Con los recuerdos de guerras y victorias guardados en lo profundo de su corazón, David entró en la cámara real. Su vida estaba llegando a su final. Él lo sabía, y no se equivocaba muy a menudo. En su juventud había aprendido a escuchar la voz de Dios muy adentro en su corazón. Algunos quizá consideraron una locura la relación de David con Jehová. Pero David estaba convencido de lo contrario. Había pasado toda su vida estudiando la Palabra de Dios, dada por medio de Moisés y los profetas.
Cuando en su juventud estuvo pastoreando las ovejas de su padre y, más tarde, cuando se vio forzado a vivir alejado de sus seres queridos, David llegó a comprender que Dios buscaba la comunión con él. Aunque había demostrado mucho valor y mucha fe, sin embargo, su vida también estuvo marcada con los recuerdos del fracaso y el pesar.
En los últimos años de la vida de David, el profeta Natán siempre estuvo a su lado. Él fue la voz de Dios que hacía eco en los oídos de David. Natán sabía casi todo lo referente a la vida de David. Había sido testigo de los momentos tiernos de David —de los momentos cuando el que iba a ser rey de Israel estuvo firme ante el pueblo y aceptó su reconocimiento como monarca.
Después del pecado que David cometió con Betsabé, fue Natán quien le comunicó el juicio que vendría de parte de Dios. A David se le quebrantó el corazón. «Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve» (Salmo 51:7) fueron las palabras que restauraron su corazón descarriado.
«Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu (vs. 10-11). Su ruego por clemencia es lo que nos hace ver la clase de hombre que David fue: un hombre conforme al corazón de Dios (Hechos 13:22). Su oración es reflejo de un corazón humilde.
Tener un «corazón para Dios» es un tema que vemos entretejido por toda la vida de David, primero como joven y luego como adulto. Él amaba a Dios no sólo porque debía hacerlo —después de todo, a los niños judíos se les enseñaba a adorar y amar a Jehová—, sino que amaba a Dios porque esa era la pasión de su corazón.
Siendo un gobernante ya muy entrado en años, David estaba por llevar a cabo una de las últimas tareas que Dios le había encargado: hacer los preparativos para la construcción del templo. Había soñado con construir el templo él mismo, pero Dios había escogido a Salomón para que se hiciera cargo de ese proyecto.
La Palabra de Dios vino a David, diciendo: «Tú has derramado mucha sangre, y has hecho grandes guerras; no edificarás casa a mi nombre, porque has derramado mucha sangre… [Tu hijo Salomón] edificará casa a mi nombre, y él me será a mí por hijo, y yo le seré por padre; y afirmaré el trono de su reino sobre Israel para siempre» (ver 1 Crónicas 22).
Aunque David tuvo muchos deseos de construir un templo donde se pudiera adorar a Dios, no vaciló en obedecer el mandato de Dios. La obediencia a Dios fue la piedra angular de la vida de David.
Si usted pudiera escribir su epitafio, ¿qué escribiría? No hay nada más honroso y noble que lo que Dios dijo acerca de David: «varón conforme a mi corazón». Esto no quiere decir que David no tuvo conflictos. Todo lo contrario. Él supo lo que es estar hambriento y solo. Anduvo huyendo por muchos años de un rey sediento de poder que quería matarlo a toda costa.
A pesar de todo, David nunca dejó de confiar en Dios. Él sabía que el Señor cumpliría las promesas que le hizo cuando pastoreaba las ovejas de su padre. «Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, Para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo. Porque él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal; me ocultará en lo reservado de su morada; sobre una roca me pondrá en alto».
Eso fue exactamente lo que Dios hizo por David. Cuando el Señor nos hace una promesa, podemos estar seguros de que la cumplirá. David nunca dejó de tener fe en Dios. Conforme crecía físicamente, también lo hacía en su fe y confianza en Dios. Aprendió a esperar en la bendición de Dios, lo cual era algo que requería mucha disciplina. En 1 y 2 de Samuel leemos una y otra vez cómo el rey Saúl anduvo buscando a David con el único propósito de matarlo.
David no guardó rencor ni se enojó contra Saúl, ni siquiera tuvo celos de él. Su vida y su corazón estuvieron puestos en Dios. Tuvo una visión, y esa visión vino de Dios. Por tanto, no tuvo ningún reparo en someterse por completo al Señor.
¿Hizo David frente a las mismas luchas emocionales que nosotros tenemos hoy día? Por supuesto. Él hizo frente a sentimientos de temor, de desesperación y de duda. Pero salió victorioso porque puso su fe en Dios.
Cuando nuestra vida gira alrededor de Cristo, las cargas del día serán más livianas. Cuando nuestros corazones anhelan estar llenos de Él y no de nosotros, las necesidades y temores aparentes de nuestra generación palidecerán al lado de su gran amor y cariño por nosotros.
¿Cómo podemos llegar a ser hombres y mujeres conformes al corazón de Dios?
Hay varias cualidades que nos llevan a esa noble meta y todas se encuentran en la vida de David:
1. Él le dio prioridad a la comunión con Dios. Lo más importante para David fue la comunión con el Señor. Esto implica una comunión en la que la persona conoce y comprende el amor de Dios por ella. En el Salmo 16:8, David dice: «A Jehová he puesto siempre delante de mí». Y en el Salmo 42:1, él dice: «Como el siervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía».
Dios se interesa pesonalmente en todo aspecto de nuestra vida. Él estaba al tanto de las luchas de David. Tenía metas para David y se entristecía por los pecados que éste cometía; pero nunca dejó de amarlo. Dios estaba dedicado a David así como está dedicado a cada uno de nosotros. » No hay nada más honroso y noble que lo que Dios dijo acerca de David: «varón conforme a mi corazón».
2. David depositó toda su confianza en el Señor. Aun en las noches que pasó escondido en el desierto, pudo decir: «Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio». Si no tenemos esta clase de abandono a Dios, Él no podrá actuar con libertad en nuestras vidas. Cuando insistimos en hacer las cosas a nuestra manera, estamos poniendo obstáculos al plan de Dios para nuestras vidas.
3. La pasión de David fue obedecer a Dios. La obediencia es la piedra angular de nuestra fe. Nos convertimos a Cristo y le recibimos como Salvador en obediencia a la Palabra de Dios. Cualquier cosa a la que aspiremos requiere cierto grado de obediencia a Dios. David no hubiera llegado a ser rey de Israel si, en desobediencia al Señor, le hubiera hecho algún mal a Saúl. Si usted se encuentra en una situación difícil, sea paciente y obediente al Señor. David tenía tal fe en la bondad de Dios que estaba dispuesto a esperar toda una vida si era necesario.
4. David tuvo un espíritu humilde. Aunque era bien parecido, valiente y héroe nacional, David siempre reconoció que todo se lo debía a Dios. Sus palabras no fueron pronunciadas tan solo para que otros las oyeran. Lo que Dios oyó fue el clamor de su corazón. El orgullo siempre se alza contra la humildad. Pero David escribió: Me diste asimismo el escudo de tu salvación; tu diestra me sustentó, y tu benignidad me ha engrandecido… Por tanto yo te confesaré entre las naciones, oh Jehová, y cantaré a tu nombre» (Salmo 18:35,49).
5. David tuvo una actitud de servicio. Él nunca perdió de vista el hecho de que era siervo de Dios, y nunca se olvidó de su vida como pastor de ovejas. Siempre que tenía el deseo de hacer las cosas a su manera, los recuerdos de esos años le traían solaz a su corazón. Para David la comunión íntima con Dios era más valiosa que todos los reinos de la tierra.
Nadie puede guiar si primero no ha aprendido a seguir.
El Señor enseñó este principio a sus discípulos. Les dijo que si alguno quería ser grande entre ellos, primero tenía que ser siervo de todos (Mateo 20:26).
La actitud de servicio nos abre la puerta a una bendición mayor. Si David no hubiera obedecido a su padre en el cuidado fiel de las ovejas, Dios nunca hubiera podido utilizarlo para derrotar a Goliat.
Él dijo a Goliat: «Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano…» (1 Samuel 17:45-46a).
¿Hay algún Goliat o algún Saúl en su vida? Dios puede librarle de él, pero primero abra su corazón y acepte su gran amor y perdón. Vuélvase a Él y dígale que usted quiere tener una actitud como la de David. Cuando usted haga esto, Dios le bendecirá abundantemente con su gracia, con su paz inmensurable y con la victoria todo el tiempo.