“TODO INDICIO DE CONFIANZA EN UNO MISMO DEBE SER ANIQUILADO POR EL PODER DE DIOS. EL MOMENTO EN QUE RECONOCEMOS NUESTRA DEBILIDAD ABSOLUTA Y NUESTRA DEPENDENCIA DE ÉL SERÁ EL MISMO MOMENTO EN QUE EL ESPÍRITU DE DIOS EXHIBIRÁ SU PODER”. OSWALD CHAMBERS
Antes que Simón Pedro comenzara a sanar a los enfermos y a hablar con poder y autoridad que llevó a miles de personas a Cristo, fracasó. No fracasó sólo una vez, ni dos; fracasó muchas veces. Pero gracias a esos fracasos Pedro aprendió a reaccionar cuando las circunstancias no estaban a su favor.
Quizá el fracaso más estrepitoso fue cuando casi se ahogó mientras andaba sobre las aguas del mar de Galilea al ir al encuentro del Señor Jesús.
Como pescador, no cabe duda de que Pedro conocía los peligros del mar. Y esa noche en que se atrevió a andar sobre las aguas no era precisamente la mejor noche para hacerlo. El viento y las olas azotaban la barca a medida que los discípulos avanzaban hacia la playa opuesta.
Pero cuando los discípulos vieron al Señor andando sobre las aguas, Pedro quiso hacerle compañía. “Entonces le respondió Pedro: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Y Él dijo: Ven” (Mt 14:28-29a). Al caminar hacia el Señor los ojos de Pedro estaban sobre el Señor. Pero luego el viento y las olas comenzaron a hacer que su fe flaqueara y comenzó a hundirse.
F. B. Meyer explica que el fracaso de Pedro se debió a algo más serio que simplemente el viento y las olas: “Es obvio que una de las razones de su fracaso fue que fijó su atención en la turbulencia de los elementos en lugar de fijarla en el rostro y la presencia del Señor. Pero la razón más profunda de su fracaso fue que su fe era imperfecta; tenía una falla. El más leve ingrediente de soberbia invalida la acción de la fe. El paso que tomemos y que creamos que es bueno y correcto, tiende al fracaso ya que, casi inconscientemente, el factor soberbia, vanagloria, jactancia o egoísmo está deteriorando nuestra alma.
La soberbia contribuye en grado sumo a nuestros fracasos. El rey Salomón escribe: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu” (Pr 16:18). Aunque el orgullo de Pedro pudo haber contribuido a su fracaso, él no permitió que lo ahogara.
¿Cómo hacer frente al fracaso? La reacción inicial de Pedro nos da la respuesta. A medida que el mar comenzó a tragarse a Pedro, él se dio cuenta de su fracaso. En medio de la tormenta violenta en cosa de segundos él pasó de experimentar paz y poder increíbles al andar sobre las aguas, a la sensación de agobio y desesperación.
Luego nos demostró cómo hacer frente a nuestros fracasos: “… y comenzando a hundirse, dio voces diciendo: ¡Señor, sálvame!” (Mt 14:30).
El amor de Pedro hacia el Señor Jesús fue mayor que su orgullo. Gracias a su relación íntima con el Señor, Pedro se dio cuenta de cuánto necesitaba depender de Él. Y cuando llegó el momento de la prueba, Pedro comenzó a hundirse en el mar.
Si tomamos a Pedro por modelo de cómo hacer frente al fracaso, veremos a un valiente que no se avergonzó de clamar por auxilio. Pedro quizá se sintió muy confiado en sí mismo al desafiar al viento y las olas mientras daba los primeros pasos, pero cuando su vista ya no estuvo fija en el Salvador y comenzó a confiar en sus propias fuerzas, de inmediato fue humillado. En ese momento de desesperación no perdió tiempo pidiendo auxilio a los otros discípulos, sino que llamó al Señor Jesús.
“Para nosotros es muy difícil, y en particular para personas que tienen muchos dones y talentos, llegar ante Dios en el momento de ineptitud frustrante –dice el Dr. Stanley–. Luchamos en contra de eso: ‘Voy a lograrlo. Voy a esforzarme más. Voy a ser más fuerte. Voy a pensar en el éxito y sólo en lo positivo’, decimos. Y mientras intentamos hacer lo mejor Dios hace que hagamos lo peor a fin de llevarnos al punto de la dependencia espiritual”.
No debemos esperar resolver nuestros fracasos por nuestras propias fuerzas ya que eso mismo fue lo que nos llevó al fracaso. Aunque Pedro no había conquistado su orgullo, se vio obligado a esforzarse para aprender a depender del Señor.
A veces el orgullo traerá un fracaso momentáneo, pero nuestro amor y nuestra dependencia del Señor siempre nos da la victoria decisiva. Oswald Chambers escribe: “Todo indicio de confianza en uno mismo debe ser aniquilado por el poder de Dios. El momento en que reconocemos nuestra debilidad absoluta y nuestra dependencia de Él será el mismo momento en que el Espíritu de Dios exhibirá su poder”.
Cuando fracasamos delante de Dios Él no quiere que demos media vuelta y huyamos. Simplemente desea que clamemos y volvamos nuestros ojos a Él, y Él transformará nuestro momento de fracaso en el momento en que experimentamos su gracia salvadora.