¿Alguna vez ha escuchado por casualidad una conversación entre sus hijos y los amigos de ellos y se ha preguntado que quién los habrá criado? «¿Quién les habrá enseñado esas cosas? –se pregunta usted– ¿De dónde habrán sacado esos principios? Cuando se trata del discipulado de nuestros hijos, estas preguntas tocan el meollo de la paternidad cristiana.
Abrigamos la esperanza de que nuestros hijos estén aprendiendo lo necesario acerca de Cristo en la escuela dominical. Si tenemos los medios, los enviamos a colegios cristianos, esperando que eso sea de suficiente ayuda para ellos. Pero ¿en realidad sabemos cuánto comprenden, cuánto han aprendido y cuánto pueden poner en práctica en sus vidas?
Algunos de nosotros sentimos como que somos espectadores, viendo como nuestros hijos están siendo llevados por la corriente de nuestra sociedad. La lucha por las mentes de nuestros hijos se ha intensificado grandemente en las décadas recientes. La televisión, la música y las amistades que vienen de hogares desechos están influyendo en nuestros hijos desde todos los ángulos. A como están las cosas, ¿cómo podemos hacer verdaderos discípulos de nuestros hijos?
Pues, tenemos que aprender de Cristo; Él hizo verdaderos discípulos de sus seguidores. Sus discípulos oyeron lo que Él dijo y vieron lo que Él hizo. Nuestros hijos harán lo mismo. Tal vez no nos demos cuenta de ello, pero los hijos observan a sus padres para ver cuánto practican de lo que creen. «Hay un periodo en la infancia en el que es fácil instruir a los niños en las cosas espirituales –dice el Dr. James Dobson, escritor y psicólogo de niños–. Durante esos años ellos aprenden a diferenciar entre el bien y el mal y su concepto de Dios empieza a formarse».
El Dr. Dobson compara la etapa que va del nacimiento a los siete años con la vida de un polluelo. Cuando un pollito sale del cascarón empieza a seguir e imitar lo primero que ve, creyendo que es su madre. Dobson hace hincapié en que debemos aprovechar esta etapa de la vida para enseñar e instruir bien a nuestros hijos, porque «la falta de instrucción durante ese periodo crítico puede llegar a limitar, años más tarde, la devoción del niño hacia Dios.
«Es muy posible que el niño perciba la indecisión o la confusión moral de su padre de una manera ampliada –escribe el Dr. Dobson–. Después de la adolescencia media, que termina más o menos a los 15 años de edad, a los hijos les molesta que les digan lo que deben creer.
A ellos no les gusta que los fuercen a aceptar las creencias. Es mejor darles más autonomía en lo que deben creer. Si desde pequeños se les instruyó bien, los hijos tendrán una guía interna que los estabilizará en la vida. El adoctrinamiento oportuno es la clave para los hábitos espirituales que ellos tendrán cuando sean adultos».
¿Pero qué es exactamente lo que nuestros hijos observan en nosotros con tanta atención? La receta la encontramos en Deuteronomio 6.4-9: «Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas».
Es decir, debemos hablar de la fe a nuestros hijos toda vez que tengamos la oportunidad de hacerlo estando en la casa, no importa lo que estemos haciendo. Debemos hacer del Señor Jesucristo parte integral de la vida de la familia. Cuando nuestros hijos vean que amamos al Señor de todo nuestro corazón, de toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas, sabrán que lo que decimos no es pura palabrería.
Si queremos dejar a nuestros hijos una herencia espiritual, no podemos hacerlo por medio de un testamento, de una ceremonia ni de una transacción; sino que debemos demostrársela todos los días de nuestra vida. Proverbios 22:6 manda a los padres a instruir «al niño en su camino», y promete que «aun cuando fuere viejo no se apartará de él». Los colegios cristianos y las actividades de la iglesia no pueden tomar el lugar de los padres en la enseñanza e instrucción de los hijos.
Es muy fácil comprometerse más de la cuenta en el trabajo y en otras cosas fuera del hogar. Es muy fácil dejar que la tiranía de lo urgente tome el lugar de lo que es más importante. Algunas veces, el trajín diario es lo que más nos distrae de nuestro deber de criar a nuestros hijos en la disciplina y amonestación del Señor.
Si bien es cierto que nuestros hijos terminarán tomando muchas de sus propias decisiones, sin embargo, la Biblia contiene instrucciones claras para que los padres hagan verdaderos discípulos de sus hijos.