A Felipe le dolían los pies de cansancio. El camino a Gaza era rocoso y el suelo estaba tan caliente que sus sandalias no le resguardaban de sus rigores. No obstante, prosiguió, dirigiéndose a un destino incierto aun cuando era un hombre con una misión, y con una comisión precisa.
Felipe no se dio cuenta de eso sino hasta más tarde, pero era un pastor que había abandonado a su rebaño para ir tras una oveja perdida.
Quizá pasó el tiempo entonando himnos; quizá llevaba consigo unos cuantos pasajes de la Escritura para leer. Sin duda que recordó la ocasión en la que alguien le había llevado a tener fe en Jesucristo como el Hijo de Dios y Mesías de Israel. Pero ahí, en la soledad del desierto, Felipe sólo sabía que dondequiera que fuere, se encaminaba directamente hacia la voluntad de Dios
Y luego avistó la caravana. Incluía a un personaje importante, a juzgar por el carruaje que iba casi al frente. Felipe apretó el paso antes de comenzar a correr y a sonreír amablemente a medida que las palabras de su Salvador venían a su memoria:
Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra (Hechos 1:8).
Quizá esta narración se asemeja a cómo se desarrolló el esfuerzo evangelístico más famoso de Felipe. Hechos 8:26-40 consigna cómo Felipe el evangelista, a quien no debemos confundir con Felipe el apóstol, obedientemente siguió las instrucciones del Señor en el camino solitario y árido a Gaza con el fin de interceptar a sólo un hombre, un eunuco etíope, y llevarlo a los pies de Cristo. Felipe había estado evangelizando en Samaria, después de la persecución, desatada por la muerte de Esteban, la cual esparció a muchos creyentes de Jerusalén.
Es obvio que Felipe tuvo la fe que se requería para ser un creyente que actuara como emergente, actuando cuando sólo unos cuantos se atreverían a hacerlo y proclamando cuando sólo unos cuantos querrían compartir su fe. Dios usó a Felipe para tender un puente del evangelio primero de Jerusalén y Judea a Samaria, donde vivían los temibles “semisalvajes” y, por fin, a Etiopía –las partes más remotas de la tierra.
“Debe haber sido difícil para Felipe abandonar un lugar en el que docenas de personas, o acaso cientos, estaban recibiendo a Cristo –escribe V. Gilbert Beers–, pero su fidelidad al ir, abrió la puerta para que Etiopía escuchara el Evangelio por medio de uno de los suyos, un oficial con un puesto alto en el gobierno”.
Si la fe de Pedro fue la roca sobre la cual Cristo edificó su iglesia y la predicación de Pablo añadió muchos más niveles, Felipe fue algo así como un subcontratista de almas. Su labor requería usar un casco duro, el “yelmo de la salvación”.
La historia de Felipe en Hechos comienza con su elección para ser uno de los que sirvieran las mesas en la iglesia de Jerusalén (Hechos 6:5) y concluye con hospedar a Pablo en su hogar de Cesarea (Hechos 21:8). Entre ambos eventos leemos de su ministerio fiel en Samaria (Hechos 8:4-25) y al eunuco etíope.
“Visto como relato histórico, le dio a Lucas, autor de Hechos, la transición necesaria del ministerio de Pedro al de Pablo –escribe el comentarista E. M Blailock–, se parece a Esteban en su doctrina y perspectiva, a Pablo en su actividad evangelística y su carácter distintivo con el toque de un profeta del Antiguo Testamento. Notemos la frescura de sus métodos. Se movió de un lugar a otro bajo la influencia del Espíritu Santo. Su audacia, también, es notable”.
Felipe no fue poderoso en espíritu por haber hecho señales y maravillas (Hechos 8:6-8), Más bien, dejó huella por su obediencia. Dondequiera que el Espíritu le guiaba, lo que fuera que el Espíritu le indicara, él lo hacía; no importaba el grado de arrojo que se necesitara, él logró todo con el poder del Espíritu.
Es claro que la oración y el estudio de la Palabra de Dios eran costumbres bien arraigadas en la vida de Felipe. ¿De qué otra forma podría haber sido sensible a las indicaciones del Espíritu Santo? ¿En qué otra forma podría haber explicado al etíope Isaías 53?
“Felipe no sólo fue un predicador fiel, también fue un evangelista personal. A semejanza de su Maestro, estuvo dispuesto a dejar las multitudes y ocuparse de un alma perdida. El ángel pudo haberle indicado al oficial etíope cómo ser salvo, pero Dios no ha entregado esta comisión a los ángeles; la ha entregado a su pueblo –escribe el maestro de Biblia Warren Wiersbe–. La tarea de todo creyente es compartir el Evangelio con los demás y hacerlo sin excusa ni pretexto.
“Este etíope representa a muchos en la actualidad, que son religiosos, leen las Escrituras y buscan la verdad; pero que no tienen la fe salvadora en Cristo. Son sinceros, pero están perdidos; necesitan que alguien les muestre el camino”.
La Biblia dice que cuando Felipe vio de lejos al etíope, se le acercó (v. 30). No le importó el dolor de los pies, ni el calor. Era subcontratista de almas que se encontraba en terreno inhóspito, pero estaba calzado con el apresto del Evangelio de la paz. Y Felipe sabía lo que Dios dice en el capítulo anterior a Isaías 53, en el que leía el etíope: “Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz” (Isaías 52:7).