Lectura: 2 Timoteo 4:6-18
Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día….
—2 Timoteo 4:8.
En su libro en inglés Men At work [Hombres trabajando], el columnista George Will menciona la firme rectitud que muestran los árbitros de béisbol. Escribe él: «La firmeza no es suficiente sino necesaria. Una vez, cuando Babe Pinelli eliminó a Babe Ruth [uno de los más grandes jugadores de béisbol norteamericano de todos los tiempos] de la oportunidad al bate por tres intentos fallidos, Ruth respondió con un razonamiento erróneo (como hacen los populistas) tomando números en bruto para argumentar un asunto: «Aquí hay 40.000 personas que saben que esa fue una bola, no un intento fallido, cabeza de chorlito.» Pinelli contestó con el señorío comedido de un John Marshall: «Es posible, pero la mía es la única opinión que cuenta.»»
El apóstol Pablo sabía que al final de nuestros días sólo una opinión importará: la del Árbitro máximo, el «Juez justo» ante quien jugamos el partido de la vida (2 Ti. 4:8).
Cuando escribía su segunda carta a Timoteo, Pablo se encontraba sentado en un calabozo frío y húmedo. Igual que un atleta que había empleado su fortaleza en ganar un premio, Pablo había perseverado. Durante sus treinta años de ministerio, mil voces lo habían apremiado a hacer trampa en la carrera, a tirar la toalla, a contemporizar su fe. Pero Pablo había decidido que no prestaría atención a las voces de la multitud. Sólo tenía un Juez a quien agradar. Estaba preparado para encontrarse con el Árbitro del universo.
¿Estás preparado tú también para encontrarte con Él?
El veredicto de Dios es el que cuenta.
-HWR/NPD