Matanza satánica: La sexta trompeta
Apocalipsis 9: 13-21
La humanidad se encuentra entre dos esferas espirituales opuestas, cada una buscando conformar a las personas a sí. Nadie es neutral en la batalla cósmica; todo el mundo es parte de “la potestad de las tinieblas” o del “reino de su amado Hijo” (Col. 1:13). Al entregarse a una esfera u otra, los seres humanos se convierten en compañeros de Dios, o compañeros de Satanás; compañeros de los santos ángeles, o compañeros de los demonios; compañeros de los santos, o compañeros de los pecadores.
Poner en duda esta realidad es el error más grave que una persona puede cometer, porque tomar la decisión equivocada resulta en un desastre eterno. Dios ofrece a las personas el evangelio de vida del Señor Jesucristo; Satanás y las fuerzas del infierno engañan a las personas para su destrucción, al exponer delante de ellos “los deleites temporales del pecado” (He. 11:25). Las fuertes voces del infierno siempre han tratado de opacar la predicación del evangelio.
Viene un día en el que el llamado de sirena del infierno será tan alto que será casi irresistible. Las personas de ese tiempo ignorarán la repetida y poderosa predicación del evangelio y las advertencias que comunican los terribles y devastadores juicios de Dios. Habiendo rechazado todos los ofrecimientos de la gracia y la misericordia, verán la muerte venir sobre la humanidad a través de los juicios de los trompetas y las copas, que llevarán muerte en una escala sin precedente en la historia humana. A pesar de eso no se arrepentirán; en realidad, maldecirán a Dios (cp. 9:20-21; 16:9, 11). Las personas en aquel tiempo habrán tomado la decisión irrevocable de ponerse al lado de las fuerzas del infierno.
Aunque habrá juicios divinos durante todos los siete años de tribulación, irán en aumento durante los últimos tres años y medio, el tiempo que Jesús llamó “la gran tribulación” (Mt. 24:21; cp. Ap. 7:14). Como se ha analizado en capítulos anteriores, esos juicios se revelarán de forma secuencial en tres series: los sellos, las trompetas y las copas. Del séptimo sello vienen los siete juicios de las trompetas, y de la séptima trompeta vienen los siete juicios de las copas.
Al igual que la quinta trompeta (9:1-12), el toque de la sexta trompeta anuncia otro, y más severo, ataque demoníaco sobre la humanidad pecadora. Este ataque, a diferencia del anterior, trae muerte. Se muestra en tres etapas: la liberación de los demonios, el regreso de la muerte y la reacción de desafío.
LA LIBERACIÓN DE LOS DEMONIOS
El sexto ángel tocó la trompeta, y oí una voz de entre los cuatro cuernos del altar de oro que estaba delante de Dios, diciendo al sexto ángel que tenía la trompeta: Desata a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río Éufrates. (9:13-14).
En su turno, en el momento determinado, el sexto ángel tocó su poderosa trompeta. De inmediato Juan oyó una voz. En el texto griego, al decir literalmente “una voz”, se subraya que Juan oyó una única y solitaria voz. No se identifica la voz, pero es posible que sea la del Cordero, el Señor Jesucristo. Se le presentó anteriormente cerca del trono (5:6), cuando tomó el libro con los siete sellos de la mano del Padre (5:7) y abrió sus sellos (6:1), desencadenando de esta forma la serie de juicios de los cuales el de la sexta trompeta es parte. O pudiera ser la voz del ángel a quien Juan había visto cerca del altar de oro del incienso (8:3).
Aunque no sea posible identificar el origen de la voz, su ubicación sí: vino de entre los cuatro cuernos (pequeñas protuberancias en cada esquina) del altar de oro que estaba delante de Dios. Juan ya había visto ese altar, la contraparte celestial del altar de incienso del Antiguo Testamento, dos veces antes en sus visiones. En el tabernáculo y en el templo, este altar era un lugar donde se quemaba el incienso, simbolizando las oraciones del pueblo por misericordia subiendo a Dios. Pero en la visión de Juan, el altar de oro se convirtió en un altar de intercesión imprecatoria, cuando los santos mártires rogaban ahí por la venganza inmisericorde de Dios para sus asesinos (6:9-1 1). Luego en 8:5 se convirtió en un altar de juicio, cuando un ángel tomó su “incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra”. Su acción preparó la escena para los juicios de las trompetas, que siguieron en breve tiempo.
El altar de incienso original se describe en detalles en Éxodo 30:1-10:
Harás asimismo un altar para quemar el incienso; de madera de acacia lo harás. Su longitud será de un codo, y su anchura de un codo; será cuadrado, su altura de dos codos; y sus cuernos serán parte del mismo. Y lo cubrirás de oro puro, su cubierta, sus paredes en derredor y sus cuernos; y le harás en derredor una cornisa de oro. Le harás también dos anillos de oro debajo de su cornisa, a sus dos esquinas a ambos lados suyos, para meter las varas con que será llevado. Harás las varas de madera de acacia, y las cubrirás de oro. Y lo pondrás delante del velo que está junto al arca del testimonio, delante del propiciatorio que está sobre el testimonio, donde me encontraré contigo. Y Aarón quemará incienso aromático sobre él; cada mañana cuando aliste las lámparas lo quemará. Y cuando Aarón encienda las lámparas al anochecer, quemará el incienso; rito perpetuo delante de Jehová por vuestras generaciones. No ofreceréis sobre él incienso extraño, ni holocausto, ni ofrenda; ni tampoco derramaréis sobre él libación. Y sobre sus cuernos hará Aarón expiación una vez en el año con la sangre del sacrificio por el pecado para expiación; una vez en el año hará expiación sobre él por vuestras generaciones; será muy santo a Jehová.
Como se observa en el análisis de 8:4-5 en el capítulo 18 de este volumen, el altar del incienso estaba ubicado frente al velo que separaba el Lugar santísimo, donde moraba la presencia de Dios, del Lugar santo. Nadie sino el sumo sacerdote podía entrar en el Lugar santísimo y él solamente el día de la Expiación. Pero a1 sumo sacerdote se le permitía entrar en el Lugar santo, y tenía la orden de quemar incienso en el altar del incienso cada mañana y cada tarde. Aunque por lo regular no se ofrecían los sacrificios en el altar del incienso, el sumo sacerdote tenía que ofrecer sacrificio de expiación sobre él una vez al año. Esto ilustra la importante verdad bíblica de que la expiación provee el fundamento de la oración, la adoración y la comunión con Dios. Nadie cuyos pecados no hayan sido expiados tiene acceso a Dios.
De modo chocante, del altar asociado con misericordia vinieron palabras de juicio. Dios es misericordioso, compasivo y amoroso, pero “no contenderá [su] espíritu con el hombre para siempre” (Gn. 6:3). Cuando ocurran estos juicios de las trompetas, el tiempo para la misericordia habrá pasado; el altar de misericordia se convertirá en altar de juicio. Los hombres pecadores finalmente habrán rechazado por completo el ofrecimiento de salvación misericordiosa de Dios. Como dijera el escritor de Hebreos:
El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo (le Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo:
Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! (He. 10:28-31).
La voz proveniente de la superficie del altar entre las cuatro salientes esquinas, de modo explícito le ordenó al sexto ángel que tenía la trompeta: Desata a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río Éufrates. El que los cuatro ángeles.., están atados indica que son demonios (cp. 20:lss; 2 P. 2:4; Jud. 6), ya que en ninguna parte de las Escrituras se dice que los ángeles estén atados. Corno los santos ángeles siempre cumplen perfectamente la voluntad de Dios, no hay necesidad de que Él los refrene para que hagan lo contrario a su voluntad. El control de Dios sobre las fuerzas demoníacas es total, ellos están atados o se liberan a su orden. El participio perfecto traducido atados implica que esos cuatro ángeles estuvieron atados en el pasado con resultados permanentes; estaban en una condición o estado de cautiverio hasta el tiempo determinado por Dios para que se les soltase para cumplir su función como instrumentos del juicio divino.
El lugar donde estaban aprisionados esos cuatro ángeles resulta conocido, el gran río Éufrates (cp. Dt. 1:7; Jos. 1:4). Naciendo de fuentes cercanas al Monte Ararat en Turquía el Éufrates corre más de tres mil kilómetros antes de llegar al Golfo Pérsico. Es el río más largo y más importante en el Oriente Medio, y se destaca en el Antiguo Testamento. Fue uno de los cuatro brazos en los que se dividía el río que salía del Huerto del Edén (Gn. 2:14). Fue cerca del Éufrates que comenzó el pecado, que se dijo la primera mentira, que se cometió el primer asesinato y se construyó la torre de Babel (el origen de todo un complejo de religiones falsas que se dispersaron por todo el mundo). El Éufrates era la frontera este de la Tierra Prometida (Gn. 15:18; Éx. 23:31; Dt. 11:24), y la influencia de Israel se extendió hasta el Éufrates durante los reinados de David (1 Gr. 18:3) y Salomón (2 Gr. 9:26). La región cercana al Éufrates fue la ubicación central de las tres potencias que oprimieron a Israel: Asiria, Babilonia y Medopersia. Fue a orillas del Éufrates que Israel padeció setenta años de larga, amarga y fatigosa cautividad (cp. Sal. 137:1-4). Es el río que cruzarán los enemigos de Dios para la batalla de Armagedón (16:12-16).
El empleo del artículo definido sugiere que esos cuatro ángeles forman un grupo específico. No se revela su identidad precisa, pero pudieran ser los demonios que controlaron los cuatro más grandes imperios del mundo, Babilonia, Medo Persia, Grecia y Roma. Daniel 10 da ideas sobre la guerra entre los santos ángeles y los demonios que tienen influencia en naciones específicas. En el versículo 13 un santo ángel le dijo a Daniel que “el príncipe del reino de Persia se [le] opuso durante veintiún días; pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para [ayudarlo], y [quedó] allí con los reyes de Persia”. Después, en el versículo 20 añadió: “~Sabes por qué he venido a ti? Pues ahora tengo que volver para pelear contra el príncipe de Persia; y al terminar con él, el príncipe de Grecia vendrá”. Quienesquiera que sean, estos cuatro poderosos ángeles caídos controlan un gran ejército demoníaco listo para salir a la guerra contra la humanidad caída, cuando Dios los libere para hacerlo. Las fuerzas satánicas, imaginando que están haciendo la obra de su líder el diablo, y frustrando hostilmente los propósitos de Dios, son realmente los siervos de Dios que hacen precisamente lo que Él quiere que se haga.
EL REGRESO DE LA MUERTE
Y fueron desatados los cuatro ángeles que estaban preparados para la hora, día, mes y año, a fin de matar a la tercera parte de los hombres. Y el número de los ejércitos de los jinetes era doscientos millones. Yo oí su número. Así vi en visión los caballos y a sus jinetes, los cuales tenían corazas de fuego, de zafiro y de azufre. Y las cabezas de los caballos eran como cabezas de leones; y de su boca salían fuego, humo y azufre. Por estas tres plagas fue muerta la tercera parte de los hombres; por el fuego, el humo y el azufre que salían de su boca. Pues el poder de los caballos estaba en su boca y en sus colas; porque sus colas, semejantes a serpientes, tenían cabezas, y con ellas dañaban. (9:15-19)
La muerte, que se había tomado unas vacaciones bajo la quinta trompeta (9:5-6), ahora vuelve sedienta; fueron desatados los cuatro ángeles (los atados en el río Éufrates; y. 14) que estaban preparados por Dios para esa exacta hora, día, mes y año (cp. Mt. 24:36). En el momento preciso en el año, mes y día predeterminados y a la hora exacta, según el plan soberano de Dios, Él desatará estos cuatro demonios de alto rango para poderlos usar en su continuado juicio sobre el mundo.
El propósito estremecedor y aterrador de estos líderes de los demonios y sus huestes era matar a la tercera parte de los hombres (“los que moran en la tierra”; 8:13). El juicio del cuarto sello mató a un cuarto de los pobladores de la tierra (6:8); esta otra tercera parte hace que el número de víctimas mortales de solo estos dos juicios ascienda a más de la mitad de la población de la tierra, antes de la tribulación. Este alarmante total no incluye a los que perecieron en los otros juicios de los sellos y las trompetas. El énfasis repetido a través de los juicios de las trompetas en la tercera parte (cp. 8:7-12) demuestra convincentemente que son juicios divinos controlados y precisos, y no simples desastres naturales.
La terrible matanza desestabilizará completamente la sociedad humana. Solo el problema de ubicar los cuerpos muertos será inconcebible. El olor nauseabundo de los cuerpos que se corrompen irrumpirá en el mundo, y requerirá un esfuerzo enorme por parte de los sobrevivientes para enterrarlos en tumbas comunes o quemarlos. Cómo harán esos demonios para infringir muerte se revela específicamente en el versículo 18.
La matanza de mucho más de mil millones de personas requerirá una inimaginable y poderosa fuerza. Juan informó que el número de los ejércitos de los jinetes era asombrosamente de doscientos millones. Es muy probable que este sea un número exacto, o se hubieran empleado especificaciones más generales, como las empleadas en 5:11 y 7:9. Entonces, como si esperara que algunos escépticos dudarían de ese gran número, Juan enfáticamente insistió en la precisión del número, dando testimonio al decir Yo oí su número. Además de los demonios que han vagado por la tierra a lo largo de la historia, las “huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6:12) arrojadas hacía poco a la tierra (cp. 9:1; 12:4), y los incontables demonios encarcelados liberados del abismo al sonar de la quinta trompeta, viene un nuevo ejército de demonios de doscientos millones. El uso del plural ejércitos pudiera implicar que las fuerzas de ataque se dividirán en cuatro ejércitos, cada uno dirigido por uno de los demonios anteriormente atados.
Algunos han sugerido que este es el ejército humano que se menciona en 16:12, y conducido por “los reyes del oriente”, indicando que el ejército de la China comunista presuntamente llegaba a los doscientos millones durante la década de los setenta. Pero no se hace referencia al tamaño del ejército comandado por los reyes del oriente. Además de eso, ese ejército llega a escena durante el juicio de la sexta copa, que tiene lugar durante la séptima trompeta, no la sexta. Aunque pudiera haber en ese tiempo un ejército permanente de doscientos millones, la imposibilidad de tomar posiciones, suministros, y de trasladar a tan gigantesca fuerza humana por todo el globo, también es un elemento contra la posibilidad de que sea un ejército humano. El lenguaje figurado que se emplea para describir a los caballos de este ejército, sugiere que es una fuerza sobrenatural, no humana, como lo sugiere también el hecho de que esté dirigida por cuatro demonios recién desatados.
Antes de describir a los caballos, los reales agentes de destrucción, Juan describe brevemente a sus jinetes. Observó que los jinetes.., tenían corazas de fuego, de zafiro y de azufre. El color del fuego es rojo; el del zafiro, azul oscuro o negro como humo; el del azufre, un amarillo sulfuroso, describiendo la roca que, al encenderse, produce llamas y un gas sofocante. Estos son los colores y los rasgos del mismo infierno (cp. 14:10; 19:20; 20:10; 21:8), y ofrecen una terrible imagen de la ira de Dios derramada sobre el mundo pecador por esos demonios. Estos colores recuerdan la destrucción de Sodoma, Gomorra y las ciudades vecinas (Gn. 19:24-28).
En las Escrituras a menudo se asocia caballos con la guerra (p. ej. Ex. 14:9ss; Dt. 11:4; 20:1; Jos. 11:4; 1 S. 13:5; 2 S. 1:6; 8:4; Sal. 33:17; Pr. 21:31; Is. 5:28; Jer. 6:23; Ez. 23:23-24; 38:4, 15; Dn. 11:40; Os. 1:7; JI. 2:4; Nah. 3:2-3), pero es evidente que estos no son caballos reales. Empleando el lenguaje descriptivo de su visión, Juan observó que las cabezas de los caballos eran como cabezas de leones. Como los leones, estas fuerzas de demonios, despiadada, feroz y determinadamente asecharon y asesinaron a sus víctimas. Juan señala tres formas en las que los caballos de los demonios mataban a sus víctimas, todas ellas representando la furia violenta y devastadora del infierno. Las incineraban y las asfixiaban con humo y azufre. Juan vio que la devastadora consecuencia de este ataque mortal de los demonios iba a ser la muerte de la tercera parte de los hombres; por el fuego, el humo y el azufre que salían de su boca.
Debe observarse que la palabra plagas aparecerá con frecuencia en el resto de Apocalipsis (11:6; 15:1, 6, 8; 16:9, 21; 18:4, 8; 21:9; 22:18) como un término para los destructivos juicios finales. Como si la descripción que había dado no fuera ya bastante aterradora, Juan ve más acerca del poder mortal de los demonios. Se le hace saber que no solo el poder de los caballos estaba en su boca, sino también en sus colas. Habiendo comparado las cabezas de los caballos a leones salvajes, Juan observa que sus colas eran mortíferas, semejantes a serpientes, tenían cabezas, y con ellas dañaban. Las colas de los caballos no eran en realidad serpientes, ya que los caballos no eran en realidad caballos. El caballo estaba ungido con fuerza militar, el león con un poder cruel y mortal, la serpiente con veneno mortal. Estas metáforas describen el carácter sobrenatural y mortífero de esas fuerzas demoníacas en términos que por lo general se entienden en el reino natural. A diferencia de las picadas de los escorpiones durante el ataque demoníaco anterior (9:5), las mordidas de serpientes de estas huestes serán fatales.
LA REACCIÓN DE DESAFÍO
Y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar; y no se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus hurtos. (9:20-21)
La muerte de una tercera parte del remanente de la población de la tierra será el desastre más catastrófico que estremecerá la tierra desde el diluvio. Sin embargo, en una asombrosa muestra de dureza de corazón, los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron. Es difícil de imaginar que después de arios de sufrimiento y muerte bajo los terribles juicios de Dios, unido a la poderosa predicación del evangelio por los ciento cuarenta y cuatro mil evangelistas judíos (7:1-8), los dos testigos (11:1-14), un ángel en el cielo (14:6-7) y otros creyentes (Mt. 24:14), los sobrevivientes seguirán negándose a arrepentirse. Como aquellos que rechazaron a Jesús viendo sus milagros, oyendo sus poderosos mensajes y la predicación de su resurrección, ellos «[cumplirán] la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor? Por esto no [podrán] creer, porque también dijo Isaías: Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, y yo los sane» (Jn. 12:38-40). Por no prestar atención a la advertencia bíblica «Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones» (He. 4:7), ellos perecerán (cp. Ap. 16:9, 11). Trágicamente, escogerán adorar al dragón y a la bestia (el anticristo) en vez de al Cordero (cp. 13:4-8).
Concluyendo su narración de esta asombrosa visión, Juan relaciona cinco pecados representativos del desafío de los que no quieren arrepentirse. En primer lugar, no se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar (cp. DL. 4:28; Sal. 1.15:5-7; 135:16-17). Desde la caída, el hombre ha practicado siempre la idolatría, adorando las obras de sus manos. Se emplea esta frase a lo largo de las Escrituras para referirse a los ídolos (cp. Dt. 27:15; 31:29; 2 R. 19:18; 22:17; 2 Cr. 32:19; 34:25; Sal. 135:15; Is. 2:8; 17:8; 37:19; Jer. 1:16; 25:6, 7,14; 32:30; 44:8; Os. 14:3; Mi. 5:13; Hag. 2:14; Hch. 7:41). En los tiempos antiguos (e incluso en algunas culturas actuales) las personas adoraban imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar (vea las fuertes denuncias de Dios contra tal pecaminosa locura en Sal. 115:1-8; Is. 40:19-20; 44:8-20; Jer. 10:3-5; Drn. 5:23; cp. Ro. 1:18-32). Pero adorar cualquier imagen o falsa deidad es en realidad adorar a los demonios (Dt. 32:17; Sal. 106:37). La Septuaginta (la traducción griega del Antiguo Testamento), traduciendo el Salmo 96:5 dice: «Todos los dioses de los pueblos son demonios». El apóstol Pablo declaró que «lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican» (1 Co. 10:20). Cuando las personas adoran a los ídolos, dioses que no existen, los demonios que sí existen usurparán la personalidad de esos dioses, y mantendrán a esos idólatras cautivos en su poder demoníaco y su engaño. Las religiones falsas no están exentas de lo sobrenatural; tienen mucho de ello, porque son las mejores oportunidades que tienen los demonios para capturar almas. Ellos son las fortalezas de 2 Corintios 10:4-5, que deben atacarse con la verdad para que las almas puedan liberarse. En ese momento de la historia humana, la idolatría, el misticismo, el espiritismo, el satanismo y todas las demás formas de religión falsa, se convertirán en algo universal, mientras los demonios conducen a las personas hacia una actitud más malvada y depravada. La maldad estará de forma desenfrenada, incontenible, cada vez con mayor desenfreno, como nunca antes en la historia humana (cp. 1 Ti. 4:1; 2 Ti. 3:1-5, 13). Como resultado, además de la idolatría, los delitos violentos como los homicidios se verán de forma incontrolada. Despojadas de todo sentido de moralidad, las personas malvadas, no arrepentidas, imitarán a las huestes de demonios en su deseo desenfrenado de sangre. Los creyentes en el Dios verdadero serán, si dudas, sus blancos principales, vengándose en ellos por los desastres que Dios les ha lanzado.
Juan describe el tercer pecado que, en su visión, va a caracterizar ese trágico tiempo, como las hechicerías, una palabra griega de la que se derivan las palabras españolas «farmacia» y «farmacéutico». Se creía, y aún se cree, que las drogas causan un estado religioso superior de comunión con deidades. (Para un análisis de tales prácticas, vea Efesios, Comentario MacArthur del Nuevo Testamento [Grand Rapids: Editorial Portavoz, 2002].) Pharmakōn también puede referirse a venenos, amuletos, encantos, sesiones espiritistas, brujerías, encantaciones, hechizos, contacto con médiums, o cualquier objeto ligado a la idolatría pagana para producir lujuria o para seducir. Las personas se hundirán hasta el fondo en las trampas satánicas de la religión falsa.
El cuarto pecado del que los no regenerados rechazarán alejarse es la fornicación. Porneia (fornicación) es la raíz de la palabra española «pornografía». Es un término general que describe el pecado sexual de cualquier tipo, ya sea fornicación, adulterio, violaciones u homosexualidad. En ese tiempo se verán perversiones sexuales indescriptibles sin freno alguno.
Por último, las personas no querrán arrepentirse de sus hurtos. Al igual que la moralidad, no habrá honradez, ya que las personas competirán por el aumento de la escasez de comida, ropa, agua, abrigo y medicinas.
Bajo la influencia de las grandes fuerzas demoníacas, el mundo descenderá al pantano de la religión falsa, del asesinato, de la perversión sexual y del delito de una forma sin paralelo en la historia humana. Es algo muy serio entender que el Señor vendrá un día «para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él» (Jud. 15). A la luz de ese juicio venidero, es la responsabilidad de todos los creyentes proclamar fielmente cl evangelio a los incrédulos, para así «[arrebatarlos] del fuego» (Jud. 23).