Lidia de Tiatira

Ese lunes por la mañana en particular era distinto. Lidia se detuvo en el mercado bullicioso y su carpa estaba tan atestada de gente como de costumbre. Algunos desconocidos preguntaban a sus obreros acerca de esa prenda de vestir de color púrpura y aquella otra escarlata. Otros preguntaban como obtener el tinte púrpura. Lidia era “vendedora de púrpura” y su negocio marchaba viento en popa, pero tenía otra razón para apretar el paso.

Al acercarse a los puestos, Lidia escogió los moluscos, los mariscos, de los cuales sus obreros extraerían su conocido tinte. El jugo de los mariscos seguía siendo blanco mientras estaba en las venas del animal, pero al ser expuesto al sol se transformaba en los más vistosos colores púrpura y carmesí.

Lidia sonrió cuando se percató de la ironía. Ella había sido como el líquido que le producía ganancias considerables. Había vivido una vida frívola, gris. Su verdadera valía y brillantez había salido a la superficie sólo al quedar expuesta al Sol de justicia.

Nada había sido igual desde dos días atrás, cuando su facilidad para relacionarse con los desconocidos llevó a su grupo de mujeres a reunirse con una banda itinerante de predicadores. Había celebrado su acostumbrada reunión en la ribera del río. Pero luego llegaron Pablo y Silas con las noticias cautivadoras que todas las promesas, pactos y predicciones de las Escrituras judías se habían cumplido en la vida de Jesús de Nazaret. Lidia creyó, fue bautizada con toda su familia y ahora hospedaba a Pablo y sus compañeros como huéspedes misioneros en su impresionante residencia.

“Aunque no cabe duda de que en aquel tiempo representaba a la ‘mujer moderna’, es decir, a la empresaria que había logrado tener éxito, más tarde vino a representar lo que fue más significativo: la nueva convertida a la fe de Cristo –escribe la autora Edith Deen–. Qué espíritu tan fervoroso, qué humildad tan profunda, qué perspicacia tan penetrante, qué valor tan indómito se necesitó para aceptar el relato de ese nuevo evangelio”.

La historia de Lidia se encuentra consignada en Hechos 16:12-15, 40. Es un corto relato de la primera convertida europea y es poderoso por las lecciones que imparte.

Cuando Pablo la conoció, lo más probable es que era una viuda gentil o una mujer soltera que era prosélita judía (“adoraba a Dios”, según Hch 16:14). Debido a que el negocio de los tintes era lucrativo y debido a que tenía siervos y una casa lo suficientemente amplia como para hospedar a todo el grupo de Pablo, casi todos los eruditos creen que era adinerada.

Es probable que Lidia llevara el nombre de su región nativa. Su lugar de origen era Tiatira, ciudad en la región de Asia Menor llamada Lidia. Tenía cuatro grandes ciudades: Éfeso, Esmirna, Sardis, Filadelfia y Tiatira, conocida por el comercio del tinte.

No cabe duda de que Lidia adquirió su pericia en su tierra natal antes de mudarse al Occidente y abrir y establecer su negocio en las prósperas playas de Filipos. Su conversión revela cuán providencialmente Dios extiende su reino por distintos medios, siendo de no poca importancia el hecho de que usa a personas de buena posición económica. Cualquiera que sea nuestra situación, haríamos bien en emular a esta gran santa y su:

Vigor. Poco después de aceptar a Cristo como su salvador Lidia invitó a esos emisarios del Señor a posar en su hogar. “Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor –le dijo a Pablo– entrad en mi casa y posad” (v. 15). Luego, el relato concluye diciendo: “Y nos obligó a quedarnos”. No se trató de una oferta caprichosa; fue la súplica vehemente de una mujer sedienta de Dios. Al instante, el Señor la usó para alojar al ministro más importante de la Iglesia Primitiva, que penetró en Europa más extensamente gracias a su generosidad.

Sacrificio. El negocio de Lidia posiblemente se resintió un poco debido a su conversión. Consideremos que gran parte del negocio de los tintes se debía a quienes compraban prendas de vestir de color púrpura para la realeza o por quienes buscaban vestimentas ornamentadas para las imágenes de sus dioses paganos. Vestir a un rey humano no va más allá de ser un negocio secular; pero, como creyente, quizá Lidia se negó a vender mercancía a los adoradores de dioses falsos.

“Sus clientes de la tela púrpura o de sus tintes, probablemente se burlarían del Evangelio de Cristo, pero Lidia no esperó para constatarlo –escribe Deen–. Ella puso primero a Cristo y luego a su negocio”.

Si su negocio lo resintió en algo, su mentor le enseñó que lo estimara como basura, para ganar a Cristo (Filipenses 3:8).

Compromiso. Lo más probable es que la primera iglesia en Europa se haya reunido dentro de los muros de la amplia residencia de Lidia. Ella no sólo puso su casa a la disposición de la iglesia sino, es casi seguro, también sus amplios recursos para ayudar a extender el Evangelio de Cristo. Y, lo más notable, hizo a un lado sus preocupaciones relacionadas con su reputación en la comunidad de negocios y hospedó a presos –Pablo y compañía– después de haber salido de la cárcel de Filipos (v. 40).

¿Cuántos de nosotros –más instruidos en la Palabra de Dios y menos restringidos por las expectativas de nuestra sociedad– usamos nuestro tiempo, talentos, y bienes para el Señor sin dejarnos intimidar? ¿Cuántos de nosotros ofreceríamos la vida tal y como el mismo Pablo escribiera con gran júbilo: “Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros, siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros, por vuestra comunión en el evangelio, desde el primer día hasta ahora” (Flp 1:3-5).

Tomado de En Contacto


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