Era aún muy joven, pero fiel. Su padre lo amaba pero sus hermanos lo menospreciaban. Desde muy joven José supo lo que era sentirse seguro. El amor y la protección que su padre le mostraba brindaban el ambiente propicio para que él se desarrollara física, mental y espiritualmente. Sin embargo, la paz y seguridad que hubo en su juventud no duraron mucho.
Los celos consumían por dentro a sus hermanos, y cuando se presentó la oportunidad, conspiraron para darle muerte. Se podría escribir todo un libro sobre la envidia y la maldad de sus hermanos. No obstante, el relato bíblico acerca de la vida de José no se concentra en las cosas malas que le sucedieron. Por el contrario, lo que leemos en los capítulos 37 al 50 de Génesis es una historia que si bien es cierto que al principio abundan la tristeza y la derrota aparente, sin embargo, hacia el final todo es triunfo y gran bendición.
La vida de José es un gran ejemplo de cómo Dios actúa en medio de situaciones aparentemente imposibles para convertirlas en esperanza y triunfo. Para los que se preguntan si es posible vencer en las luchas de la vida, el ejemplo de José nos muestra que sí se puede. Aunque sus hermanos lo vendieron como esclavo, José no se dejó dominar por el temor, la ira, el rencor ni la amargura. Su fe en Dios fue el ancla que lo mantuvo firme cada vez que vio perdida su esperanza. Dios le hizo prosperar en cada adversidad que sufrió (Génesis 39:2-3).
¿Se sintió José tentado a guardar rencor como resultado de los desengaños que sufrió? Es muy posible que sí, pero no se rindió a esa tentación. Su amor hacia Dios le decía que Él no le había desamparado, aunque el futuro de su vida no era nada prometedor.
En la vida habrá ocasiones en que no comprenderemos por qué el Señor permite que suframos tragedias y fracasos. No obstante, podemos descansar en el hecho de que, no importa la situación que estemos enfrentando, sabemos que el Señor está con nosotros y tiene un propósito en ello.
Si nunca tuviéramos dificultades, nunca tendríamos la oportunidad de conocer la profundidad del amor y la fidelidad de Cristo para con nosotros. Aunque es cierto que José tuvo pruebas muy severas, sin embargo, no vemos en el relato bíblico un solo indicio de decepción de parte de él, sino la determinación de confiar en que Dios lo libraría. El secreto para triunfar en las luchas de la vida está en dejar de preocuparse por las cosas externas y concentrarse en el hecho de que el Señor está con nosotros en todo momento.
Quizá usted esté padeciendo de alguna enfermedad en su cuerpo. Dios quiere que usted ore en cuanto a esa enfermedad; pero él quiere más que nada que usted entienda que lo que está haciendo en su vida va más allá de la sanidad física. El dolor, el sufrimiento, la angustia, la desilusión… todas esas cosas se convierten en instrumentos en las manos de Dios para cumplir su propósito en usted. Siempre que se encuentre en pruebas y dificultades, pida al Señor que le muestre lo que quiere que usted aprenda de ellas.
Al hacer esto, se dará cuenta de que no le ha dejado ni por un momento. Él comprende que usted se siente inseguro, pero también quiere que usted reconozca que es un Dios amoroso, santo, que participa activamente en su vida y que tiene el poder de librarlo de toda atadura y tiniebla espiritual.
Por lo general, cuando se nos presentan dificultades tendemos a confiar en nuestra manera de solucionar las cosas. Nos apresuramos a trazar un plan que nos ayude a superar la dificultad o a escapar de la presión o a evitar el dolor. El problema con esto es que perdemos la oportunidad de una gran bendición, especialmente si el Señor no ha terminado su obra en nosotros.
Al estudiar la vida de José nos damos cuenta de que él no titubeaba a la hora de confiar en el Señor aun cuando parecía que sus adversidades no tendrían fin. José estaba convencido de que Dios estaba con él, así como está con usted ahora mismo. Cobre ánimo en el hecho de que Él tiene un propósito especial para su vida. Si la adversidad lo tiene sitiado, recuerde que toda aflicción tiene fin.
Dios pone a prueba nuestra fe con el fin de hacernos crecer espiritualmente y que aprendamos a buscarlo sobre todas las cosas.
En la Biblia, la «carne» representa la parte de nuestra naturaleza que heredamos de Adán. Cuando nos convertimos a Cristo recibimos un espíritu nuevo: el Espíritu de Dios que mora en nosotros. Aun así, en todo creyente sigue residiendo algo que representa la naturaleza caída de la humanidad. Ese algo es la parte de nosotros que se siente atraída por el pecado.
En realidad, no tenemos que preocuparnos de cómo vencer a la carne. El Señor Jesucristo nos ha dado la victoria que necesitamos para vivir todos los días en libertad y con esperanza. No obstante, para poder gozar de victoria continua en nuestra vida es imprescindible que entendamos quiénes somos en Cristo. Somos hijos amados de Dios y él es nuestro Padre celestial; hemos sido redimidos y perdonados por Cristo, quien nos da el poder para hacer frente a cualquier tentación sin tener que rendirnos a ella.
Tenga presente que la carne que lucha dentro de usted está en guerra contra Dios, no contra usted. Quizá piense que la batalla es problema de usted, pero en sentido espiritual la batalla es del Señor. Tenemos que aprender a decir no a los deseos de la carne, pero no sólo por temor a ser disciplinados. Si no tenemos amor sincero hacia el Señor y el deseo de hacer su voluntad, la disciplina se convierte en un mero ejercicio físico.
La carne es la parte de nosotros que se opone a la verdad de Dios. No podemos transformarla, reformarla ni mejorarla; sólo piensa en sí misma; es egoísta, egocéntrica, envidiosa y desenfrenada. Oswald Chambers escribe: «Si usted no anda bien con Dios, no podrá volverse a nadie más sino a sí mismo». Para vencer a la carne debemos poner nuestro corazón y nuestro amor en Aquel que nos dio la vida.
Pida al Señor que ponga en usted el deseo por su Palabra y por las cosas que él tiene para su vida. Pídale que le abra los ojos espirituales para poder ver la bondad de su amor por usted. José pudo soportar las tormentas de la vida porque puso su mira en Dios. En esto radica nuestra mayor esperanza y fortaleza.
La tentación se presenta de muchas formas, pero en cada una de ellas el objetivo es que abandonemos nuestra fe en Cristo. Ese fue el gran triunfo de Satanás en el huerto de Edén, y ese sigue siendo su objetivo en la vida de todo creyente.
La verdad acerca de la tentación es esta: siempre hay una mentira de por medio. Satanás hace resaltar una necesidad aparente y luego nos indica la manera indebida de satisfacerla. El enemigo nunca menciona nada acerca de las consecuencias de tomar malas decisiones. Se limita a vociferar la necesidad y nos incita a que la satisfagamos de la mejor manera que nos parezca, no importa si Dios está o no está de acuerdo.
José estuvo ante una gran tentación cuando la esposa de Potifar se le acercó con la intención de seducirlo. Sin embargo, José no se rindió a sus pasiones humanas sino que se mantuvo firme en su fe y dijo a la esposa de Potifar: «No hay otro mayor que yo en esta casa, y ninguna cosa me ha reservado sino a ti, por cuanto tú eres su mujer; ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?» (Génesis 39:9).
Cuando se vea tentado, tenga presente el cuadro completo de su vida. Considere las consecuencias de la desobediencia. ¿Está dispuesto a pagar el precio? ¿No habrá alguna manera mejor de satisfacer esa necesidad? Diga la palabra «alto», en voz alta si es necesario, para dejar de pensar, decir o hacer algo que lo llevará a caer en pecado.
Dios le ama con amor eterno. Él perdona el pecado pero su mayor deseo es que digamos no a la tentación antes de que ésta tenga la oportunidad de hacernos caer.
Desde luego que la tentación en sí no es pecado, pero cuando cedemos a ella es cuando pecamos contra Dios. Santiago nos exhorta, diciendo: «Resistid al diablo, y huirá de vosotros» (Santiago 4:7). Cuando usted resista al diablo, cerciórese de que su fe está firme en el Señor, y Él lo rescatará. Resistir al diablo en sus propias fuerzas le dejará desanimado, desilusionado y derrotado.
Dios estaba con José aun cuando permitió que la esposa de Potifar lo tentara y lo acusara falsamente. Las injusticias que José sufrió lo prepararon para llegar a ser años más tarde el gobernador de Egipto.
Pida al Señor que le muestre las zonas de peligro en su vida, luego tome la decisión de mantenerse alejado de esas cosas que son una tentación para usted.
Hay un sentimiento de culpa que es falso y otro que es real. Cuando nos sentimos culpables lo primero que debemos hacer es peguntarnos si hemos hecho algo malo. El apóstol Juan nos recuerda que si confesamos nuestros pecados Dios es justo para perdonarnos. Una vez que hayamos confesado nuestro pecado, debemos dejarlo en las manos del Señor. El sentimiento falso de culpa falso es resultado de sentirse culpable sin tener suficiente prueba de que se haya hecho algo malo. Este sentimiento no es bueno para nuestra salud espiritual y, además, puede paralizarnos emocionalmente. Los sentimientos de inseguridad, de temor, de condenación y de duda por lo general atormentan a las personas que tienen sentimientos falsos de culpa. Dios nunca nos condena.
La manera de resolver este dilema es determinando su origen. Si ha pecado, confiéselo al Señor y apártese de ese pecado. Si usted no puede determinar el origen, pero se siente culpable de algo sin saber por qué, lo más seguro es que sea un sentimiento falso de culpa.
Al confesar las verdades siguientes usted podrá vencer ese sentimiento de culpa y restaurar su esperanza: Soy alguien especial porque Cristo me ama con amor eterno. Nada ni nadie puede alterar el amor eterno de Dios por mí. Dios me perdona no por mis buenas obras, sino porque Cristo me amó y se entregó por mí.
Todos hemos tenido dificultad en aceptar el perdón de Dios, pero Cristo tiene la solución para este problema. Él dijo a sus discípulos algo que revolucionaría su perspectiva del futuro: «No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros» (S. Juan 14:18). La venida del Espíritu Santo fue una gran promesa que se cumplió. Cristo viene a usted en la persona del Espíritu; nada ni nadie podrá separarle de su amor eterno. No hay pecado que pueda extinguir el amor de Cristo por usted.
Una de las razones por la que a muchos les cuesta trabajo porque no han llegado a conocer la profundidad del amor y perdón de Cristo hacia ellos. Saben que Él murió por sus pecados. Como fue algo que sucedió hace 2000 años, a muchos les cuesta trabajo entender la relación que ese acto tiene con todo. Pero el amor de Dios se trata, precisamente, de que tiene relación con todo aspecto de nuestra vida. El perdón de Dios hacia nosotros es total y para siempre. San Juan nos dice que una vez que confesamos nuestros pecados al Señor, podemos descansar en el hecho de que Él nos perdona para siempre (1 Juan 1:9).
Así como Cristo nos ha perdonado, nosotros debemos también perdonar a los que nos ofenden. Algunas veces esto no es fácil de hacer; sin embargo, es necesario hacerlo si queremos ser verdaderamente libres. Entre tanto guardemos rencor en nuestros corazones, no podremos tener el gozo y la paz de Dios en su plenitud. El perdón nos sana el alma y nos libera para meditar en Dios y vivir sin ser cínicos.
Quizá usted me diga: «Es que usted no sabe lo que me ha pasado a mí». Cierto, pero Dios sí lo sabe. Perdonar no quiere decir que la persona que le ofendió se saldrá con la suya. Lo que sí quiere decir es que usted está dejando en las manos de Dios a la persona que le causó daño.
Si José no hubiera querido perdonar a sus hermanos, Dios no lo habría bendecido como lo hizo. El pueblo de Israel hubiera perecido y José nunca habría conocido lo que es amar a Dios y ser amado por él. El perdón es clave para todo aspecto del crecimiento espiritual; pero no podemos hacerlo solos, Dios tiene que darnos la fuerza y el valor para perdonarnos a nosotros mismos y a los demás.
Cuando lo metieron en la cárcel por algo que no hizo, José pudo haberse llenado de cólera, de cinismo y de celos; pero no se dejó dominar por esos sentimientos, ni siquiera cuando, en uno de los momentos más difíciles de su vida, se vio traicionado nuevamente. Cuando al copero del rey lo pusieron en libertad, José le pidió que se acordara de él. Pero eso fue lo que menos hizo el copero, ya que se olvidó de José y se tardo en interceder para que fuera puesto en libertad (Génesis 40:9-23).
La mayoría de nosotros hemos sufrido alguna clase de traición y siempre llegamos al punto en que quisiéramos negar lo que para todos es obvio. Una vez que nos damos cuenta de lo sucedido, tenemos dos alternativas: seguir adelante, confiando en el Señor, o quedarnos estancados en nuestro crecimiento espiritual al dejarnos dominar por los celos, la ira y la traición. José no hizo esto último.
Los celos y la ira nos impiden disfrutar de las bendiciones del Señor. Es posible que José se haya visto asediado por esos sentimientos, pero sabemos que nunca se dejó dominar por ellos. José salió libre de la cárcel para convertirse en Primer ministro de Egipto, segundo después de Faraón.
Dios usa al hombre o a la mujer que tiene su mira puesta en Él y no en las circunstancias.
José nunca dudó de la bondad de Dios. Él sabía que Dios, tarde o temprano, lo rescataría. Pero aun si la situación no cambiaba, él estaba preparado para seguir confiando en Dios y esperando en su bondad.
Cuando lo asalten las dudas, pida al Señor que le ayude a determinar la causa de sus temores y dudas. No permita que las situaciones de la vida le impidan seguir confiando en Dios. Tenga presente que él está siempre al tanto de lo que está pasando en su vida. Él le comprende y le ama, pero no es su deseo que usted se deje dominar por los temores y las dudas.
Una de las formas en que puede deshacerse del temor, es trayendo a la memoria los momentos en que Dios ha intervenido poderosamente en favor suyo. Lleve un diario de las cosas que Dios hace en su vida. Cada vez que él cumpla una promesa, anótela. De esta manera, cuando se sienta descorazonado, podrá volver a esas promesas y descubrir una vez más la bondad de sus bendiciones hacia usted.
Otra cosa que nos ayuda a fortalecernos espiritualmente es meditar en la Palabra de Dios. Cuando nos concentramos en las verdades bíblicas las mentiras y engaños del enemigo se esfuman. Dios nunca nos acusa ni nos condena, pero Satanás lo hace en toda oportunidad que se le presenta. David dice: «A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido» (Salmo 16:8).
José pudo vencer en las luchas de la vida no porque fuera más fuerte que nosotros, sino porque se atrevió a confiar en el Señor. Su fe no dependía de lo que la vida podía ofrecerle, sino de la verdad que él conocía. Servimos a un Dios que es infinito en poder, sabiduría y misericordia. Este Dios le ama con un amor sin condiciones de ninguna clase y tiene grandes bendiciones reservadas para usted.