La pintura Freedom from Want, por Norman Rockwell, es famosa porque en ella se ve a una familia sentada a la mesa disfrutando de una comida. Lamentablemente, lo que esa pintura representa ha llegado a ser la excepción en la sociedad actual.
Sentarse a la mesa como familia se ha vuelto muy difícil para los padres que llevan una vida muy ajetreada. En muchos hogares las familias, en lugar de sentarse a conversar durante la cena, se sientan a ver los programas vespertinos de televisión. Muchos abuelos rara vez tienen la oportunidad de sentarse a la mesa con el resto de la familia.
Hay muchas personas mayores de 60 años que se sienten aisladas del resto del mundo alrededor de ellas. Sus vidas se han visto afectadas por los grandes cambios sociales y culturales de las últimas décadas. En la sociedad que ellos se criaron había más vecinos y menos centros comerciales; había más tiempo y menos tensión; había más familias que vivían con los abuelos y menos asilos de ancianos. Como se encuentran fuera de lugar en el presente, muchas personas mayores viven añorando el pasado.
A los 84 años de edad, Edith Schaeffer (viuda del apologista cristiano Francis Schaeffer) ha encontrado una relación entre el concepto actual de dedicación y el desplazamiento de la vieja generación. “La gente ya no se compromete a algo por tiempo indefinido. Ahora es siempre y cuando sea conveniente para ellos –dice ella, citando como prueba el alto índice de divorcios–. No se ve la determinación de comprometerse a algo por el resto de la vida”. Esto es también evidente en otros aspectos de la vida: en el trabajo, la vocación, la familia y hasta en la iglesia.
En un mundo en el que abundan las promesas efímeras, en el que la familia tiene menos valor que la búsqueda personal de paz y prosperidad, ¿cómo pueden los que están envejeciendo evitar vivir aislados de la sociedad?
“Creo que sería algo muy triste si uno no se mantiene en contacto con toda época, con toda generación –dice la Sra. Schaeffer–. Ella habla como alguien que está muy allegada a su familia, la cual en la actualidad consta de 60 personas. «Me mantengo en contacto con todos los que son parte de mi familia –dice ella–. En primer lugar, cuando se llega el día, siempre envío una tarjeta de cumpleaños a cada uno, con una nota personal. Siempre lo hago, no importa si me contestan o no me contestan. Aunque no contesten, cuando uno escoge la tarjeta y les escribe, eso le da a uno acceso a sus vidas y lo hace sentirse cerca de ellos».
Para la Sra. Schaeffer es muy importante mantenerse en contacto con los jóvenes, que serán los líderes del mañana, por eso hizo todo lo posible para estar presente en la graduación de uno de sus nietos. Ella insta a los abuelos a orar todos los días por cada uno de los nietos y estar al tanto, hasta donde sea posible, de lo que sucede en sus vidas.
«Creo que es importante evitar decir: ‘vivo aislado y a nadie le importo’ – aconseja ella–. Para mí es todo lo contrario. Yo soy la única bisabuela que ellos tienen y si yo no digo o hago algo, nunca sabrán lo que es tener una abuela. Por tanto, en lugar de lamentarse y compadecerse de sí misma, lo que uno tiene que hacer es reconocer que es importante para los jovencitos conocer a alguien de otra generación. Es también importante pensar en cosas que a ellos les interesaría conocer o hacer”.
Una manera práctica de fomentar las relaciones entre generaciones es sentándose, cuando sea posible, con el resto de la familia a la hora de comer. «Creo que es importante sentarse a la mesa y orar antes de comer –dice la Sra. Schaeffer, quien sugiere que ese tiempo se aproveche para hablar de asuntos que interesen a la familia–. Pueden leer algo de algún periódico, o leer todos los días una porción de algún libro. La hora de comer debe aprovecharse para conversar entre familia». La lectura de un buen libro que a todos les guste puede hacer de la hora de comer algo que todos anhelen que se llegue.
Una de las maravillosas bendiciones de Dios es que haya un lugar para los que no pueden sentarse con sus familias a la hora de comer. «En esta vida no hay perfección. Pero cuando Cristo vuelva, seremos parte de esa gran multitud que estará presente en la cena de las bodas del Cordero –dice ella–. Tengo una bisnieta de seis años que una vez me preguntó: ‘¿Habrá suficientes sillas para todos?’ Y le dije: ‘Sí, Jessica, habrá suficientes sillas. El Señor tendrá una silla para cada uno. Nadie se quedará sin silla’. ¡Qué expectativa tan real para una niña! Debería ser también la expectativa para una persona mayor».
En esa cena celestial, «podremos conversar con Abraham, Jacob, Isaac y con cualquier otro personaje que se nos antoje conocer. Aunque ahora estemos aislados, allá estaremos todos juntos». Habrá un lugar a la mesa para cada uno de nosotros.