La Única Solución Para El Pecado
En algún momento en nuestro pasado hubo sensibilidad al pecado. Aunque el pecado ha existido desde que la humanidad cayó en el huerto de Edén, no estábamos acostumbrados a permitir que el pecado saturara cada aspecto de nuestra sociedad.
Los pecadores que practicaban su pecado no eran aceptados y con frecuencia eran censurados por sus acciones. No obstante, lo que antes permanecía oculto ahora se practica abiertamente sin la menor indicación de pena ni vergüenza.
Al pensar en la pureza de Dios y en su amor eterno por la humanidad, debemos preguntarnos si hemos entregado nuestro corazón a las maldades de la época. Lo cierto es que el pecado nos roba nuestra inocencia. Contamina nuestras vidas con tinieblas espirituales tan profundas e intensas que sólo una cosa puede salvarnos: la muerte expiatoria del Señor Jesucristo.
Aunque Dios pudo habernos dado la espalda, en lugar de eso Él eligió tendernos la mano en amor y perdón. No hay pecado que sea más poderoso que el amor de Dios; ningún pecador se encuentra tan alejado que no pueda acercarse a Dios.
La verdad acerca del pecado es el título del artículo principal de este mes. Sin embargo, antes de voltear las páginas para leerlo, tome unos minutos para pedir a Dios que lo haga sensible a cualquier pecado que usted tenga en su vida. Si el pecado está presente, ore y acepte el perdón que Él le ofrece, basándose en la obra consumada por Cristo en la cruz del Calvario, que es el pago suficiente por todos sus pecados. Aunque el pecado tiene muchas consecuencias, ninguna de ellas puede impedirle experimentar la misericordia y la gracia de Dios. Pero usted tiene la palabra al respecto.
Para toda persona que todavía no conoce a Cristo como su salvador sólo puede haber un camino de la muerte eterna y desesperanza a la vida eterna y gozo. Y usted, ¿ya conoce ese camino? ¿Ya ha decidido entrar en la luz y el cuidado del amor eterno de Dios? Puede hacerlo hoy mismo elevando la siguiente oración:
Padre celestial, he pecado contra ti. Confieso que te he desobedecido y he buscado vivir mi vida independientemente de ti. Pero quiero que todo eso cambie. Te suplico que perdones mis pecados. Creo que Cristo murió en la cruz por mí y acepto su muerte como pago total por mi pecado. En este mismo momento acepto a tu Hijo, el Señor Jesucristo, como mi salvador personal.
Señor, te entrego mi vida y sólo deseo seguirte. Con la ayuda del Espíritu Santo quiero andar en obediencia y rectitud delante de ti. Amén.
