«Y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento» -Efesios 3:19.
Si sólo pudiera hacer que los hombres entendieran el significado real de las palabras del apóstol Juan: «DIOS ES AMOR», (1 Juan 4:8) tomaría ese solo texto, e iría por todo el mundo proclamando esta gloriosa verdad. Si puede convencer a un hombre que usted lo ama, tiene ganado su corazón. Si podemos hacer creer realmente a las personas que Dios las ama, ¡cómo las encontraríamos llenando el reino de los cielos! El problema es que los hombres piensan que Dios los odia; y entonces todo el tiempo huyen de Él.
Un texto ardiente
Hace algunos años construimos una iglesia en Chicago; y estábamos muy ansiosos de enseñar a la gente del amor de Dios. Pensamos que si no podíamos predicarlo a sus corazones debíamos intentar encenderlo dentro de éste; entonces pusimos justo encima del púlpito en letras encendidas con una llama a gas estas palabras: DIOS ES AMOR. Un hombre que una noche iba por las calles atisbó por la puerta y vio el texto. Él era un pobre pródigo. Cuando continuó su camino él pensó, «‘¡Dios es Amor!’ ¡No! Él no me ama; porque yo soy un pobre miserable pecador.» Procuró olvidarse del texto; pero éste parecía permanecer delante suyo en letras de fuego. Él siguió un poco más; entonces se dio vuelta, retrocedió y entró a la reunión, no oyó el sermón; pero las palabras de ese breve texto se habían aposentado profundamente en su corazón, y eso fue suficiente. Es de poca importancia lo que los hombres dicen a menos que la Palabra de Dios tenga entrada en el corazón de un pecador. Él permaneció después de que la primera reunión hubo acabado, y allí lo encontré llorando como un niño. Cuando le expuse las Escrituras y le dije como Dios le había amado todo el tiempo, aunque había estado muy extraviado, y cómo Dios estaba esperando para recibirle y perdonarle, la luz del Evangelio estalló en su mente, y se fue gozoso.
No hay en este mundo nada que los hombres valoren más que el Amor. Preséntenme una persona de la que nadie se interesa o a la que nadie ama, y les mostraré uno de los más miserables seres sobre la faz de la tierra. ¿Por qué la gente comete suicidio? Muy frecuentemente es porque este pensamiento les ronda -que nadie les ama; y que preferirían morir antes que vivir.
No conozco de verdad en toda la Biblia que debería alcanzarnos con tanto poder y ternura como la del Amor de Dios; y no hay verdad en la Biblia que a Satán más le gustaría borrar. Por más de seis mil años ha estado tratando de persuadir a los hombres que Dios no los ama. Él logró hacer creer esto a nuestros primeros padres; y muy frecuentemente lo logra con sus hijos.
Las dimensiones del amor de Dios
En Efesios 3:18, se nos habla de «la anchura y la longura y la profundidad y la altura», del amor de Dios. Muchos creemos que conocemos algo del amor de Dios; pero por siglos reconoceremos que nunca hemos descubierto demasiado de éste. Colón descubrió América: ¿pero qué conoció de sus grandes lagos, ríos, bosques, y el valle del Misisipi? Él murió, sin conocer mucho acerca de lo que había descubierto.
Cuando queremos conocer del amor de Dios debemos ir al Calvario. ¿Podemos mirar esa escena, y decir que Dios no nos amó? Esa cruz habla del amor de Dios. Nunca ha sido manifestado más grande amor que aquel mostrado en la cruz. ¿Qué impulsó a Dios a dar a Cristo? ¿qué impulsó a Cristo a morir -si no fue el amor?
«Nadie tiene mayor amor que este, que ponga alguno su vida por sus amigos» (Juan 15:13).
Cristo puso su vida por sus enemigos; Cristo puso su vida por sus asesinos; Cristo puso su vida por los que le odiaban; y el espíritu de la cruz, el espíritu del Calvario, es el amor. Cuando se burlaban y se mofaban de Él, ¿qué dijo?
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34).
Eso es amor. Él no hizo bajar fuego del cielo para consumirlos; sólo había amor en su corazón.
El amor de Dios no cambia
Si estudia la Biblia descubrirá que el amor de Dios no cambia. Muchos que le amaron a usted en otro tiempo quizás se hayan enfriado en su afecto, y se hayan apartado: puede ser que su amor haya cambiado en odio. No es así con Dios. Está escrito de Jesucristo, justo cuando iba a ser separado de sus discípulos y llevado al Calvario, que:
«como había amado a los suyos que estaban en el mundo, amólos hasta el fin» (Juan 13:1).
Él sabía que uno de sus discípulos le traicionaría; sin embargo Él amó a Judas. Él sabía que otro discípulo le negaría, y que juraría que nunca lo conoció; y sin embargo Él amó a Pedro. Era el amor que Cristo tenía por Pedro lo que quebrantó su corazón, y lo que le llevó dolorido a los pies de su Señor. Por tres años Jesús había estado con los discípulos tratando de enseñarles su amor, no sólo por su vida y sus palabras, sino también por sus obras. Y, la noche de su traición, Él toma una vasija de agua, ceñido con una toalla, y tomando el lugar de un sirviente, lava sus pies: Él quería convencerlos de su amor inalterable.
No hay porción de la Escritura que yo lea tan frecuentemente como Juan 14; y no hay otra que sea más dulce para mí. Nunca me canso de leerla. Escuche lo que nuestro Señor dice, cuando derrama su corazón por sus discípulos:
«En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos, y los guarda, aquél es el que me ama; y el que me ama, será amado de mi Padre» (14:20, 21).
Piense del gran Dios que creó el cielo y la tierra amándonos a usted y a mí…
«El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos con él morada» (14:23).
Quiera Dios que nuestras pequeñas mentes puedan entender esta gran verdad, de que el Padre y el Hijo nos amaron tanto que ellos desean venir y morar con nosotros. No para permanecer por una noche, sino para venir y morar en nuestros corazones. Tenemos otro pasaje todavía más sorprendente en Juan 17:23.
«Yo en ellos, y tú en mí, para que sean consumadamente una cosa; que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado, como también a mí me has amado.»
Creo que esta es una de las expresiones más notables que alguna vez salieron de los labios de Jesucristo. No había razón por la cual el Padre no lo amaría. Él fue obediente hasta la muerte; Él nunca transgredió la ley del Padre, ni se desvió del camino de perfecta obediencia ni una pizca. Es muy diferente con nosotros, y sin embargo, a pesar de toda nuestra rebelión y necedad, Él dice que si confiamos en Cristo, el Padre nos ama como ama al Hijo. ¡Maravilloso amor! ¡Grandioso amor! Que Dios pueda amarnos como ama a su propio Hijo parece demasiado bueno para ser verdad. Sin embargo esa es la enseñanza de Jesucristo.
Es difícil hacer que un pecador crea en este inalterable amor de Dios. Cuando un hombre se ha vagado lejos de Dios, piensa que Dios lo aborrece. Debemos hacer una distinción entre el pecado y el pecador. Dios ama al pecador; pero aborrece al pecado. Él aborrece el pecado porque éste arruina la vida del hombre. Es justamente porque Dios ama al pecador que aborrece al pecado.
El amor de Dios es infalible
El amor de Dios no sólo es inalterable, sino también infalible. En Isaías 49:15,16 leemos:
«¿Olvidaráse la mujer de lo que parió, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque se olviden ellas, yo no me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas te tengo esculpida: delante de mí están siempre tus muros.»
El amor humano más fuerte que conocemos es el amor de una madre. Muchas cosas separarán a un hombre de su esposa. Un padre puede dar la espalda a su hijo; hermanos y hermanas pueden llegar a ser tenaces enemigos; los maridos pueden abandonar sus esposas; las esposas a sus maridos. Pero el amor de una madre soporta todo. En buena fama, con mala fama, a pesar de la condenación del mundo, una madre ama, y espera que su hijo pueda regresar de sus malos caminos y arrepentirse. Ella recuerda las sonrisas infantiles, la alegre risa de la niñez, la promesa del joven. La muerte no puede extinguir el amor de una madre; éste es más fuerte que la muerte.
Usted ha visto una madre cuidando a su niño enfermo. ¡Cuán gustosamente ella llevaría la enfermedad en su propio cuerpo si pudiera así aliviar a su niño! Semana tras semana ella se mantendrá cuidándolo; ella no dejará que nadie más cuide a ese niño enfermo.
«Este es mi muchacho; lo amo a pesar de todo»
Un amigo mío, algún tiempo atrás, estaba de visita en un bello hogar donde se encontró con varios amigos. Después de que todos se fueron, habiéndose olvidado algo, regresó para recobrarlo. Allí encontró a la dueña de a casa, una dama adinerada, sentada detrás de un pobre prójimo que lucía como un vagabundo. Él era su propio hijo. Como el pródigo, él se había extraviado mucho, sin embargo la madre dijo: «Este es mi muchacho; lo amo a pesar de todo.» Tome una madre con nueve o diez hijos: si uno se aparta por malos caminos, ella parece amar a ése más que a cualquiera de los otros.
Se cuenta la historia de una joven mujer en Escocia, que dejó su hogar, y se convirtió en una paria en Glasgow. Su madre la buscó por todas partes, pero en vano. Finalmente, hizo que se colgara su retrato en las paredes de las salas de las Midnight Mission, adonde recurrían mujeres abandonadas. Muchas dieron al retrato un vistazo de pasada. Una permaneció mucho tiempo ante aquél. Este es el mismo rostro querido que le miraba cuando niña. Ella no había olvidado ni desechado a su pecadora hija; o su retrato nunca habría sido colgado sobre aquellas paredes. Los labios parecían abrirse y susurrar: «Vuelve a casa: te perdono, te amo a pesar de todo». La pobre muchacha quedó abrumada con sentimientos. Ella era la hija pródiga. Ver el rostro de su madre le había quebrado el corazón. Ella se dolió verdaderamente por sus pecados, y con un corazón lleno de congoja y vergüenza, regresó a su abandonado hogar; y madre e hija fueron unidas una vez más.
El amor de Dios sobrepasa al amor de una madre
Pero permítame decirle que el amor de una madre no puede ser comparado con el amor de Dios; ni puede medir la altura o la profundidad del amor de Dios. Ninguna madre en este mundo amó a su hijo como Dios nos ama a usted y a mí. Piense del amor que Dios debió haber tenido cuando dio a su Hijo para morir por el mundo. Yo acostumbraba pensar mucho más de Cristo que del Padre. De un modo u otro tenía la idea de que Dios era un juez duro; por lo que Cristo vino entre Dios y yo, y aplacó la ira de Dios. Pero después fui padre, y durante años tuve un solo hijo, mirando a mi muchacho pensaba del Padre dando a su Hijo para morir; y me parecía que se requería más amor por parte del Padre al dar a su Hijo, que por parte del Hijo al morir. ¡Oh, el amor que Dios debe haber tenido por el mundo cuando dio a su Hijo para morir por éste!
«De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16).
Nunca he sido capaz de predicar de ese texto. Muchas veces pensé que lo haría: pero es tan elevado que nunca pude ascender hasta su cúspide; solamente lo citaba y continuaba. ¿Quién puede sondear la profundidad de aquellas palabras: «De tal manera amó Dios al mundo»? Nunca podemos escalar las alturas de su amor o sondear sus profundidades. Pablo oraba para poder conocer la altura, la profundidad, la longura, y la anchura, del amor de Dios; pero éste iba más allá de su hallazgo. Éste «excede a todo conocimiento» (Efesios 3:19).
La cruz de Cristo habla del Amor de Dios
Nada nos habla del amor de Dios, como la cruz de Cristo. Venga conmigo al Calvario, y mire al Hijo de Dios cuando cuelga allí. ¿Puede oír ese taladrante clamor de sus agonizantes labios: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34) y decir que él no lo ama?
«Nadie tiene mayor amor que este, que ponga alguno su vida por sus amigos» (Juan 15:13).
Pero, Jesucristo puso su vida por sus enemigos.
Otro pensamiento es éste: Él nos amó mucho antes de que siquiera pensáramos en Él. La idea de que Él no nos ama si primeramente no le amamos nosotros, no se puede encontrar en la Escritura. En 1 Juan 4:10 está escrito:
«En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a nosotros, y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.»
Él nos amó antes de que nosotros siquiera pensáramos en amarle. Usted amó a sus hijos antes de que ellos conocieran acerca de su amor. Y así, mucho antes de que siquiera pensáramos en Dios, nosotros estábamos en sus pensamientos.
¿Qué trajo al pródigo al hogar? Fue el pensamiento de que su padre lo amaba. Suponga que le hubiesen llegado noticias de que había sido despreciado, y que su padre no se interesaba más de él, ¿hubiera regresado? ¡Jamás! Pero le surgió el pensamiento de que su padre le amaba a pesar de todo: entonces se levantó, y regresó a su hogar. Querido lector, el amor del Padre debe volvernos a Él. La calamidad y el pecado de Adán fueron los que revelaron el amor de Dios. Cuando Adán cayó Dios vino y le trató en misericordia. Si alguno se pierde no será porque Dios no lo ama: será porque ha resistido el amor de Dios.
¿Qué hará atractivo al cielo?
¿Serán las puertas de perlas o las calles de oro? No. El cielo será atractivo, porque allí contemplaremos al que nos amó tanto como para dar su Hijo unigénito para morir por nosotros. ¿Qué hace atractivo al hogar? ¿Son sus hermosos muebles y las habitaciones señoriales? No; algunos hogares con todo esto son como sepulcros blanqueados.
En Brooklyn había una madre moribunda; y fue necesario apartarle de su hija, porque la pequeña niña no podía entender la naturaleza de la enfermedad, y molestaba a su madre. Todas las noches la niña sollozaba por dormir en una casa vecina, porque ella quería regresar con su madre; pero la madre empeoró, y no podían llevar la niña al hogar. Finalmente la madre murió; y después de su muerte pensaron que lo mejor era no dejarla ver a su madre muerta en el ataúd. Luego del entierro la niña corrió en una sala exclamando «¡Mamá! ¡mamá!» y luego en otra exclamando»¡Mamá! ¡mamá!» y así registró la casa entera, y cuando la pequeña criatura falló en encontrar a aquella amada, clamó para ser llevada otra vez con los vecinos. Así, lo que hace atractivo al cielo es el pensamiento de que veremos a Cristo que nos amó y se dio a sí mismo por nosotros.
Si me pregunta porque Dios debería amarnos, no podría responderle. Supongo que es porque Él es un verdadero Padre [Nota del traductor: es importante aclarar que esto se dice en el sentido de que los sentimientos de Dios por todos los pecadores son amorosos como los de un verdadero padre, no en cuanto a que todo hombre tenga la adopción de hijo de Dios. Ésta es obtenida sólo por un nuevo nacimiento del Espíritu de Dios como el mismo autor explica más adelante; ser hijo de Dios implica el ser salvo y heredero de la vida eterna (Juan 1:12, Juan 3:3, Romanos 8:15, Gálatas 4:6,7)]. Su naturaleza es amar; así como la naturaleza del sol es brillar. Él quiere que usted participe de ese amor. No permita que la incredulidad lo mantenga lejos de Él. No piense que, porque es un pecador, Dios no lo ama, o que no se interesa por usted. ¡Él lo hace! Él quiere salvarle y bendecirle.
«Porque Cristo, cuando aún éramos flacos, a su tiempo murió por los impíos.» (Romanos 5:6).
¿No es eso suficiente para convencerlo que Él le ama? Él no hubiera muerto por usted si no lo hubiera amado. ¿Es su corazón tan duro como para que puedas estar firme contra su amor, y despreciarlo e ignorarlo? Puede hacerlo: pero será bajo su riesgo.
Puedo imaginar que algunos están diciéndose: «Sí, creemos que Dios nos ama, si lo amamos, creemos que Dios ama al puro y santo.» Permítanme decirles, mis amigos, Dios no sólo ama al puro y el santo: Él también ama al impío.
«Mas Dios encarece su caridad para con nosotros, porque siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.» (Romanos 5:8).
Dios lo envió para morir por los pecados de todo el mundo. Si usted pertenece al mundo, entonces es destinatario de este amor que ha sido exhibido en la cruz de Cristo.
El secuestro de Charlie Ross
Hay un pasaje en Apocalipsis (1:5) sobre el cual pienso muchísimo:
«Al que nos amó, y nos ha lavado».
Podría pensarse que Dios primero nos lavaría, y que luego nos amaría. Pero no, primero nos amó. Hace casi ocho años hubo gran conmoción en Norteamérica por Charlie Ross, un niño de cuatro años, que fue raptado. Dos hombres en una canoa le preguntaron a él y a un hermano mayor si querían algunos caramelos. Entonces huyeron con el muchacho más joven, dejando al mayor. Hombres fueron a Gran Bretaña, Francia, y Alemania, y han buscado al niño en vano. La madre todavía vive con la esperanza de que verá a su Charlie perdido hace tiempo. No recuerdo que todo el país estuviera tan agitado por algún acontecimiento excepto por el asesinato del Presidente Garfield. Bien, suponga que la madre de Charlie Ross estuviera en alguna reunión; y que mientras el predicador estuviera hablando, ella mirara entre la asistencia y viera a su hijo perdido hace tiempo. Supongamos que él fuera pobre, que estuviera sucio y harapiento, sin calzado ni abrigo, ¿qué haría ella? ¿Esperaría hasta que se lavara y hasta que se vistiera decentemente antes de encontrarlo? No, ella subiría inmediatamente a la plataforma, se precipitaría hacia él y lo tomaría en sus brazos. Después lo limpiaría y lo vestiría. Así es con Dios. Él nos amó, y nos lavó. Puedo imaginar a alguno diciendo: «Si Dios me ama, ¿por qué no me hace bueno?» Dios quiere en el cielo hijos e hijas; no quiere máquinas o esclavos. Él podría quebrantar nuestros obstinados corazones, pero quiere atraernos hacia Él con las cuerdas del amor.
Él quiere que usted se siente con Él en la cena de las bodas del Cordero; quiere lavarlo, y hacerlo más blanco que la nieve. Él quiere que usted camine con Él por el suelo de cristal en aquel mundo bienaventurado. Él quiere adoptarlo en su familia, y hacerlo un hijo o una hija del cielo. ¿Pisoteará usted su amor? ¿o, en este momento, se entregará a Él?
El toque de una madre.
Cuando nuestra terrible guerra civil estaba transcurriendo, una madre recibió la noticia de que su muchacho había sido herido en la batalla del Desierto. Tomó el primer tren, fue en busca de su muchacho, aunque una orden había salido del Departamento de Guerra de que no serían admitidas más mujeres dentro de las líneas. Pero el amor de una madre no sabe nada sobre órdenes; y se arregló con lágrimas y ruegos para pasar por las líneas hasta el Desierto. Al fin encontró el hospital donde estaba su muchacho. Entonces fue al doctor y le dijo: «¿Me dejará ir al pabellón y cuidar a mi muchacho?» El doctor dijo: «Acabo de conseguir que su muchacho duerma: está en un estado muy crítico; y me temo que si lo despierta, la excitación será tan grande que lo matará. Mejor debería esperar un poco, y permanecer fuera hasta que le diga a él que usted ha venido y le comunique las noticias gradualmente.» La madre miró al doctor y dijo: «¡Doctor, suponiendo que mi muchacho no se despierte, y que yo nunca lo vea vivo! Déjeme ir a sentarme a su lado; no le hablaré.» «Si usted no le habla puede hacerlo», dijo el doctor.
Ella se acercó cautelosamente hasta el catre y observó el rostro de su muchacho. ¡Cómo había deseado verle! ¡Cómo sus ojos parecían regocijarse cuando contemplaban su semblante! Cuando estuvo bastante cerca no pudo mantener sus manos quietas, ella puso esa tierna, amorosa mano sobre su frente. En el momento que su mano tocó la frente de su muchacho, él, sin abrir sus ojos, exclamó: «¡Madre, has venido!» Él conocía el toque de aquella amorosa mano. Había amor y simpatía en éste.
La ternura de Jesús
Ah, pecador, si sintieras el amante toque de Jesús lo reconocerías; éste está tan lleno de ternura. El mundo puede tratarte severamente, pero Cristo nunca lo hará. Nunca tendrás un mejor amigo en este mundo. Lo que necesitas es acudir a Él hoy. Permite que su amoroso brazo te rodee; deja que su amorosa mano esté sobre ti; y Él te sujetará con gran poder. Él te guardará, y llenará ese corazón tuyo con su ternura y amor.
Puedo imaginar a alguno de ustedes diciendo: «¿Cómo acudiré a Él?» Oh, de la misma forma como acudiría a su madre. ¿Ha causado a su madre una gran herida y un gran mal? Si es así, usted va a ella y le dice: «Madre, quiero que me perdones.» Trate a Cristo de la misma manera. Vaya a él hoy y dígale que no lo ha amado, que no lo ha tratado bien; confiese sus pecados, y verá cuan rápidamente le bendecirá.
Un perdón de Abraham Lincoln
Me acuerdo de otro incidente -el de un muchacho que había sido juzgado por una corte marcial y se dispuso que fuera fusilado. Los corazones del padre y la madre fueron deshechos cuando oyeron las noticias. En ese lugar había una pequeña muchacha. Ella había leído la vida de Abraham Lincoln, y dijo: «Ahora, si Abraham Lincoln conociera cuanto amaron mi padre y mi madre a su muchacho, no dejaría que mi hermano sea fusilado.» Ella quería que su padre fuera a Washington a suplicar por su muchacho. Pero el padre dijo: «No; es inútil: la ley debe seguir su curso. Ellos han rehusado perdonar a algunos que han sido sentenciados por esa corte marcial, y se emitió una orden para que el Presidente no interfiera de nuevo; si un hombre ha sido sentenciado por una corte marcial, él debe sufrir las consecuencias.»
Ese padre y esa madre no tenían fe para creer que su muchacho podría ser perdonado. Pero la pequeña muchacha tenía una fuerte esperanza.
Ella subió al tren en Vermont lejos al norte, y partió hacia Washington. Cuando llegó a la Casa Blanca los soldados le impidieron la entrada; pero ella les contó su dolorosa historia, y le permitieron pasar. Cuando llegó a la oficina del Secretario, donde estaba el secretario privado del Presidente, él rehusó dejarla pasar a la oficina privada del Presidente. Pero la muchachita le contó su historia, y esto tocó el corazón del secretario privado; entonces la dejó pasar. Cuando entró en la oficina de Abraham Lincoln, había senadores de los Estados Unidos, generales, gobernadores, y líderes políticos, que estaban allí por importantes cuestiones de la guerra; pero el Presidente alcanzó a ver a la pequeña parada junto a su puerta. Él quiso saber lo que buscaba, y ella fue directamente hacia él y le dijo su historia con sus palabras. Él era un padre, y grandes lágrimas corrieron por las mejillas de Lincoln. Él escribió un despacho y lo envió al ejército para que aquel muchacho fuera enviado a Washington inmediatamente. Cuando él llegó, el Presidente lo perdonó, le otorgó treinta días de licencia, y lo envió a casa con la pequeña muchacha para confortar los corazones del padre y la madre.
¿Quiere saber como ir a Cristo? Vaya como esa muchachita fue a Abraham Lincoln. Puede ser que usted tenga una sombría historia para contar. Dígale todo; no le oculte nada. Si Abraham Lincoln tuvo compasión por esa pequeña muchacha, oyó su petición, y la contestó, ¿cree usted que el Señor Jesús no oirá su oración? ¿Cree que Abraham Lincoln, o cualquier hombre que alguna vez vivió sobre la tierra, tuvo tanta compasión como Cristo? ¡No! Él se conmoverá cuando ningún otro se conmovería; tendrá misericordia cuando nadie la tendría, tendrá compasión cuando nadie más la tendría. Si va directamente a Él, confesando su pecado y su necesidad, Él lo salvará.
La libertad de un prisionero
Hace algunos años un hombre dejó Inglaterra y fue a América. Era un inglés; pero fue naturalizado, y así llegó a ser un ciudadano norteamericano. Después de algunos años se sintió intranquilo e insatisfecho, y fue a Cuba; y después de llegar a Cuba, estalló una pequeña guerra civil allí; esto fue en 1867; y este hombre fue arrestado por el gobierno español como un espía. Fue juzgado por una corte marcial, encontrado culpable, y se ordenó que fuera fusilado. Todo el juicio fue llevado a cabo en idioma español, y el pobre hombre no sabía lo que estaba sucediendo. Cuando le dijeron el veredicto en el que fue declarado culpable y que había sido condenado a ser fusilado, se comunicó con el Cónsul norteamericano y con el Cónsul inglés, y expuso todo su caso ante ellos, probando su inocencia y reclamando protección. Ellos examinaron el caso, y encontraron que este hombre a quien los oficiales españoles habían condenado a ser fusilado era perfectamente inocente. Fueron al General español y le dijeron: «Este hombre a quien han condenado a morir es inocente: él no es culpable.» Pero el General español dijo: «Él ha sido juzgado por nuestra ley; él ha sido encontrado culpable; debe morir.» No había cablegrama; y estos hombres no podían consultar con sus gobiernos.
Llegó la mañana en la que el hombre iba a ser ejecutado. Él fue llevado en una carreta sentado sobre su ataúd, hasta el lugar donde iba a ser ejecutado. Se cavó una fosa. Sacaron el ataúd de la carreta, pusieron al joven hombre sobre éste, tomaron la capucha negra, y la estaban poniendo sobre su cabeza. Los soldados españoles esperaban la orden para disparar. Pero justo entonces los cónsules norteamericano e inglés llegaron. El Cónsul inglés saltó del carruaje y tomó la bandera Británica, y la envolvió alrededor del hombre, y el Cónsul norteamericano lo rodeó con su bandera, y entonces volviéndose hacia los oficiales españoles dijeron: «Disparen sobre estas banderas, si se atreven.» Ellos no se atrevieron a disparar sobre las banderas. Había dos grandes gobiernos detrás de aquellas banderas. Eso fue la clave de esto.
«Llevóme a la casa del banquete, Y su bandera sobre mí fue amor… Su izquierda esté debajo de mi cabeza, Y su derecha me abrace» (Cantares 2:4,6).
Gracias a Dios podemos venir bajo la bandera hoy si queremos. Su bandera de amor es sobre nosotros. Bendito Evangelio; benditas, preciosas noticias. Crea hoy, reciba esto en su corazón; y entre en una nueva vida. Permita que el amor de Dios sea derramado en su corazón por el Espíritu Santo hoy: ello alejará la oscuridad; ello alejará la tristeza; ello alejará el pecado; y la paz y el gozo serán suyos.
Me gusto el emnsaje, bendiciones.