Paz Con Dios

Por lo general, sucede los lunes.

Su día de trabajo empieza como de costumbre. En eso el teléfono suena. La persona que lo llama le pide datos que usted no tiene a la mano en ese momento, pero usted le promete llevárselos en quince minutos. Usted cuelga y se siente confiado de que esa pequeña interrupción no afectará el resto del día.

Pasan unos minutos, y su jefe cita a una reunión imprevista. Le dice que será corta: unos quince minutos. Usted corre a la oficina de él; la reunión dura una hora. En eso, usted se da cuenta de que no cumplió con el primer compromiso y, además, corre el riesgo de no terminar a tiempo un proyecto muy importante.

Camino a su oficina, usted siente que la tensión está comenzando a aumentar. En eso, una compañera de trabajo lo para y le pregunta si tiene tiempo para hablar sobre una presentación que tienen que hacer. Usted quisiera decir no, pero resulta que ella es la gerente de otro departamento. Usted se siente atrapado, pero mantiene firme su postura. Aun así, se compromete a una reunión a las dos en punto. La mañana apenas está empezando y usted comienza a pensar cómo puede ordenar su día para llevar a cabo todas las cosas que tiene que hacer.

Los que trabajan para una empresa no son los únicos que tienen que enfrentar las demandas de un mundo en constante cambio. Las madres de familia también saben lo que es enfrentar mucha tensión. Muchos maridos han dicho que gustosos cambiarían de puesto con sus esposas, hasta que un fin de semana tuvieron que quedarse en la casa solos con sus hijos.

En el transcurso de la vida, tenemos que enfrentar muchas clases de tensión. La muerte de un ser querido, un accidente en la carretera, la casa en que vivimos se incendia… . Experiencias como estas pueden dejarnos confusos y con sentimientos de temor y duda. Pero Dios tiene la respuesta para toda tensión o adversidad que enfrentemos en la vida. Él conoce nuestro anhelo por paz y seguridad, y ha prometido darnos ambas cosas.

La necesidad mayor

Antes de que lo aprendieran, el Señor había dicho a sus discípulos: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo» (Juan 14:27).

Cristo sabía que después de su crucifixión, los discípulos tendrían que enfrentar días sin igual en sus vidas. Se iban a ver asaltados por la duda, el temor, la ansiedad, el pánico, la incredulidad.

La paz de Dios no puede ser imitada. Cristo lo sabía. También sabía que la paz era lo único que podía guardar los corazones y las mentes de los que creerían en Él, una vez que subiera al Padre. Nuestra vida a veces es muy turbulenta. No obstante, nada de lo que podamos enfrentar está fuera del alcance de la paz de Dios. No hay ningún problema que no pueda resolver ni tensión que sea demasiado para Él.

Cristo comprende muy bien lo que es estar bajo presión. Cuando estuvo en el mundo, tuvo que enfrentar toda clase de tensión. La multitud lo seguía donde quiera que iba. Muchos se agolpaban a su alrededor con tal de tocarlo y ser sanados. Con corazones hambrientos, se aferraban a toda palabra que salía de su boca.

Lucas escribe: «Aconteció que estando Jesús junto al lago de Genesaret, el gentío se agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios. Y vio dos barcas que estaban cerca de la orilla del lago; y los pescadores, habiendo descendido de ellas, lavaban sus redes. Y entrando en una de aquellas barcas, la cual era de Simón, le rogó que la apartase de tierra un poco; y sentándose, enseñaba desde la barca a la multitud» (Lucas 5:1-3).

Como el gentío se agolpaba sobre Cristo, Él entró en la barca de Simón Pedro y le dijo que se apartara de la orilla. El Señor se acomodó a la presión del momento para poder seguir enseñando la Palabra de Dios.

La paz viene como resultado de confesar su amor hacia el Señor y despreocuparse de su situación.

Es posible que tengamos que acomodarnos a la presión que Dios permite en nuestra vida. Pero Él nunca dejará de proveernos la manera de enfrentar las dificultades. Su paz es un don y está a nuestro alcance en todo momento.

Paz por medio de la oración

Una de las cosas que Cristo hizo para enfrentar las presiones de la vida, fue buscar un lugar aparte para estar a solas en comunión con el Padre. Él sabía que la comunión con Dios era esencial para cultivar su relación con el Padre. Y también es esencial para tener la paz que perdura.

Cuando nos acercamos al Señor en oración, le estamos expresando nuestra necesidad y dependencia total de Él. En el Salmo 55, el salmista escribe: «Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo» (vs. 22). La idea de echar sobre el Señor nuestra carga implica que lo reconocemos como el que suple todo lo que necesitamos. Él es quien lleva nuestras cargas, y, sin duda, puede hacerse cargo de la tensión, la presión y el peso que acompaña toda situación difícil.

A muchos se les hace difícil orar porque todavía se sienten culpables de pecados pasados. Creen que Dios no oirá sus oraciones porque pecaron contra Él en el pasado.

Dios quiere que sepamos que Él nos espera de la misma manera que el padre esperó a su hijo, en la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:20). Cuando buscamos al Señor en oración, nos damos cuenta de que Él nos recibe con amor incondicional y perdón. Nunca vacile a la hora de explicarle al Señor sus problemas; Él conoce su necesidad de paz aun antes de que usted se la pida.

Busque un lugar aparte

Después de un tiempo muy intenso de estar ministrando a la gente, el Señor dijo a sus discípulos: «Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco» (Marcos 6:31). Cuando la tensión de la vida aumenta y no hay alivio a la vista, debemos seguir el consejo del Señor y buscar un lugar aparte para estar a solas con Dios en oración.

Cuando la tensión se acumula durante algún tiempo, puede debilitarnos física, mental y emocionalmente. Necesitamos descanso aun durante actividades que edifican. Cristo y los discípulos estaban ocupados haciendo lo que Dios Padre les había mandado. Aun así, buscaron la manera de descansar y renovar sus fuerzas.

Tal vez no pueda deshacerse de la presión que está sintiendo, pero sí podrá sentir la paz de Dios en lo más profundo de su ser. La paz viene como resultado de confesar su amor hacia el Señor y despreocuparse de su situación.

Esto no quiere decir que nos olvidamos de nuestra responsabilidad, sino que estamos reconociendo nuestra necesidad de Dios.

¿Tiene un horario muy lleno? ¿Está llevando una carga muy pesada? Usted puede encontrar solaz en su espíritu por medio de Cristo. Vuélvase a Él en oración, aunque eso signifique levantarse y caminar unos minutos alrededor de la cuadra. Respirar profundamente y hablar con el Señor mientras camina, pidiéndole que le dé paz, cambiará su perspectiva de las cosas.

Si quiere tener la paz de Dios, hay cuatro cosas esenciales que debe hacer.

La confianza total en el Señor. Mientras siga tratando de hacer las cosas confiando en lo que usted puede hacer, seguirá enfrentando tiempos de tensión y ansiedad. Al confesar que el Señor es su fortaleza y refugio, estará quitando la mira de usted y de sus limitados recursos y estará poniéndola en el Dios Todopoderoso y en sus recursos ilimitados. Deje que el Señor se haga cargo de sus cargas y así podrá conocer y sentir la paz de Dios en su vida

La oración. Hay un refrán que dice: «sin oración no hay paz». Tanto la oración como la meditación en la Palabra de Dios son esenciales para poder conocer y sentir la paz verdadera. Cuando atesoramos la Palabra de Dios en nuestro corazón, las tormentas de la vida podrán arremeter contra nosotros, pero no podrán conmover nuestra paz. Por medio de la oración también aprendemos a adorar al Señor y a alabarle por lo que está haciendo en nuestra vida. La adoración y la alabanza son la piedra angular de nuestra comunión con Cristo. Sin ellas, será muy difícil conocer las profundidades del amor de Dios.

La fe. La falta de fe produce ansiedad, que es lo contrario de la paz. La paz de Dios no depende de nuestras circunstancias. Depende sólo de Dios. Antes de su crucifixión, Cristo dijo a sus discípulos que en el mundo tendrían aflicción. Les dijo: «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16:33).

La paz que perdura es algo que usted puede tener en su totalidad porque Cristo prometió nunca dejarle ni desampararle (Hebreos 13:5). Aun en sus fracasos personales, el amor de Dios está dirigido hacia usted. Lo único que Dios pide es que su fe sea como la de un niño. Aun si está pasando por una situación muy, muy difícil, confíe en el Señor. Cierre los ojos, respire profundamente y diga: «Señor, quiero que te hagas cargo de esta situación y quiero que tu paz guarde mi corazón y mi mente».

Concéntrese en Cristo, no en la presión o en la tensión. La confianza, la oración y la fe deben tener un objeto. Si usted tiene sus ojos puestos en el problema, la ansiedad controlará sus emociones. Pero si tiene sus ojos puestos en el Señor, podrá descansar en el hecho de que Él le dará la sabiduría, la fuerza y, sobretodo, la paz que necesita para seguir adelante o para soportar la presión.

En toda prueba, Dios tiene una lección para nosotros. Él nunca echa por tierra nuestras aflicciones, sino que se vale de cada una de ellas para acercarnos más a Él. En 2 Corintios, el apóstol Pablo escribe: «Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos» (4:8-9).

La paz verdadera no es resultado de la ausencia de aflicciones y decepciones, sino de la comunión íntima con el Señor Jesucristo. Ahí es donde termina la ansiedad y comienza la paz verdadera.

Tomado de En Contacto


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