Cada rasgo de la pluma sobre el pergamino resonaba en los oídos de Pablo mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Estaba solo, en prisión, y su corazón suspiraba por las iglesias. Y escribía: “Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, según la promesa de la vida que es en Cristo Jesús, a Timoteo, amado hijo . . . “ (2 Timoteo 1:1-2).
Su desolación era más de lo que podía resistir. Cerró los ojos, respirando profundamente, despacio. Una paz sobrenatural inundó todo su ser: la gracia de Dios es más que suficiente. Si no podía estar con las iglesias que había fundado, entonces les escribiría. Y fue así como las estimuló a pelear la buena batalla de la fe, a continuar con la obra de Dios y a confiar en que Dios les supliría todas sus necesidades en todo sentido.
Por eso escribió a Timoteo: “ . . participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Timoteo 1:8-9).
Y se encontraba en condiciones deprimentes para confrontar la muerte. La cárcel era para los criminales, no para los fieles siervos de Dios. No obstante, Pablo estaba consciente del plan eterno de Dios y él sabía que en el cielo le estaba preparado mayor galardón que cualquier cosa que este mundo pudiera ofrecer. Estaba decidido a no desperdiciar el tiempo que le quedaba de vida conmiserándose a sí mismo.
Pablo había sido fiel. Había vivido su vida obedeciendo la Palabra de Dios. Si el Señor juzgaba conveniente alejarlo del campo misionero era debido a que Él tenía un propósito mayor que Pablo debería cumplir. Por el momento su única opción era escribir cartas: el Señor determinaba que con eso bastaba.
Desde su conversión en el camino a Damasco hasta su muerte, Pablo vivió para hablar a otros de Cristo. El era un ejemplo de la vida cristiana de devoción y determinación. Pablo era un erudito, habiéndo recibido la enseñanza de uno de los grandes maestros de su tiempo. No obstante, todo lo que aprendió a los pies de Gamaliel palidecía comparado con la verdad que había obtenido en las aulas de Dios.
Pablo confrontó circunstancias increíbles y, sin embargo, Dios le dio la fuerza para vencerlas todas. En lugar de sentirse abrumado, se convirtió en conquistador. Hasta que fue ejecutado, el anciano apóstol inspiró a sus colaboradores a cuidar de las iglesias y predicar el Evangelio con entereza.
Todas las enseñanzas de Pablo se concentran en esas hermosas cartas a las iglesias. Su amor a Dios jamás disminuyó y él permaneció fiel al Señor. En verdad Pablo peleó la buena batalla, acabó la carrera que le fue propuesta y recibió la corona que Dios le tenía reservada.
Pablo tropezó con situaciones molestas en extremo. Sin embargo, sus sufrimientos no lograron doblegar su espíritu indómito porque el poder de Dios estaba a su alcance. Gracias a esas adversidades Pablo aprendió a vivir la vida cristiana por fe y no por vista. Si se hubiera dado por vencido, nosotros nos habríamos perdido el estímulo e instrucción de sus cartas en el Nuevo Testamento.
Pablo no pudo imaginar que sus exhortaciones serían una parte tan importante y poderosa de la santa Palabra de Dios. Tampoco supo del gran impacto que sus palabras reconfortantes de esperanza y verdad tendrían en los creyentes a través de la historia.
A semejanza de Pablo, las pruebas nos enseñarán a confiar en Dios total y absolutamente. La luz de su verdad ilumina las circunstancias de nuestra vida, y la sabiduría que obtenemos perdura por toda la vida. Dios ensancha nuestra fe porque ve hasta lo más profundo de nuestro corazón. Él ve nuestras heridas y temores, pero también está al tanto de nuestro gran potencial.
Quizá estemos confundidos tocante a como manejar nuestras pruebas difíciles; sentimos que somos prisioneros de nuestras circunstancias. No obstante, no desmayemos y no nos demos por vencidos. Toda prueba, todo obstáculo que surja en nuestro camino ha sido confeccionado por Dios a la medida de su voluntad para nosotros. Él se ha comprometido a prepararnos para vivir para Él y servirlo con gozo por toda la eternidad. Sigamos el ejemplo de Pablo y perseveremos; permitamos que la obediencia y la determinación que provienen de Dios sean la fibra indómita de nuestra vida. Nuestra obediencia traerá consigo bendiciones sorprendentes a muchas otras vidas y el Dios de paz y consuelo nos bendecirá con su plenitud.