Una mujer piadosa había estado insistiendo por largo tiempo. Había presionado, esperado y orado porque su hijo pródigo regresara al hogar. Y no era porque él hubiera partido a un lugar lejano; no, él estaba allí físicamente, trabajando bajo el mismo techo, ayudando a dar de comer a todo el personal de un ministerio muy conocido. No obstante, estaba muriéndose de hambre.
Kay Arthur aún recuerda el lugar preciso en la carretera donde el Señor le habló y la liberó de la culpa y frustración de sentirse fracasada. Era la fundadora de «Ministerios por preceptos», autora y personalidad importante de radio. Y nada menos que su hijo —a quien por años ella había llevado a la iglesia y a estudios bíblicos— estaba perdido.
«Yo sólo clamaba a Dios y creía que había fallado mucho y Dios me dijo simplemente: ‘¿Acaso todos mis hijos son perfectos? No. ¿Yo soy un Padre perfecto? Sí -dijo Kay Arthur en una entrevista concedida a In Touch—. Así que sólo porque tu hijo no es perfecto eso no quiere decir que tú eres un fracaso como madre».
La travesía de su hijo hacia Cristo se ha convertido en un arma poderosa del testimonio de Kay Arthur, y para todo padre frustrado es un recordatorio del poder de la oración persistente. Tommy Arthur es ahora un santo de Dios, nacido de nuevo a la edad de 38 años. De eso hace más de tres décadas después de que ella dedicó su vida a Cristo a la edad de 29 años y comenzó a hablarle a su hijo acerca del Señor Jesús. Ahora ella exhorta a los padres de hijos pródigos a cumplir con su deber de orar, disciplinar y exhibir la vida de Cristo —y nadie sino Dios debe hacerse cargo del resto.
«Una de las cosas que me han ayudado se encuentra en Gálatas 1, donde Pablo dice: ‘Cuando agradó a Dios . . . revelar a su Hijo’ —dice ella—. Al mirar ese versículo vemos que la salvación es de Dios y vemos que aun Dios tiene su tiempo, es decir, cuando a Dios le agrada revelar a su Hijo en nosotros. Hay otro pasaje de la Escritura que dice que ninguno puede venir a Cristo si el Padre no lo trajere.
«Muchas veces pienso que somos muy impacientes con Dios. ¿Cuándo nació el Señor Jesús? En el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo —dice ella—. Así que, en primer lugar debemos darnos cuenta que la salvación es de Dios, y yo soy muy firme en eso: descansar en esa realidad y saber que yo no puedo forzar ni a mi hijo ni a ningún ser querido a creer en Cristo».
La experiencia de Kay Arthur es emblemática de la situación crítica de miles de padres piadosos por todo el mundo. Cuando una persona es salva, con frecuencia su mayor anhelo es que sus hijos sean salvos. El deseo de disfrutar de la eternidad con nuestros hijos es una reacción natural.
Y a esto agreguémosle el sentido de culpa —especialmente en vista de que la rebeldía de un hijo es sólo la repetición de lo que ha presenciado de sus padres— y a veces la carga parece impedir la vida cristiana de los padres. Kay Arthur sintió el remordimiento de esa culpa ya que en los primeros siete años de su vida Tommy sólo conoció a una madre irredenta e inmoral. Sin embargo, gracias al estudio de las Escrituras y a la oración, ella se dio cuenta que su hijo «no iría al infierno porque yo fallé, ya que Dios es superior a todo eso». El reconocimiento de la soberanía de Dios, que Él controla todos los asuntos humanos, le produjo una porción abundante de gracia.
Kay Arthur también recibió iluminación por medio del mensaje de Filipenses 3:10, al entender que el lamento de un padre por un hijo perdido es parte de la participación de los padecimientos de Cristo. En su libro, publicado en 1997, Como plata refinada, ella explica:
Dios permite que nuestros hijos rebeldes nos rompan el corazón y que quizá hasta lleguen a acusarnos, a fin de que nosotros entendamos mejor lo que Él siente cuando sus hijos se rebelan y luego se vuelven para acusarlo.
«Exactamente —dice ella—. Cada individuo es responsable de su conducta. Yo puedo hacer algo hasta cierto punto. Si he hecho algo malo, necesito pedir perdón a mi hijo y necesito remover todo estorbo e impedimento, al hablar con mi hijo o con mi ser amado y decirle: ‘No estuvo bien lo que hice. Te fallé como padre, te fallé de esta manera, te fallé moralmente. Lo siento mucho y lo lamento profundamente. No te he dado buen ejemplo. Le he pedido a Dios que me perdone y Él ya me perdonó y ahora te pido que tú me perdones’.
«Y si dicen: ‘Me niego a perdonarte’, entonces eso queda entre Dios y ese individuo. Y Dios entrará en acción».
Quizá en su corazón usted tenga una carga especial por un hijo o por un ser querido que está perdido. Aunque usted haya rogado a Dios por largos años y no haya visto resultados, Kay Arthur nos insta a perseverar en oración y fe. Para recordar fácilmente los puntos claves, ella nos sugiere el siguiente acróstico: OAAE: Oración, Amor y Autoridad Ejecutiva.
En su esperanza por la salvación de un ser querido nada es tan fundamental e importante como la oración. Es así como se abren las ventanas de los cielos y como nos acercamos al Rey del universo. Dios conoce nuestras necesidades antes de pedírselas, pero también desea que nuestra comunicación y sumisión a su soberanía sean de corazón sincero. Parte de la participación en sus padecimientos es que Él siempre busca moldearnos para que seamos siervos más semejantes a Él.
Kay Arthur se apoya en dos pasajes bíblicos: Primero, el mensaje del Señor en Lucas 11:1-13 es que debemos persistir hasta que veamos su contestación; segundo, Lucas 18 comienza diciendo que el Señor «les refirió una parábola sobre la necesidad de orar siempre y no desmayar». Es claro que el latido del corazón de nuestra esperanza se escucha mejor con la cabeza inclinada.
«Yo simplemente continué orando por él. Por él fui hasta lo último,» dice acerca de su hijo, ya que ella sabía que él no había aceptado a Cristo aunque había hecho varias profesiones de fe. «Creo que debemos recordar que Cristo no desprecia a los perdidos. Él vino a buscar y a salvar lo que se había perdido . . . y los encontró donde estaban».
Conviene que nos salgan callos en las rodillas, pero jamás en el corazón. La frustración fácilmente puede tornarse en amargura y hasta en odio insidioso en los recovecos más pequeños del corazón humano si los esfuerzos más sinceros constantemente se enfrentan con un rechazo.
Aunque a veces es difícil, recuerde que las reacciones negativas o indiferentes de sus seres queridos nacen de su ceguera. Ellos están perdidos, y el enemigo ha cegado sus ojos. Usted no debe ser intolerante con ellos, tal y como no lo haría si un ciego le pisa un pie.
1 Corintios 13 es el mensaje más claro de amor que se encuentra en la Biblia. El apóstol Pablo describe las características del amor comenzando en el versículo 4. Es interesante que la primera que menciona es la paciencia. El amor es sufrido (paciente). Y continúa diciendo que es benigno, que todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta y que nunca deja de ser. Nosotros debemos tener fe, esperanza y amor; pero el mayor de ellos es el amor.
«No dejemos de orar ni de amar, dice Kay Arthur. Mire usted, esta es la clave que ganó a mi hijo —yo nunca dejé de amarlo; jamás le cerré la puerta. Si hubo una puerta cerrada es porque él la cerró; pero mi puerta siempre estuvo abierta.
«Creo que el afecto es importante. Creo que tocar a su hijo, elogiar a su hijo, descubrir lo bueno y felicitarlo por algo es muy importante, dice. ¿Sabe qué? La Ley (del Antiguo Testamento) no degradaba a ninguna persona; simplemente decía: ‘Así debes comportarte’. La Ley jamás se acercó a nadie para decirle: ‘Eres indigno y nunca llegaras a ser nada’. La ley fijó la pauta».
En efecto, la Ley fijó la pauta y aunque el amor siempre ha sido un requisito, a veces el amor debe ser severo.
«Yo nunca le di libertad a mi hijo para ser desobediente,» dice Kay Arthur, al aconsejar a los padres que se cuiden de albergar actitudes permisivas que proceden de sentirse culpables por los fracasos del pasado con sus hijos. Por ejemplo, aunque sabía que no había sido la madre ideal antes de su conversión, ella le exigía a Tommy que asistiera a la iglesia y al estudio bíblico y que se sometiera a la enseñanza de la Palabra. Aunque él no lo quisiera, las semillas estaban siendo sembradas.
«Acabo de escribir un libro titulado: Nuestro Dios del pacto: cómo aprender a confiar en Él, y esto lo explica, —dice ella—. La ley se dio por dos razones. Una, para definir nuestros pecados. Esto se encuentra en Gálatas 3 . . . Segunda, es nuestro tutor para sujetarnos a ser obedientes hasta que llegue la fe en Cristo. En otras palabras, es mi tutor y me llama la atención y me dice: ‘No hagas eso’, hasta que mi corazón se transforma bajo el Nuevo Pacto. Y entonces quiero obedecer porque el Espíritu Santo ya habita en mí. Así que tocante a los padres cuyos hijos no son salvos, la Ley está ahí para restringirlos hasta que llegue la fe en Cristo trayendo consigo la obediencia».
Así como recuerda cuando transitaba por la carretera, Kay Arthur recuerda el momento catártico después que él aceptó a Cristo. Fue a la cocina de su madre diciéndole cuánto la amaba, compartiendo su pesar e implorando su perdón. Como antes, la reacción de ella, bañada en lágrimas, fue con amor: «Hijo, te perdono. Te comprendo porque yo he sido perdonada».
«Y luego me habló de la Palabra de Dios y yo estaba ahí pensando: Jamás creí que esto fuera posible. Pero sucedió, dice ella. Creo que es lo que los padres necesitan entender este Día de las Madres. Usted necesita criarlos creyendo en Dios. Necesita criarlos haciendo lo que dice Dios. Usted no es más sabia que Dios y si Él dice que debemos criarlos en disciplina y amonestación del Señor —desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación —no quiere decir que si su hijo se rebela usted permita que ese querido hijito rebelde decida que no va a escuchar las Escrituras. Usted cumpla con su deber. La responsabilidad del niño consiste en reaccionar debidamente a las enseñanzas que usted le ha impartido».