¿Qué es educación cristiana? Muchas veces hacemos esta pregunta. ¿Será estudiar en una universidad o seminario para obtener un título de pastor o evangelista? Pues en realidad no. Educación cristiana es enseñar acerca de Cristo. Por supuesto que es importante recibir instrucción de los que tienen el don de Dios y están preparados para hacerlo, pero un simple diploma no nos hace mejores alumnos. Aprender de Cristo sí cambia las cosas. Él es nuestro Maestro por excelencia y sólo podremos ser buenos discípulos si llegamos a conocerle y completamos su curso.
Ahora, usted se preguntará: ¿Qué necesito para aprobar la clase? Hay sólo dos cosas que le ayudarán a cumplir este objetivo: la Palabra de Dios y su fe. La Biblia es nuestro manual de estudio; escudriñándola y meditando en ella es como llegamos a conocer el corazón de Dios.
La enseñanza bíblica es uno de los fundamentos esenciales para toda iglesia cristiana. Una congregación que no estudia la Palabra de Dios no puede crecer.
Por eso los cristianos no debemos conformarnos sólo con asistir los domingos a la iglesia a escuchar la predicación. Debemos tener el anhelo de cultivar una relación íntima y personal con el Señor Jesucristo. Pero, ¿cómo lo hacemos? Meditando en las Escrituras y confiando en él.
Bill Gillham, reconocido autor de libros cristianos, profesor de psicología ya jubilado y director de un programa de radio, dice que «la fe es actuar sabiendo que Dios dice la verdad». ¿Cómo podemos actuar de acuerdo a esa verdad si no nos instruimos en ella? La Palabra de Dios dice que la fe mueve montañas, sana enfermos y liberta cautivos.
Sabemos actuar cuando conocemos y conocemos cuando actuamos. Por lo tanto, hay que conocer bien la Palabra de Dios para vivir por fe. El fin de la instrucción es aprender. Los maestros enseñan para que sus alumnos aprendan. Si el alumno no está en contacto con el maestro, no es mucho lo que pueda aprender de él y de igual forma, si el maestro no está al servicio del alumno, no hay mucho que pueda enseñarle. En nuestros días hay urgencia de hacer discípulos y de ser discípulos.
«Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él» (Proverbios 22:6). Desde que nacemos necesitamos instrucción en el camino. Los padres tienen la responsabilidad de instruir a sus hijos.
La enseñanza bíblica en la iglesia es un instrumento muy valioso para los padres de familia. Tanto usted como sus hijos deben asistir a clases bíblicas para que puedan aprender de la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Lo hermoso y singular de la instrucción en la iglesia es que cada uno es instruido de acuerdo a sus capacidades mentales, espirituales y físicas. Una familia que se congrega en la iglesia para estudiar la Palabra de Dios crecerá en armonía y estará fortalecida cuando se presenten las adversidades.
¿Ha sido usted instruido en la Palabra de Dios? Si su respuesta es sí, confiamos en que este artículo le servirá para confirmar su proceder. Si su respuesta es no, entonces por fe en la Palabra de Dios busque la manera de recibir instrucción bíblica no sólo en la comunión con Dios, sino también en la comunión con sus hermanos en la fe. Así es como crecemos tanto a un nivel personal como de iglesia. Habrá un propósito en todo lo que hagamos en el nombre del Señor.
Ahora, ¿cómo, dónde, cuándo y qué enseñar? La Biblia es la fuente primordial de enseñanza; todo material que usemos para complementar la enseñanza debe estar basado en la Palabra de Dios. Hay cuadernos, guías del maestro y mucho otros recursos didácticos que pueden ayudarnos en la preparación y exposición de la enseñanza bíblica.
¿Dónde y cuándo enseñar? La respuesta a estas preguntas depende de las necesidades de cada congregación. El Señor dice: «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mateo 18:20). Hay iglesias que se reúnen para estudiar la Biblia los domingos, ya sea antes o después del culto de adoración. Otras destinan un día entre semana para ello. Hay casos en que los estudios se llevan a cabo en la casa de algún miembro o en un parque o en una cafetería. El lugar y la hora no son tan importantes. Desde luego que debe ser un sitio donde todos los presentes se sientan cómodos y puedan preparar sus corazones para recibir la instrucción. ¿Dónde enseñaba Jesucristo?: a la orilla del lago, en un monte, en la sala de una casa, en las sinagogas o donde estuvieren dos o tres reunidos en su nombre. Para Cristo lo importante era el mensaje, la enseñanza y que él pudiera transformar los corazones. Ese debe ser el objetivo de la enseñanza bíblica: que Cristo transforme los corazones.
¿Cómo enseñar? Mejor preguntémonos, ¿cómo enseñó Jesucristo? Él es el Hijo de Dios y tiene poder para cambiar nuestros corazones con sólo decirlo. Sin embargo, él siempre enseñó valiéndose de ejemplos y ordena nuestras circunstancias para que por voluntad propia acudamos a él. El Señor utilizó recursos que estimulaban los sentidos; por ejemplo, los milagros que hizo: multiplicó los panes y los peces, sanó enfermos, liberó a endemoniados. También enseñó por medio del ejemplo personal: la oración, el perdón, el sacrificio; y relató parábolas que ilustraban sus enseñanzas. El maestro instruye por medio del ejemplo y utiliza la Palabra de Dios para confirmar su enseñanza.
¿Le ha dado Dios el talento de la enseñanza? Si su respuesta es afirmativa, entonces ¿está usted multiplicando su talento? Si su respuesta es sí nuevamente, usted es como el «buen siervo y fiel; en lo poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor» (Mateo 25:21). Si su respuesta es negativa, entonces es hora de hacer algo en cuanto a ello.
El Señor nos ha dado un mandato: «Id, y haced discípulos a todas las naciones» (Mateo 28:19). En Hechos 1:8 dice que tenemos el poder del Espíritu Santo para ser «testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra». ¿Cuál es su Jerusalén? Comience por los que tiene a su lado, en el ambiente social en que se desenvuelve: familiares, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, su iglesia. Sí, su iglesia. En su congregación usted tiene no sólo que ser discípulo, sino también hacer discípulos. Si Dios le ha capacitado para la enseñanza, haga uso de su don enseñando a otros, para eso Dios se lo dio. Tan pronto se ponga a la disposición del Señor, usted comenzará a ver las bendiciones de Dios en su vida.
Comience en su Jerusalén (donde usted vive); luego proceda a Judea (su comunidad); luego a Samaria (más allá de su comunidad) y luego hasta lo último de la tierra (a lugares que ni siquiera se ha imaginado). Dios se encargará de lo demás (Mateo 6:33).
Por fe enseñe lo que cree y será un vaso útil en manos del alfarero. Su congregación le necesita. La mies es mucha y los obreros pocos. Comenzando con los recién nacidos hasta los más adultos, desde uno que acaba de conocer a Cristo hasta el más maduro en la fe. Ore, busque y sirva. No se necesita un doctorado para servir, sólo una buena disposición y el Espíritu Santo como su guía. Pídale a Dios que le dé sabiduría y entendimiento para seguir adelante con su obra aquí en la tierra.
Dar testimonio de Jesucristo para difundir el milagro de la salvación y la vida eterna es la primera urgencia que el Espíritu pone en su corazón. Luego, la experiencia y la madurez espiritual le ayudarán a discipular a otros.
En Efesios 4:11-13 la Palabra de Dios habla de la obra del Espíritu Santo en el cristiano. La unidad del Espíritu «Constituyó a unos apóstoles; a otros, profetas; a otros evangelistas; a otros, pastores y maestros para la perfección de los santos para la obra del ministerio y la edificación de la iglesia».
O sea, podemos entender que una de las tareas del Espíritu Santo en nuestras vidas es la de llenarnos de su poder para que trabajemos en la obra de Dios, de acuerdo a las necesidades de la congregación a la que él mismo nos ha llamado a servir. Y que las tareas esenciales de cualquier congregación tienen como propósito final la edificación espiritual.
La educación cristiana es el método que se usa para impartir las enseñanzas fundamentales de la sana doctrina. La instrucción implica dis cipulado.
El éxito del alumno depende mucho de la dedicación del maestro.
Jesucristo dedicó los últimos tres años de su vida terrenal a discipular a un grupo de doce varones. Con ellos caminó, oró, pasó momentos de gozo y paz, como también momentos de dolor y quebrantamiento. Se dedicó por completo a enseñarles la verdad para que vivieran de acuerdo a ella y la difundieran por todo el mundo. Al adquirir conocimiento mental y espiritual podremos entender el propósito divino en el plan de salvación resumido en Juan 3:16.
Dios le ha escogido para que usted sea parte de su plan. Queda con usted obedecer el mandato de Dios y ejercer su don.
Podrá aprobar la clase de educación cristiana siempre y cuando se ponga en las manos de Dios y dé al Espíritu Santo el control de su vida. Tenga presente que Dios nunca contradice su Palabra y que es fuente de amor y de toda buena dádiva.
Confíe en esta lección nueva y sea un vaso útil para la obra del Señor Jesucristo.
—Nelly Calzada-Rodríguez