Donde Se Satisfacen Las Necesidades

Quizás no todos podamos identificarnos con Moisés cuando se postró ante la zarza ardiendo. Pero lo que sí la mayoría podemos comprender fue el sentimiento de insuficiencia que llenó su vida cuando se dio cuenta de la magnitud del plan de Dios para su vida. El Señor lo había escogido para que sacara al pueblo de Israel de la esclavitud egipcia. Aunque Moisés se había criado en un ambiente en el que era común hablar de guerras y estrategias militares; sin embargo, nada de lo que él había aprendido en la casa de Faraón lo había capacitado para lo que el Señor le estaba encomendando. Sólo Dios podía suplir lo que Moisés más necesitaba para cumplir su misión. Y, sin duda, eso era lo que el Señor se proponía hacer al decirle: «Yo estaré contigo» (Éxodo 3:12).

Si se le hace difícil comparar su vida con la de Moisés, acuérdese de los discípulos y del temor y angustia que sintieron cuando Cristo murió. Durante tres años anduvieron con él y fueron testigos de muchos milagros y del poder infalible de la verdad divina. Pero nada de lo que habían visto y aprendido los había preparado para la soledad y pérdida tan grandes que sintieron cuando vieron a su Señor clavado en la cruz. Sin duda los asaltaron las dudas y la incertidumbre en cuanto a lo que sería de ellos y de la misión para la cual habían sido capacitados.

Sólo Dios podía suplir lo que más necesitaban. Y, sin duda, eso era lo que él Señor se proponía hacer al decirles: «No se turbe…» (S. Juan 14:1-3). El versículo 18 infunde una gran confianza: «No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros».

¿Qué es lo que usted más necesita? ¿Sabiduría, cariño, confianza, esperanza, aceptación? ¿O tal vez se sienta esclavizado por algo y ha estado tratando de liberarse de ello y no ha podido y está a punto de darse por vencido? Dios no quiere que usted pierda la esperanza. Lo que usted más necesita, no importa lo enorme que parezca, no es mayor que el poder de Dios para suplirlo. La fuerza del Señor es suya y él le dará lo que necesita.

Cuando le buscamos, Dios a menudo nos provee de sanidad. Es posible que no venga de la manera que esperamos, pero la sanidad que nos da nos llenará de gozo y paz eterna. Dios restaura a los quebrantados y levanta y libera a los esclavizados por el pecado para que anden en vida nueva.

El apóstol Pablo fue un hombre con mucha preparación y fue un erudito muy respetado. Pero se dio cuenta de que su mayor debilidad era el punto de mayor fortaleza de Cristo (Filipenses 4:11-19). En el caso de Moisés, su insuficiencia brindó al Señor la oportunidad perfecta para hacer sus maravillas. Con frecuencia pensamos que para que Dios pueda hacer algo en nuestras vidas y pueda manifestar su poder por medio de nosotros tenemos que ayudarlo de alguna manera. Si bien Dios nos incluye en el proceso de suplir lo que necesitamos, no obstante, su mayor deseo es que, cuando necesitemos algo, nos volvamos a él primero para la solución, no a nosotros mismos.

Todos tenemos necesidades. Al crearnos, Dios puso en nosotros necesidades que solamente él puede satisfacer. Esto explica por qué Pablo dice: «Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Filip. 4:19). Él estaba convencido de que Dios supliría todo lo que él necesitara. Pero, ¿qué pasa cuando tenemos dificultades y nos sentimos solos, abandonados y decepcionados? ¿Qué se propone Dios cuando permite en nuestra vida necesidades que nos abruman?

George Matheson nos da la perspectiva siguiente: «La demora en el cumplimiento de algo no deja de producir cierta angustia. Pero estar aguardando por esperanza; rehusar desesperarse cuando no se ve indicio de una respuesta; ver sólo oscuridad por la ventana y aun así dejarla abierta por si acaso aparecen estrellas; tener un vacío en el corazón y aun así no dejar que sea lleno con una presencia inferior: esa es la mayor paciencia del universo. Es Job en la tempestad; es Abraham rumbo a tierra de Moriah; es Moisés en tierra de Madián; es el Hijo de Dios en el huerto de Getsemaní».

Al igual que nosotros, Cristo tuvo necesidades. Él supo lo que es tener hambre y sentirse solo. Cuando lloró ante el sepulcro de Lázaro, lo hizo no por desesperación o debilidad, sino porque alguien a quien él amaba había muerto. Él supo lo que es amar y no ser correspondido. Es cierto que vino a este mundo para rescatarnos de las garras del pecado, pero también vino para que supiéramos que él comprende las necesidades que tenemos.

Lo que el ser humano más necesita es a Dios. Por más que el hombre se empeñe en negarlo, hay un vacío en el ser humano que sólo su Creador puede llenar. Siempre que tratamos de satisfacer nuestras necesidades sin tomar en cuenta a Dios, terminamos aun más vacíos. Nada que podamos hacer por nosotros mismos podrá satisfacer los anhelos más profundos de nuestro corazón. La paz espiritual es algo que no podemos comprar con riquezas; Cristo es el único que puede dárnosla.

En términos generales, hay tres categorías en que podemos clasificar las necesidades básicas de todo ser humano: la necesidad de pertenecer, la necesidad de sentirse digno y la necesidad de sentirse competente. Desde el punto de vista del mundo, estas necesidades pueden ser satisfechas sin la ayuda de Dios. Pero desde el punto de vista de Dios, sólo hay una manera de satisfacerlas: por la fe en Cristo.

Dios puso en nosotros la necesidad de pertenecer a algo o alguien superior a nosotros.

El problema está en que andamos en busca de la persona perfecta que pueda satisfacer nuestras necesidades. Nadie puede hacer por nosotros lo que sólo Dios puede hacer. Ninguno de nosotros puede satisfacer todas las necesidades de su conyuge, de sus hijos, de sus padres o de sus amistades. Todas nuestras inseguridades se desvanecen cuando llegamos a comprender quiénes somos en Cristo. Lo mismo podemos decir acerca de la necesidad de sentirnos dignos y competentes. Somos dignos no por lo que hayamos logrado, sino porque Cristo nos ha hecho dignos. Dios es quien nos capacita y nos hace competentes para vivir, trabajar y hacer muchas cosas.

No obstante, muchos no saben que hay un proceso a seguir si quieren que Dios supla todo lo que necesitan.

El primer paso es reconocer que tiene una necesidad.

Nunca tenga pena o temor de contar al Señor lo que siente en su corazón. Si se siente solo o si tiene temor, dígaselo; él está dispuesto a escucharle. Por supuesto, usted primero tiene que confiar en él, y un corazón humilde que busca a Dios en oración está demostrando una fe verdadera.

Busque el consejo de Dios.

Es posible que tenga que olvidarse de sus deseos personales para que Dios le dé lo que realmente necesita. Cuando Salomón asumió el trono de Israel, Dios se le apareció en sueños y le dijo: «Pide lo que quieras que yo te dé» (I Reyes 3:5). Salomón dijo: «Da, pues, a tu siervo corazón entendido… para discernir entre lo bueno y lo malo» (v. 9). En Proverbios Dios dice: «Yo amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me buscan» (Prov. 8:17).

Apóyese en las promesas de Dios.

Estudie la Palabra de Dios; medite en ella. Pida al Espíritu Santo que le dé entendimiento para conocer y comprender la voluntad de Dios en cuanto a su necesidad (Salmo 55:1).

Esté dispuesto a esperar hasta que el Señor le dé lo mejor.

Quizá usted haya estado buscando al Señor en cuanto a una respuesta en particular. Pero ya han pasado varios meses y quizás años y Dios aún no ha contestado su oración. ¿Se abrá él olvidado de usted? Pues, no. Recuerde que él le ama con un amor eterno y tiene un plan perfecto para su vida, que incluye lo mejor para usted. La respuesta a su oración quizá llegue sólo cuando él sepa que traerá la mayor bendición a su vida.

Dios quiere que estemos dispuestos a esperar hasta que él nos dé lo mejor: la persona con quien casarnos, la casa en que viviremos o la carrera que mejor desarrolle nuestras aptitudes y nos presente siempre nuevos retos. El salmista dijo: «Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes. Aguarda a Jehová; esfuérzate, y aliéntese tu corazón; sí espera a Jehová» (Salmo 27:13-14).

Dé gracias por adelantado al Señor por satisfacer sus necesidades.

Un corazón agradecido es señal de que usted está confiando en Dios. Si usted le alaba aun antes de que reciba la respuesta, estará declarando su fe y confianza total en él.

Si ya ha hecho algunas de las cosas antes mencionados, quizá se esté preguntando por qué no ha recibido lo que necesita. Hay varias razones que explican por qué Dios no nos da inmediatamente lo que necesitamos.

Tal vez esté esperando a que le entreguemos las riendas de nuestra vida.

A veces queremos llevar la vida a nuestra manera. Este es uno de los motivos principales de que Dios no nos dé lo que necesitamos. No buscamos su consejo ni su sabiduría sino que nos adelantamos a su plan. Siempre que esto pasa, corremos el riesgo de no recibir lo que necesitamos.

Dios nunca ha dejado de suplir lo que necesitamos; sin embargo, solo puede hacer lo que le permitamos hacer. Él nos ha dado libre albedrío, pero éste tiene límites. Si queremos, podemos desobedecerle y seguir otro rumbo. En ocasiones, es posible que el asunto no se trate de desobediencia, sino de pereza espiritual. Dios quiere que le presentemos nuestras necesidades. Cuando no lo hacemos, perdemos las bendiciones que tiene para nosotros. A los israelitas les advirtió de que no caminaran «a la luz de vuestro fuego» (Isaías 50:10,11). Si ellos se obstinaban en desobedecerle, les prometió que en dolor serían sepultados (v. 11).

Otra razón de que Dios no nos dé inmediatamente lo que necesitamos es porque no aceptamos sus métodos.

No siempre entenderemos por qué Dios nos guía por caminos que para nosotros parecen inciertos y tenebrosos. Pero los ha trazado especialmente para suplir todo lo que necesitamos. Por eso debemos confiar en él como lo hizo David cuando dijo: «Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo» (Salmo 23:4).

Dios no nos dará lo que necesitamos sino hasta que estemos dispuestos a tratar los problemas, no los síntomas.

Si usted ha estado luchando con sentimientos de inferioridad y ansiedad, es posible que estos sólo sean los síntomas de algo más profundo. Tal vez sea la necesidad de pertenecer a algo o alguien. La clave para tener un concepto saludable de uno mismo no está en saber cómo satisfacer las necesidades, sino en conocer al que puede satisfacer todas ellas: el Señor Jesucristo. Al final de este artículo hay un cuadro que resume quiénes somos en Cristo.

Una de las razones principales de que Dios no nos dé lo que necesitamos es porque guardamos pecado en nuestro corazón.

El pecado impide que la gracia de Dios fluya en nuestra vida. Él nunca dejará de amarnos. Sin embargo, no puede permitir la desobediencia en nuestra vida. Si usted está guardando algún pecado en su corazón, confiéselo directamente al Señor y por la fe en la sangre de Cristo acepte el perdón de Dios y la restauración a la comunión con él.

Otra cosa que impide la respuesta a nuestras necesidades es el rencor.

Cuando no queremos perdonar a los que nos han ofendido es como si edificáramos una muralla alrededor de nuestra vida. Tal vez algo bueno pueda encontrar el camino en el laberinto de la amargura y el rencor, pero es rápidamente sofocado. El mandato del Señor para nosotros, respecto a los que nos ofenden, es «perdonarlos así como nosotros hemos sido perdonados». Recuerde que al perdonar a otros no estamos diciendo que estamos de acuerdo con lo que hicieron, sino que nos estamos liberando de las cadenas del rencor para que así Dios pueda sanarnos. Él se hará cargo de tratar con el pecado de la otra persona.

La duda también impide la respuesta de Dios a nuestras necesidades.

El Señor le dijo a Pedro: «¿Por qué dudaste?» (S. Mateo 14:31). Pedro había visto al Señor andar sobre las aguas y quiso hacer lo mismo para ir hacia él. Pero cuando iba de camino quitó su mirada del Señor y la puso en la tormenta y en sus propios recursos, y fue cuando empezó a hundirse. Oswald Chambers dice: «Cuando Dios le dé una visión, haga lo que tiene que hacer no importa lo que cueste».

Cuando queremos que Dios nos dé lo que necesitamos pero nuestras intenciones no son buenas, él primero tiene que corregir nuestra actitud.

La falsedad, el engaño y el egoísmo son actitudes que impiden al Señor suplir lo que necesitamos. Si estamos pidiéndole que nos dé algo que necesitamos pero lo estamos haciendo movidos por algo falso, no recibiremos lo que necesitamos sino hasta que nos sometamos a su voluntad. Por eso el Señor nos ordena buscar «primeramente el reino de Dios y su justicia», y él nos dará todo lo que necesitamos.

No recibimos lo que necesitamos porque no pedimos al Señor que nos libere.

Muchos creyentes hacen frente a las tormentas de la vida con una actitud de mucha confianza en sí mismos. Van decididos a «alabar al Señor no importa la oposición que haya». La Biblia dice que «Jesús lloró». Eso quiere decir que el Hijo de Dios tuvo una necesidad que supo reconocer y dejar que su Padre hiciera lo que ningún ser humano podía hacer por él. ¿Está usted confiando en sus recursos o en que Dios suplirá lo que necesita conforme usted le da a conocer sus necesidades? A Él nada le agrada tanto como cuando le buscamos con una actitud humilde y sumisa.

Hay muchos que no saben cómo dirigirse al Señor para presentarle las necesidades que tienen. Quizá sientan temor de hacerlo o creen que Dios nos se interesa en sus asuntos. Pero nuestro Padre celestial no está interesado en la manera que le hablemos o cómo nos dirijamos a él. Lo que más le interesa es que le busquemos y nos acerquemos a él. Lo que él mira es la disposición de nuestro corazón y está atento al menor susurro que salga de éste.

Pídale que le ayude a discernir entre lo que es una necesidad verdadera y lo que es un deseo. No todo deseo nace del egocentrismo, porque la Biblia dice que Dios nos da los deseos de nuestro corazón. Cuando lo que buscamos es hacer su voluntad, tendremos una inclinación natural a hacer las cosas que a él le agradan.

Tomado de En Contacto


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