Hace ya varios años, una pobre mujer fue obligada por las circunstancias a trabajar como lavandera, debido a las necesidades financieras que su familia estaba pasando.
Mientras trabajaba en la artesa con agua y jabón, sus lágrimas se mezclaban con la espuma a medida que derramaba delante de Dios la carga de su corazón por la salvación de su hijo.
Ella no fue rechazada en su petición, y su hijo –Edward Kimball– nació de nuevo, y llegó a ser un maestro de escuela dominical con un gran sentido de responsabilidad por sus alumnos.
Uno de esos alumnos fue D.L. Moody, el hombre que alcanzó multitudes.
Edward Kimball, nacido de la oración, sentía igualmente una gran preocupación por aquel estudiante de 17 años de edad de su clase.
Desechando toda resistencia, visitó la zapatería donde Moody trabajaba. Como resultado de ese encuentro, aquel día Moody fue convertido.
¡Cuán poco fue alabada aquella humilde lavandera por la parte que le cupo en el ministerio de Moody!
Pero los registros eternos infaliblemente incluirán todos los vínculos en la corriente de la providencia.
¡Cuán interesante será trazar la fuente de todas las obras de Dios con esta poderosa arma que es la oración!