La Tenacidad

Hay personas que tienen el don no sólo de decir la palabra correcta y conveniente, sino también de actuar en el momento oportuno. El Primer Ministro de Inglaterra, Winston Churchill, tuvo ese don.

Si nos remontáramos varios siglos al pasado, a los tiempos del Antiguo Testamento, encontraríamos un líder que también tuvo ese don: Nehemías. Quizá a veces nos preguntemos: «¿Por qué yo no puedo decir lo que conviene, y decirlo en el momento oportuno?» Con frecuencia, terminamos sin obtener ningún resultado y quejándonos de la situación. Churchill y Nehemías fueron hombres de acción, pero tuvieron un plan, una meta y algo indispensable: perseverancia.

Era el 26 de mayo de 1940. El ejército alemán había invadido Bélgica. El ejército aliado compuesto por Francia, Bélgica e Inglaterra estaba atrincherado en la zona norte de Dunkerque, puerto en el norte de Francia. Miles de soldados aliados iban en retirada. Por tierra se acercaban las divisiones blindadas alemanas y por mar la fuerza naval alemana. El plan de rescate tenía que ser ejecutado con precisión y rapidez. Inglaterra envió al puerto de Dunkerque lanchas, barcos pesqueros, destructores, acorazados y todo tipo de embarcación. El rescate fue un éxito, a pesar del constante ataque de la fuerza aérea alemana. Durante esas semanas decenas de miles de soldados fueron rescatados. Cientos de periódicos alrededor del mundo dieron a conocer la noticia con el título de «El milagro de Dunkerque». Los generales aliados no se habían desesperado sino que habían planeado bien y puesto en marcha su plan, y así salvaron muchas vidas.

En su discurso a la Cámara de los Comunes durante esos días, Churchill dijo: «Combatiremos en las playas. Combatiremos en las planicies, en las calles y en los cerros. Nunca nos daremos por vencidos». Estas palabras harían eco noche y día en todos los ingleses durante los bombardeos de la fuerza aérea alemana contra Inglaterra. Churchill supo qué palabras decir para infundir ánimo, confianza y optimismo a sus compatriotas.

Volvamos al Antiguo Testamento, a los tiempos de Nehemías. Él volvió a Jerusalén con el tercer grupo de judíos que había estado en el exilio. Vio que el templo había sido reconstruido, pero los muros de la ciudad estaban aún en ruinas, lo cual la hacía vulnerable a cualquier ataque enemigo. Muchos de los habitantes se quejaban de la situación en que estaban. Nadie había tomado la iniciativa de reconstruir los muros.

Los judíos que vivían en Jerusalén estaban desorganizados; no sabían qué hacer y no tenían líder. Nehemías, el copero del rey de Persia, sería el líder. Él oró al Señor en cuanto a esta situación. El Señor puso en el corazón del rey Artajerjes el deseo de ayudar a Nehemías, y éste le concedió permiso para que fuera a Jerusalén y reconstruyera los muros de la ciudad (Nehemías 2:1-5).

Cuando Nehemías llegó a Jerusalén los habitantes le aceptaron de buena gana como líder. Esto nos hace ver que la mano de Dios estaba guiando todas las cosas. Por supuesto, no todos estaban saltando de emoción. Sanbalat, gobernador de Samaria, y Tobías, uno de los funcionarios del imperio persa, no veían con buenos ojos la llegada de más judíos, mucho menos de alguien que iba a servir como líder. Para ellos la reconstrucción de los muros era como una sublevación a su autoridad. No querían perder sus puestos gubernamentales ni que los exiliados tomaran control de las tierras.

Pero el nuevo líder traía consigo salvoconductos, decretos y cartas del rey Artajerjes, en los cuales le daba autoridad para que llevara a cabo el proyecto. Una vez establecido en Jerusalén, lo primero que hizo fue inspeccionar las ruinas (Nehemías 2:11-17). Sanbalat, al darse cuenta de esto, empezó a circular rumores de que ese proyecto no tenía la aprobación del rey persa y que era el inicio de una sublevación. Nehemías siempre respondió con mucha firmeza y sabiduría. Esta vez dijo: «El Dios de los cielos, él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos, porque vosotros no tenéis parte ni derecho ni memoria en Jerusalén» (Nehemías 2:20).

Su paso siguiente fue organizar las cuadrillas de trabajo, asignarles las tareas y las secciones del muro en que deberían trabajar. Todos los habitantes de Jerusalén participaron en la obra, excepto los «grandes» de los tecoítas (Nehemías 3:1-32). Cada grupo era responsable de restaurar la parte del muro más cercano a su vivienda. Este fue un buen plan porque el pueblo se esforzó más y se sintió más animado a hacer la obra y defenderse del enemigo.

Sanbalat y sus cómplices no fueron los únicos que causaron problemas. Algunos ciudadanos usureros empezaron a explotar a sus compatriotas que habían tomado prestado de ellos (Nehemías 5: 1-12). Pero Nehemías los confrontó y les dijo: «Nosotros según nuestras posibilidades rescatamos a nuestros hermanos judíos que habían sido vendidos a las naciones; ¿y vosotros vendéis aun a vuestros hermanos, y serán vendidos a nosotros? Y callaron, pues no tuvieron qué responder» (Nehemías 5: 8).

A pesar de las muchas dificultades que enfrentó: ataques del enemigo, luchas internas, cansancio físico y mental y luchas espirituales, Nehemías se mantuvo firme confiando en Dios, convencido de que Él le daría la sabiduría y fortaleza para completar la gigantesca obra, lo cual hizo en 52 días. En ningún momento dijo: «Señor, por favor, sácame de esta situación porque hay mucha oposición». Al contrario, perseveró, se esforzó y siguió adelante hasta acabar la obra (Nehemías 6:9).

Él trazó un plan, oró y buscó la aprobación de Dios y Él lo bendijo y lo guió en toda la obra. Dios, por medio del rey Artajerjes, proveyó a su pueblo los materiales de construcción necesarios para la obra y los guardó de las maquinaciones diabólicas de Sanbalat y otros.

-Alberto Anaya

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