Lectura: Romanos 12:9-21
Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia.
Efesios 4:31.
En las primeros días de la TV, había una popular comedia conocida por sus chistes forzados. Entre el elenco de actores había un hombre corpulento que tenía el fastidioso hábito de punzar a la gente con el dedo. Llegó un momento en que uno de los otros personajes no pudo aguantarlo más.
«Estoy listo para enfrentarlo –le dijo con jactancia a un amigo–. Coloqué un cartucho de dinamita en el bolsillo de mi chaleco, y la próxima vez que me pinche, se le va a volar el dedo.»
Acariciar un sentimiento de venganza es como tener un cartucho de dinamita escondido en el bolsillo. Una actitud tan volátil puede desencadenar explosiones que no sólo harán un daño irreparable a otras personas sino también a ti.
En el Sermón del Monte, Jesús advirtió a su audiencia acerca de los perjudiciales efectos de la ira (Mt. 5:23, 24). Pablo apremió a sus lectores a deshacerse de toda «amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia» (Ef. 4:31). Y Dios dice: «Mía es la venganza, yo pagaré» (Ro. 12:19).
Cuando te aíras por las acciones desconsideradas o maliciosas de otro, satura tu dinamita emocional con oración. Pídele al Espíritu Santo que te ayude a olvidar todo pensamiento de venganza y, en lugar de vengarte, que te ayude a «vencer con el bien el mal» (v. 21).
La venganza es una espada de dos filos que hiere al que la esgrime.
--VCG/NPD