Abraham recogió un puñado de paja y lo sostuvo frente a uno de sus camellos, que lentamente comenzó a engullirlo. Abraham sonrió al ver a su pequeño hijo Isaac, que con todo cuidado miró a su padre e intentó dar de comer a otro camello. Isaac quiso duplicar la hazaña de su padre, pero tuvo problemas. Con el tiempo las manos de Isaac crecerían lo suficiente como para cargar un bocado de paja para los camellos. Por ahora sólo imitaba a su padre.
Abraham se preguntaba si era posible amar a un ser humano más que lo que él amaba a su hijo; pero servir a Dios le daba aún mayor satisfacción. Isaac, que nació cuando Abraham tenía 100 años, fue el cumplimiento de la promesa de Dios: Abraham sería padre de muchas naciones (Génesis 17:5). Fue el único hijo nacido de Sara, su mujer.
El simple hecho de que Isaac existiera daba testimonio del poder de Dios y su fidelidad para cumplir sus promesas. Podemos perdonar a Sara por haberse reído cuando, a la edad de 65 años, Dios le dijo que tendría un hijo. Pero Dios no se rió; estaba planeando la iniciación de una gran nación. Y cuando Sara tenía 90 años, ella y Abraham concibieron a Isaac.
Por eso podemos entender la confusión que tuvo Abraham cuando Dios le dijo que sacrificara a Isaac. Sin duda que preguntó: «Dios mío, por favor explícame: ¿Quieres que te sacrifique a Isaac mi hijo, el cual me diste 25 años después de habérmelo prometido?» No obstante, Abraham obedeció al Señor y obtuvo una tremenda recompensa.
Abraham fue poderoso en espíritu porque entendió la importancia de la obediencia a Dios. Sabía que separada de Dios la vida sería vacía, por consiguiente, la obediencia a Dios era la única decisión que podría tomar. Dios había prometido que Abraham sería padre de muchas naciones y Abraham lo creyó. Aun cuando eso implicara a su único hijo, no importaba; obedecer a Dios era todo lo que Abraham deseaba hacer.
Llevando el fuego en una mano y un cuchillo en la otra, Abraham escaló la montaña con Isaac, que cargaba la leña necesaria para el sacrificio. En esos momentos, al poner los ojos en su hijo, es de dudarse que Abraham sonriera. Quizá limpió una lágrima de su mejilla y siguió caminando. La obediencia a Dios era de más importancia para Abraham; estaba por encima de su amor a Isaac.
Isaac no conocía otra cosa que confianza y amor para su padre. Éste siempre sabía lo que debía decirse y siempre estaba presto a apoyarlo, ¿por qué cuestionar lo que ahora estaban haciendo? La única pregunta de Isaac fue: «¿Dónde está el cordero?»
Fue ahí cuando Abraham le enseñó a su hijo uno de los principios fundamentales de la vida: «Dios proveerá», contestó Abraham mientras ambos continuaron escalando. La provisión de Dios –¡qué lección le enseñó a su hijo! Abraham conocía el destino funesto de Isaac y no obstante le reiteró que Dios proveería.
El tiempo corrió y al llegar a la cumbre del monte que el Señor le había indicado, Abraham procedió a edificar el altar para ofrecer el sacrificio como Dios se lo había ordenado. De pronto, volvió su atención a Isaac y le ordenó que se quitara la ropa y que se dispusiera a ser ofrecido en ese mismo altar. No tenemos la menor insinuación de resistencia por parte de Isaac ni de quejidos de lamento por parte de Abraham. Sólo sabemos que cuando se llegó la hora culminante, Isaac yacía sobre el altar de sacrificio y en ese mismo instante, efectivamente Dios proveyó de manera por demás milagrosa e insospechada.
La voz del ángel del Señor dio una orden terminante, diciéndole a Abraham: «No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; por cuanto no me rehusaste a tu hijo, tú único». Por su parte, Isaac vio que la confianza de su padre en Dios era recompensada de manera abundante ante los ojos de ambos cuando un carnero quedó atrapado en un zarzal cercano. Abraham, entonces, alzó sus ojos, tomó el carnero que estaba tras sus espaldas y lo ofreció en lugar de su hijo.
No fue sino años después cuando Isaac entendió bien las acciones de su padre. Y entonces Abraham explicó a su hijo otro principio fundamental: obediencia completa a Dios.
F. B. Meyer escribe como sigue de la obediencia de Abraham: «No hay nada que Dios no haga por un hombre que se atreve a afirmar su pie sobre lo que parece ser bruma, pero que al poner su pie sobre ella descubre que es roca firme». Isaac vio que esa verdad había sido realidad: en las circunstancias más adversas –sólo si lo obedecía.
Dios prometió a Abraham que sería padre de muchas naciones, pero primero lo llamó a ser padre de Isaac. Uno de los mayores llamados en la vida de un hombre es a ser padre de sus hijos de una manera que agrade a Dios, a fin de enseñarles la importancia de la obediencia a Él y la confianza en Él y sólo en Él.
No, Abraham no fue llamado a ser rey; ni siquiera fue llamado a ser gobernador. Fue llamado a ser padre, a enseñar a Isaac a buscar a Dios con toda diligencia. Cuando Abraham estaba a punto de morir después de 175 años sobre la tierra, pudo reconocer que este había sido el mayor llamamiento que Dios le había hecho en la vida.»Y sucedió, después de muerto Abraham, que Dios bendijo a Isaac su hijo . . . » (Génesis 25:11).