El Señor Jesús dice: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen» (Juan 10:27). Reconocer la voz de Dios debe ser lo más natural para el creyente lleno del Espíritu y consagrado. Pero un cordero recién nacido no necesariamente conoce la voz del pastor. Una oveja que ha estado en el rebaño por algún tiempo sí conoce la voz del pastor.
Al estar orando y buscando la mente del Señor, usted podrá saber que ha escuchado su voz –no una voz audible, sino al Espíritu hablándole– si sucede lo siguiente:
1. Lo que usted oiga estará de acuerdo con la Palabra de Dios.
Dios jamás le diría que haga algo ni que sostenga una relación que no es de Él o que no esté de acuerdo con la Escritura. Si usted escucha algo, pregúntese: «¿Eso es lo que dice la Palabra de Dios?» Si usted descuida la Palabra de Dios y no la hace parte integrante de su vida, tendrá gran confusión sobre si está siendo dirigido por el Señor o no.
2. La dirección del Señor contradecirá la filosofía del mundo.
Al observar la vida de Cristo, descubrimos que con mucha frecuencia su ministerio contradijo las costumbres del mundo. Él enseñó a sus seguidores a perdonar mientras que el mundo nos enseña a vengarnos. Él los amonestó a ir «la segunda milla» aun con los enemigos (Mateo 5:41), pero el mundo nos dice que tomemos todo lo que podamos y que no nos preocupemos por nadie más que por nosotros mismos. Dios nos exhorta a vivir conforme a sus principios y valores, no los del mundo.
3. Lo que Dios nos enseña chocará con nuestros deseos carnales.
Dios jamás nos demanda que hagamos nada que contradiga su Palabra. Satanás es quien nos seduce a agradar a la carne. Servimos a un Dios que se deleita con nosotros y quiere que nosotros disfrutemos de la vida al máximo. Su fórmula para la plenitud duradera es esta: «Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y todas estas cosas os serán añadidas». El deleite instantáneo no es sino la carne que busca satisfacer sus apetitos. En lugar de eso, el Señor nos enseña a agradar al Espíritu y no a la carne, y entonces conoceremos la paz verdadera.
4. Dios habla palabras de ánimo a nuestro corazón.
La palabra de Dios a Josué fue: «Esfuérzate y sé valiente. No temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas» (Josué 1:9). Dios es omnisciente; es soberano sobre todas las cosas y nunca nos dejará. Él nos da el valor y la fortaleza que necesitamos para vivir día tras día. No obstante, debemos escuchar para recibir aliento tal y como lo hizo Josué. Si pasamos la vida de prisa y corriendo, nos perderemos lo que el Espíritu de Dios quiera decirnos. Necesitamos aprender a estar quietos delante de Dios. Esto es lo que hizo el rey David cuando se enfrentó a un desafío. Él quería escuchar la Palabra que Dios tenía para Él. El Señor alienta a los que buscan su camino para su vida.
5. La Palabra de Dios nos hace considerar las consecuencias de nuestro pecado y su efecto sobre otros.
Nuestras acciones afectan a otros. Por consiguiente, tenemos la responsabilidad de hacer lo correcto delante de Dios y de los que amamos. Quizá pensemos que nuestro pecado en privado no perjudica a nadie sino a nosotros, pero en realidad afecta a todo el cuerpo de Cristo.
6. Lo que oímos contribuye a nuestro crecimiento espiritual.
Nosotros aprendemos leyendo y estudiando la Palabra de Dios. También crecemos espiritualmente por medio de la enseñanza de la Palabra de Dios. El apóstol Pablo escribe: «La fe viene por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios» (Romanos 10:17).
7. La voz de Dios edifica la fe y trae calma a nuestras vidas.
A medida que aprendemos a oír la voz de Dios, una calma inconfundible llenará nuestro corazón. Pablo decía que es «la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento» (Filipenses 4:7). Jamás tendremos paz si nos apartamos de su voluntad.
Dios nos habla a fin de que entendamos la verdad. Él habla primordialmente por medio de su Palabra, por el Espíritu Santo a nuestras conciencias, por medio de las circustancias y por medio de otras personas. Si aplicamos lo que oímos a la verdad de la Escritura, aprenderemos a reconocer la voz de Dios.