Esperar. Eso es algo que a la mayoría no nos gusta. Por ejemplo, cuando alguien nos envía un paquete o una carta, quisiéramos que llegara ya. Cuando estamos esperando oír noticias de alguien, nos impacientamos si éstas no llegan en el momento que queremos. Si andamos buscando trabajo, quisiéramos encontrarlo lo más rápidamente posible.
Cada vez se hace más necesario que pongamos en práctica la paciencia. Los que vivimos en ciudades grandes o cerca de ellas, conocemos muy bien las dificultades y retos que ello representa. Y si a esto añadimos los malentendidos que tenemos con compañeros, parientes y amistades y el no poder solucionar las cosas como queremos; no es extraño, entonces, que la tensión y frustración aumenten en nuestra vida. Sin embargo, la impaciencia no es una enfermedad que se adquiere sólo en las ciudades grandes. En la vida todos nos enfrentamos a frustraciones y desilusiones que quisiéramos poder entender.
Con frecuencia, en lugar de aceptar las desilusiones como oportunidades para ejercer la paciencia, las recibimos de mala gana y buscamos la manera de deshacernos de ellas. Pero nuestra impaciencia y mala disposición no cambian el propósito de Dios, que es hacernos conformes a la imagen de su Hijo, y la paciencia cumple un papel clave en el cumplimiento de ese propósito.
La paciencia es una lección que Dios quiere que aprendamos y pongamos en práctica. Para ello no basta con poner una buena cara ante las dificultades. La paciencia es una disciplina que debemos aprender y poner en práctica con frecuencia, pero para hacerlo debemos tener confianza absoluta en Dios. Los que cultivan esta disciplina llegan a descubrir un don maravilloso y se ven renovados constantemente.
Oswald Chambers escribe lo siguiente: «Muchos tienen la idea de que la paciencia indica resignación y debilidad; por lo tanto, para ellos todo lo que es dinámico indicará, naturalmente, impetuosidad e impaciencia. Pero la paciencia es el resultado de un poder bien equilibrado. Por un lado, ‘esperar en el Señor’, y ‘descansar en el Señor’, son evidencias de una fe santa y saludable; por otro lado, la impaciencia es señal de una incredulidad inmunda y nociva.
«Este poder bien equilibrado, la paciencia, es una cualidad que sobresale en la revelación bíblica de Dios, de nuestro Señor Jesucristo y de sus siervos».
¿Qué podemos aprender de la disciplina de la paciencia? Primero, que la paciencia es necesaria para nuestro crecimiento espiritual. Ella nos hace ver la condición de nuestra fe cuando nos hallamos en pruebas y dificultades. Por lo general, cuando estamos afanados o bajo presión o en apuros, queremos acción inmediata.
La inmadurez nos hace reaccionar impulsivamente ante las dificultades, en lugar de hacerlo con fe y confianza en el Señor. En cambio, la madurez espiritual nos hace esperar pacientemente en él. O sea, no nos sentimos inquietos en nuestro espíritu, sino tranquilos, porque sabemos que Dios está haciendo su obra en nosotros y por medio de nosotros.
La paciencia forma, perfecciona y hace madurar nuestro carácter (Santiago 1:1-4). Al revestirnos de paciencia, como se nos manda en Colosenses 3:12, podremos resistir la tentación de confiar en nosotros mismos, dejaremos de poner la mira en nuestros recursos, que por cierto son tan limitados, y la pondremos en lo que Dios puede hacer con su poder infinito.
Veamos algunos de los beneficios de la paciencia. En primer lugar, nos ayuda a entender mejor el propósito de Dios para nuestra vida. Al aprender a esperar en el Señor nos daremos cuenta de que él siempre tiene reservado algo maravilloso para nosotros. Hay dos cosas esenciales que necesitamos si queremos revestirnos de paciencia y sabiduría de lo alto: esperar y confiar en Dios.
El segundo beneficio de la paciencia es una comunión más íntima con nuestro Señor y Salvador. Las metas y objetivos personales que logremos en la vida jamás podrán compararse con lo que recibimos al estar a solas con Dios en oración y comunión y meditando en su Palabra. Y es que Dios nos ama entrañablemente y desea estar con nosotros cada momento de nuestra vida. Si somos pacientes, la ansiedad y el impulso de hacer las cosas dejarán de dominarnos. En en su lugar habrá un vivo deseo de esperar en Dios, lo cual facilita un ambiente propicio para adorarle y alabarle.
El tercer beneficio de la paciencia es que nos lleva a un grado mayor de fe en Dios. La práctica de la paciencia por lo general exige más de lo que estamos dispuestos o preparados a dar. Pero la verdad es que sin la ayuda del Señor no podremos aprender a ser pacientes. Aquí es donde en realidad se ponen a prueba nuestra fe y confianza en Dios. Cuando tenemos nuestra mira puesta en el Señor y estamos buscando su consejo y dirección, a pesar de que las dificultades aumentan, nuestra fe y paciencia serán fortalecidas. El resultado será una fe que estará firme aun en las situaciones más difíciles.
Dios es sumamente bueno. Cuando usted esté ante situaciones que le hagan volverse impaciente, pídale al Señor que le dé sabiduría y discernimiento para saber qué hacer. Pero también esté dispuesto a aceptar la verdad y a reconocer que está siendo impaciente.
En la vida son muy pocas las decisiones que demandan acción inmediata. Es más, cuando se trata de nuestras finanzas, los expertos aconsejan que «esperemos un poco» antes de tomar la decisión final. Y esto podemos aplicarlo en todo aspecto de nuestra vida.
Si en realidad somos pacientes no nos importará alejarnos de cierta situación con el fin de esperar en el Señor, para que él nos dé sabiduría y entendimiento.