él, impetuosa lluvia, y piedras de granizo, fuego y azufre. Y seré.» engrandecido y santificado, y seré conocido ante los ojos de muchas naciones; y sabrán que yo soy, Jehová (Ez. 38:16-23).
El toque de la séptima trompeta marca el cumplimiento del acontecimiento del gran juicio que los profetas anunciaron y que los santos de todos los siglos han anhelado (cp. Sal. 3:7; 7:6; 35:1-8; 44:26; 68:1-2). Será el tiempo en el que Dios derrame su ira sobre sus enemigos.
La séptima trompeta no solo será señal del derramamiento de la ira de Dios sobre la tierra, también indicará que ha llegado el tiempo de juzgar a los muertos. Tiempo traduce kairos, que se refiere a una época, era, ocasión, o suceso. El establecimiento del reino de Cristo será un tiempo apropiado para juzgar a los muertos. El juicio ante el gran trono blanco (20:11-15) no es el tema de este pasaje, como algunos afirman, ya que ese juicio de modo explícito tiene que ver solo con los incrédulos. Es mejor ver esta referencia al juicio como una referencia general a todos los juicios futuros. Los ancianos, en su cántico, no hicieron intento alguno de separar las diferentes fases de juicio como están separadas en los capítulos finales de Apocalipsis. Simplemente cantan de juicios futuros como si fueran un solo suceso, de la misma manera que otros pasajes de las Escrituras no hacen distinción entre los juicios futuros (cp. Jn. 5:25, 28-29; Hch. 17:31; 24:21).
El juicio será ante todo el tiempo para que Dios dé el galardón a sus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes. Aunque la potestad de servir a Dios en una forma digna de recompensa es un don de la gracia de Dios, no obstante se anima a todos los creyentes del Nuevo Testamento a trabajar con la mira en esas prometidas recompensas. En 22:12 Jesús dijo: «He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra». Pablo escribió a los corintios: «Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor» (1 Co. 3:8; cp. Mt. 5:12; 10:41-42; Mr. 9:41; Col. 3:24; 2,1n. 8). La recompensa prometida a los creyentes es que heredarán el reino, tanto en su etapa milenaria (Mt. 25:34-40; Mr. 10:29-31) como eterna (Ap. 21:7). A los creyentes también se les prometen coronas, entre ellas la corona de justicia (2 Ti. 4:8), la corona de vida (Stg. 1:12; Ap. 2:10) y la corona de gloria (1 P. 5:4).
La frase tus siervos los profetas abarca a todos los que han proclamado la verdad de Dios a lo largo de la historia de la redención, desde Moisés hasta los dos testigos (11:3-13). Las Escrituras a menudo señalan a los profetas corno los siervos del Señor (p. ej. 2 R. 9:7; Esd. 9:11; Jer. 7:25; Ez. 38:17; Dn. 9:6; Am. 3:7; Zac. 1:6). Se ha cumplido el tiempo para que ellos reciban «recompensa de profeta» (Mt. 10:41). Todos esos hombres fieles que se levantaron en el nombre de Dios en días difíciles y en contra de la oposición, recibirán entonces su obra revelada y recompensada.
Otro grupo a ser galardonado son los santos, que se designan además como los que temen tu nombre (cp. Sal. 34:9; 85:9; 103:11; 115:13; 147:11; Ec. 8:12; Lc. 1:50). Santos es una forma común de describir a los redimidos en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento (p.ej. 5:8; 8:3-4; Sal. 16:3; 34:9; Dn. 7:18; Mt. 27:52; Hch. 9:13; 26:10; Ro. 1:7; 8:27; 12:13; 1 Co. 6:1-2; 14:33; 16:1; 2 Co. 1:1; 8:4; Ef. 1:15; 2:19; 6:18; Fil. 4:21-22; Col. 1:2, 4, 12; 1 Ts. 3:13; 2 Ts. 1:10; 1 Ti. 5:10; Flm. 5, 7; He. 6:10; Jud. 3). Todos los santos de Dios, desde los pequeños hasta los grandes (un término que lo abarca todo; cp. 13:16; 19:5, 18; 20:12; Dt. 1:17; 2 R. 23:2; Job 3:19; Sal. 115:13; Jer. 16:6; Hch. 26:22), recibirán recompensas.
El juicio también destruirá a los que destruyen la tierra. Esa no es una alusión a los que contaminan el medio ambiente, sino a los que contaminan la tierra con su pecado. Eso incluye a todos los incrédulos, sobre todo en el contexto de Apocalipsis, al falso sistema económico y religioso llamado Babilonia (cp. 19:2), al anticristo y a sus seguidores, y a Satanás mismo, el gran destructor. El apóstol Pablo escribió que el «misterio de la iniquidad» (2 Ts. 2:7) ya está en acción en la época de la iglesia, pero durante el período de la tribulación alcanzará su punto máximo de actividad destructora, desmenuzando la sociedad en toda forma de maldad.
Al hombre se le dio mayordomía y dominio sobre la tierra (cp. Gn. 1:28), pero cayó en pecado, y a través de toda la historia ha corrompido continuamente la tierra (cp. Ro. 8:19-21). Cuando esa corrupción alcance su punto culminante, Dios destruirá la tierra y creará una nueva
(21:1; Is. 65:17; 66:22; 2 P. 3:12-13).
PROMESA DE COMUNIÓN
Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo. (11:19)
Vinculada a la séptima trompeta está la promesa a los creyentes de comunión con Dios continua y para siempre. Esta comunión se simboliza en la metáfora del versículo 19. La apertura del templo de Dios que está en el cielo (el lugar donde mora su presencia; cp. los caps. 4, 5) mostró el arca de su pacto. El arca simboliza que el pacto que Dios ha prometido a los hombres ahora está disponible en su plenitud. En medio de la furia de su juicio sobre los incrédulos, Dios, por decirlo así, abre a todos el Lugar santísimo (donde estaba el arca; Ex. 26:33-34; 2 Cr. 5:7) y atrae a los creyentes a su presencia. Esto habría sido inconcebible en el templo del Antiguo Testamento, donde solo el sumo sacerdote entraba al Lugar santísimo una vez al año (He. 9:7).
El arca simboliza la comunión de Dios con los redimidos, porque allí era donde se ofrecía la sangre de los sacrificios para expiar el pecado de los hombres (Lv. 16:2-16; He. 9:3-7). Además, era desde encima del arca que Dios hablaba con Moisés (Nm. 7:89). Al arca del pacto se le llama en las Escrituras el arca del testimonio (Éx. 25:22), el arca de Dios (1 S. 3:3), y el arca del poder de Dios (Sal. 132:8). Dentro de ella estaban «una urna de oro que contenía el maná, la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto» (He. 9:4). Todo esto simbolizaba que Dios supliría a su pueblo, que era soberano sobre su pueblo, que dio su ley a su pueblo, y que entró en un pacto de salvación eterna con su pueblo.
Pero junto con el arca en el templo celestial hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo. Acontecimientos similares se asocian al majestuoso y glorioso trono celestial de Dios en 4:5. En 8:5 y 16:17-18 están asociados a juicio. El cielo es la fuente de venganza contra los incrédulos, así como de las bendiciones del pacto para los redimidos.
El mensaje de la séptima trompeta es que Jesucristo es el soberano Rey de reyes y Señor de señores. Un día Él recuperará el control de la tierra del que la usurpó, Satanás, y de los insignificantes gobernadores de la tierra. La historia se mueve de modo inexorable hacia su culminación en el reinado terrenal de Cristo. Cuando Él venga, traerá bendiciones del pacto a los redimidos, pero condenación eterna a quienes lo rechazan.
En vista de esa verdad solemne, Pedro exclama: «¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir!» (2 P. 3:11).
tengo su biblia me parese muy inportante como nos explica la palabra de Dios tengo tambien el libro centro de la biblia de ud. gracias Dios por la sabiduria k le da hmno. DTB siempre