La Humildad

Andrés Murray define la humildad como la «raíz» de nuestra vida espiritual. Él hace hincapié en que sin esta raíz careceremos del dinamismo que Dios quiere que tengamos en la vida cristiana.

«No es de extrañarse, entonces, que para muchos la vida cristiana sea a menudo infructuosa y poco convincente, porque desconocen o descuidan la raíz de la vida Cristocéntrica. No es de extrañarse, entonces, que el gozo de la salvación sea algo que muy pocos sienten, porque casi no se menciona y casi no se busca aquello en lo que Cristo se gozó y que produce el gozo: la humildad. Pero debemos buscar la humildad que está basada en la negación y muerte de uno mismo».

En la enseñanza sobre el discipulado abordamos temas como la oración, el estudio de la Biblia, evangelismo, y otros. Desde luego, es necesario enseñar sobre esas disciplinas. Pero si la humildad no es el fundamento de ellas nuestra casa espiritual se derrumbará. Necesitamos la disciplina interna de la humildad para que la vida en Cristo sea una realidad en nosotros. Si usted ha estado tratando de edificar su vida espiritual de afuera hacia dentro, sin tomar en cuenta la humildad, posiblemente se sienta cansado, desilusionado, ofuscado y hasta sin vida. La solución no está en descuidar las disciplinas externas, sino en comenzar a ejercitar las disciplinas internas, comenzando con la que es fundamental: la humildad de Cristo.

Si los autores clásicos del cristianismo están de acuerdo en que la humildad es el punto de partida más importante para la vida cristiana, entonces ¿por qué descuidamos tanto nuestra vida espiritual?; ¿por qué se nos enseña cómo hacer todo lo demás excepto cultivar esta virtud tan importante de la humildad?

Tal vez sea porque las disciplinas y virtudes del corazón son muy difíciles de enseñar y de poner en práctica. Podemos marcar como terminado un curso bíblico, podemos anotar los minutos que pasamos en oración y podemos escribir los nombres de las personas a quienes testificamos del Señor. Pero ¿cómo nos damos cuenta de cuánta humildad hemos alcanzado?

No podemos. En realidad no se trata tanto de llegar a ser humildes sino de practicar la humildad. Las virtudes no son tanto algo que debemos ser sino más bien disciplinas internas a las cuales debemos aspirar. Nuestro crecimiento en las virtudes es gradual. Este principio lo vemos mejor cuando se trata de la humildad…

Tal vez usted no pudo determinar qué era, pero sí pudo ver que si bien por fuera todo parecía estar bien, sin embargo, por dentro hacía falta algo sumamente importante. Por lo general ese «algo» es el espíritu de humildad de Cristo. Ni siquiera el mejor disfraz puede ocultar por completo la fealdad del orgullo que está al acecho por dentro.

Desde un punto de vista espiritual, la humildad es empezar la vida en Cristo con una confianza absoluta en Dios. Es la actitud de recibir de Dios y reconocer nuestras necesidades. El cristiano humilde es el que toma las palabras de Cristo en forma literal: «… porque separados de mí nada podéis hacer» (S. Juan 15:5). Andrés Murray pone el dedo en la yaga al decir que la humildad es «la destitución del yo a cambio de la entronización de Dios»…

La humildad es la disposición que nos prepara para ser bendecidos por Dios. En los Salmos abunda la enseñanza de que Dios se agrada de los humildes: Dios salva al humilde, guía al humilde, sostiene al humilde, guarda al humilde e incluso corona al humilde. Note que todo mana de Dios hacia el siervo humilde.

Pero el orgulloso busca todo lo contrario. El orgulloso confía en sí mismo y no le gusta depender de nadie. El arrogante pretende obligar a Dios en vez de recibir de él…

Algunos de nosotros creemos que después de recibir la salvación de Dios todo lo demás nos toca a nosotros. Esta clase de confianza en nosotros mismos nos corta el «oxígeno espiritual». Nos dejará prácticamente paralizados si no aprendemos a respirar el aire fresco de la gracia y del poder de Dios…

Negarse a uno mismo quiere decir también que somos libres para servir a otros según Dios nos guíe, en lugar de tratar de impresionarlos. El ejemplo supremo de esto lo vemos en Cristo cuando lavó los pies de los discípulos.

El deseo de que a uno lo honren, lo admiren y le sirvan no es otra cosa que querer ser tratado como a Dios. Esa actitud tan arrogante nunca podrá ser satisfecha, porque nunca seremos como Dios. Es por eso que la soberbia siempre deja el mal sabor de la decepción. Por otro lado, la humildad nunca termina desilusionada; si usted quiere servir a los demás, siempre habrá alguien a quien pueda servir; y al hacerlo, sentirá el gozo y el contentamiento de Cristo…

La vida de humildad es aquella en la que el gozo y el agradecimiento sinceros son una experiencia diaria porque la fuente de ese gozo no está limitada sólo a nuestro bienestar personal. Podemos mirar con buenos ojos a los demás sin sentirnos menos que ellos ya porque tienen aptitudes que nosotros no tenemos; podemos deleitarnos en la belleza de un paisaje sin sentir envidia de que no sea nuestro; podemos recibir con agrado las enseñanzas de una buena predicación en lugar de estar pensando en que nosotros deberíamos estar detrás del púlpito.

Vivir desprendido de uno mismo es vivir en libertad. Es recuperar el presente para poder vivir el día de hoy sin tener que sucumbir al deseo por otras cosas que pueden destruir nuestro contentamiento actual…

El apóstol Pedro dice: «Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo» (1 Pedro 5:6). Cuando aprendamos a contentarnos con nuestra situación presente… seremos libres y podremos vivir la vida que Dios creó para cada uno de nosotros.

Tomado de La búsqueda gloriosa, por Gary L. Thomas

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