“¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo” (Lc 1:28). Estas fueron las palabras que el ángel Gabriel dijo a María. Lucas las escribió en el evangelio que lleva su nombre, junto con la narración detallada del nacimiento de Cristo.
La palabra “favorecida” también aparece en Efesios 1:6, sólo que ahí se aplica a todos los creyentes. Esta palabra significa “lleno de gracia”. Los que creemos en Cristo conocemos la gracia de Dios de una manera única e inigualable a cualquier cosa que el mundo pueda ofrecernos. Dios ha derramado su gracia en nosotros los creyentes no porque seamos muy buenos o porque hayamos hecho algo para merecerla, sino porque cuando nos convertimos a Cristo, Él vino a morar en nosotros por el poder del Espíritu Santo.
Nuestra vida manifiesta la gracia de Dios no porque hayamos llegado a un nivel espiritual superior o hayamos hecho grandes cosas, sino porque Dios nos ha salvado del castigo del pecado. Esto es prueba de la gracia de Dios para con los que creen en su Hijo.
Las palabras de Gabriel no terminaron con el saludo de gracia de parte de Dios para María. Él le comunicó algo aún más importante: “Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS” (Lucas 1:30-31).
El nombre que Dios Padre escogió para su Hijo quiere decir “Jehová es salvación”. Dios estaba acercándose a su creación y poniendo en marcha su plan para la redención de la humanidad, el cual cambiaría el curso de la historia para siempre.
Cuando estamos ante una tarea gigantesca es fácil pasar por alto los detalles del plan eterno de Dios. Desde que éramos niños se nos ha enseñado acerca del nacimiento de Cristo. Sabemos que Jesús fue concebido en el vientre de María por el poder del Espíritu Santo y que Dios era su padre. José se sometió a la voluntad de Dios y llegó a ser parte importante del relato de la Navidad. Los pastores oyeron el anuncio del nacimiento de Jesús por boca de un ángel, y luego se les aparecieron una multitud de ángeles que alababan a Dios. Días después del nacimiento de Cristo, hombres sabios del oriente llegaron para adorarle.
Pero estas cosas que ocurrieron en torno al nacimiento de Cristo pueden oscurecer el propósito de su venida. Cristo vino al mundo con el propósito de dar paz a todos los que creen en Él: paz mental, paz emocional y, sobre todo, paz con Dios.
Cristo vino a buscar y salvar a los perdidos, tal como lo dice en Lucas 19:10, y también vino a traer a nuestras almas cargadas e inseguras la paz eterna de Dios. El profeta Isaías llamó “Príncipe de paz” al Mesías que había de venir (Is 9:6).
El apóstol Pablo nos recuerda que: “Por cuanto agradó al Padre que en él [en Cristo] habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Col 1:19-20).
La paz es prueba de la salvación de Dios y nos muestra su deseo de reconciliar al hombre consigo. En un sentido literal, la raíz de la palabra significa “atar” e implica una relación de armonía entre Dios y el hombre. Sólo aquellos que conocen personal e íntimamente al Señor Jesucristo pueden conocer la verdadera paz de Dios.
Los creyentes que no han aprendido a hacer suya la paz de Dios a menudo experimentan turbación y ansiedad en sus vidas. Los discípulos estuvieron con el Señor todos los días, sin embargo, muchas veces no hicieron suya la paz que es en Cristo.
Cuando estaban en medio del mar de Galilea y se desató una tormenta, se atemorizaron al ver la furia del mar. El Señor estaba durmiendo en la popa de la barca, pero ellos no comprendieron la magnitud del poder que tenían a su alcance porque se olvidaron de que el Hijo de Dios estaba con ellos.
Cuando lo despertaron, Él al instante hizo calmar la tempestad y las olas. Cristo trajo paz a la situación apremiante en que estaban –situación que según ellos iba a acabar con sus vidas. Fue entonces cuando se dieron cuenta una vez más del poder infinito de Dios.
¿Cómo es posible que Gabriel le dijera a María “no temas”? La respuesta es algo fundamental de la fe cristiana: Gabriel conocía al que lo había enviado. Cuando habla con Zacarías, en Lucas 1:19, Gabriel le dice: «Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios”.
El mensajero de Dios sabía muy bien lo que es estar en la presencia del Dios Todopoderoso. Él estaba muy consciente de la importancia de su misión y de lo que esta representaba para María. También comprendía que la paz perfecta era prueba de la presencia de Dios.
Cuando estamos pasando por dificultades, podemos contar con la paz de Dios así como pudieron hacerlo los discípulos y María. El Señor es nuestra paz; Él puede calmar el corazón más atribulado.
María no podía imaginarse cómo Dios iba a llevar a cabo todo lo que Gabriel le había dicho; sin embargo, ella creyó a las palabras dichas por el mensajero de Dios. Lucas pone por escrito la certeza de la fe de María: «Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones.
Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre » (Lucas 1:46-49).
La fe es esencial si queremos tener un fundamento firme para la paz en nuestra vida. Antes de su muerte, el Señor dijo a sus discípulos: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo» (Juan 14:27). El mundo no puede extinguir la paz inefable de Dios. Esto es lo que Cristo le ofrece a usted en esta Navidad: paz aun en medio de situaciones que parecen imposibles de soportar. María se sintió sobrecogida por la realidad del poder de Dios y no se atrevió a decirle que no. Aunque la situación parecía demasiado difícil para su mente humana, ella lo aceptó por fe y con humildad.
Ella también confió en que Dios supliría cualquier cosa que necesitara. José llegó a ser parte muy importante del evento de la Navidad. Cuando confiamos en Dios y le obedecemos, podemos esperar siempre recibir una bendición.
La paz que Dios nos ofrece no tiene que ver nada con lo que nosotros podamos hacer o lograr. Su paz está basada en el hecho de que Él vino al mundo como un niño recién nacido –indefenso y frágil, con el fin de poder identificarse personalmente con nuestros dolores y con nuestras alegrías, necesidades y emociones. No había mejor manera de que Dios nos mostrara su amor que dándose a nosotros por completo. Esta es nuestra esperanza y nuestra paz. Es el regalo de Navidad que nos ha sido dado con tanto amor y ternura que sólo podía estar contenido en la vida preciosa del Señor Jesucristo.
Tal vez algunos piensen que el anuncio de Gabriel puso en marcha los nubarrones de la incertidumbre en la vida de María; pero desde el punto de vista de Dios no fue así. Habrá ocasiones en que el Señor permitirá que enfrentemos situaciones extremadamente difíciles, pero lo hará por razones que Él ha ordenado: para glorificar su nombre y bendecirnos.
F. B. Meyer escribe: «La tormenta es como el borde de su manto, lo que apunta a su aparición, lo que rodea su presencia. ¡Atrévase a confiar en Él y a seguirle! Descubrirá que las mismas fuerzas que detuvieron su progreso y le amenazaron con destruir su vida, por la palabra del Señor se convertirán en el material para construir una senda hacia la libertad».
No había ninguna manera fácil de que Cristo naciera y se identificara plenamente con la naturaleza humana del hombre. Dios escogió la única manera posible de hacerlo, y María respondió con fe y amor; por tanto, recibió la paz de Dios.
¿Está usted enfrentando alguna situación que lo hace sentirse ansioso, temeroso, inquieto o angustiado? Si se deja dominar por el temor, se sentirá solo, aislado, desamparado y sin propósito verdadero en la vida.
La venida de Cristo nos recuerda que Dios tiene dominio sobre todas las cosas. Él es nuestra paz, y tiene un plan eterno para cada uno de nosotros.
En esta Navidad, al celebrar el nacimiento del Hijo de Dios, pida al Señor que le haga ver su amor por usted. La Navidad, no es otra cosa que la demostración del amor de Dios hacia nosotros. Un canto navideño lo dice claramente:
¡Noche de paz, noche de amor!
Todo duerme en derredor,
Entre los astros que esparcen su luz,
Bella, anunciando al niñito Jesús,
Brilla la estrella de paz.
Que en esta Navidad y durante todo el año la paz y el amor de Dios llenen su corazón y le guarden de todo temor.