El evangelista Billy Sunday cuenta la historia de un siervo de Dios que estaba yendo de casa en casa haciendo visitas.
Cuando él tocó el timbre de un cierto hogar, una niña vino para abrir la puerta.
Él le preguntó por su madre, a lo que ella respondió: “¿El señor está enfermo?”.
Él le dijo que no, entonces ella preguntó: “¿El señor está herido?”, y nuevamente él le dijo: “No”.
Ella preguntó, entonces, si él sabía de alguien que estuviese enfermo o herido.
Cuando él respondió que no, aquella niña le dijo: “Entonces usted no puede hablar con mi madre ahora, pues ella ora desde las nueve a las diez.”
Eran en ese momento las 9 y veinte minutos, pero incluso así, aquel hombre de Dios se sentó y esperó cuarenta minutos para estar con aquella señora.
¡A las diez ella salió del cuarto con una luz de gloria brillando en su rostro! Él comprendió, finalmente, por qué aquel hogar era tan resplandeciente y, todavía más que eso, la razón de por qué sus dos hijos eran ministros de la Palabra y su hija una misionera.
“Ni el mismo infierno puede separar un hijo o una hija de una madre como aquella”, comentó Billy Sunday.