Nuestra Arabia Personal

Algunos años después de su conversión, el apóstol Pablo contó cómo había sido alcanzado por Cristo y cómo aún seguía creciendo en la fe. Luego, movido por su fervor, declaró la meta de su vida: «Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Filipenses 3:14).

Algo que el apóstol Pablo entendió mejor que ninguno otro fue el hecho de que la vida cristiana es un proceso activo y realizable.

También entendió que la dedicación al estudio tiene sus recompensas. Antes de su conversión al cristianismo Pablo había sido «instruido a los pies de Gamaliel» (Hechos 22:3), uno de los eruditos judíos más venerado y respetado. Tuvo el honor de ser el primero en ser llamado «Rabán» (Nuestro Maestro).

El maestro terrenal de Pablo fue Gamaliel, un hombre que conocía la historia y tradición judías mejor que sus colegas contemporáneos. Sin embargo, sin tener idea de ello, Pablo (o Saulo, como era conocido antes de su conversión) estaba a punto de conocer al único Maestro de la verdad.

De Gamaliel Saulo aprendió los fundamentos de la teología judía. Si tenemos en cuenta este aspecto de la vida de Saulo, no tendremos problema en entender cómo Dios utilizó para su honra y gloria el conocimiento que Pablo había adquirido. Dios conoce el sendero de nuestra vida. Sus ojos estaban sobre Saulo.

Tuvo que suceder lo que leemos en Hechos 9:1-18 para que Saulo prestara atención a la voz del Señor. Lo que sucedió en el camino a Damasco cambió para siempre la vida de Saulo. Su actitud de rebeldía se convirtió en una de sumisión al escuchar la voz del Señor que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (versículo 4)

Él reconoció inmediatamente la sinceridad y ternura de la voz que le hablaba, y dijo: «¿Quién eres, Señor?»

«Yo soy Jesús, a quien tú persigues», fue la respuesta del Señor.

La mayoría de nosotros no tuvimos esa clase de experiencia cuando conocimos al Señor. Sin embargo, las palabras de Cristo tuvieron el mismo impacto en nosotros y fueron igualmente reales. Todo encuentro con el Señor es una experiencia transformadora para el resto de nuestra vida.

Saulo fue un hombre muy decidido y muy orgulloso de lo que había logrado en la vida. Él mismo admitió ser fariseo y miembro del Sanedrín, que era el tribunal que gobernaba los asuntos del pueblo judío. Pero cuando se encontró cara a cara con el Señor Jesucristo, todo lo que Saulo tenía en estima se vino abajo. A la luz de la eternidad todos sus años de preparación dejaron de tener valor. Con Cristo en su vida, abandonó las tradiciones y la idea de ganar la salvación guardando la ley de Moisés.

La salvación llegó a este hombre cuando iba camino a Damasco. Fue también ahí cuando Dios apartó a Pablo para que llevara el Evangelio al mundo en tinieblas espirituales. La enseñanza empezó otra vez, sólo que esta vez Pablo sería instruido a los pies del Dios todopoderoso.

Él escribe: «Pero cuando agradó a Dios… y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí… no consulté en seguida con carne y sangre, ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia…» (Gálatas 1:15-17).

Después de convertirse, el apóstol Pablo estuvo en Arabia tres años. Este fue el lugar que el Señor escogió para instruir personalmente a Pablo y prepararlo para la obra que iba a encomendarle. Este método de instrucción no fue algo nuevo. Cristo estuvo con sus discípulos por tres años, enseñándoles y preparándoles para el ministerio.

Lo que Dios más quiere es que busquemos su sabiduría y su verdad para nuestras vidas. En el Salmo 32:8 nos da una gran promesa: «Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos».

Cristo expresó la misma idea cuando dijo: «Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho» (S. Juan 14:26). Una de las funciones del Espíritu Santo es enseñarnos los caminos de Dios. Fue el Espíritu de Dios quien instruyó a Pablo, y es él mismo quien nos da a conocer la verdad en nuestro corazón.

Los años que Pablo estuvo en Arabia fueron de mucho aprendizaje, pero no en el sentido que nosotros nos imaginamos. El Espíritu Santo le enseñó cosas que no hubiera podido aprender de ningún texto ni libro. Le enseñó los fundamentos de la gracia y misericordia de Dios. Antes de convertirse al Señor, lo que a Pablo más le importaba era guardar la ley. Pero toda la ley se cumplió con la muerte de Cristo. Su muerte fue suficiente para hacer expiación por el pecado de toda la humanidad.

La clave para el crecimiento espiritual no está en calcular los años que alguien ha sido creyente. La espiritualidad se mide según nuestra devoción a Cristo y el deseo que tengamos de obedecerle. Si tenemos un corazón entregado al Señor, entonces nuestra vida manifestará su amor. Por un lado, nos consumirá el deseo de servirle, de obedecerle y de crecer espiritualmente; y por otro, la tentación se volverá amarga a nuestro corazón.

¿Qué es lo que mantiene todo esto entrelazado? ¿Por qué el apóstol Pablo se entregó tanto al Señor Jesucristo? La respuesta es sencilla: su amor por Él. El amor es el fundamento de toda relación, y el amor de Cristo por nosotros es el mayor amor que podremos recibir. Es un amor incondicional, gratuito y sin límites. Pablo conoció ese amor aquel día cuando iba rumbo a Damasco. El poder de Dios lo llevó a doblar sus rodillas, pero fue el amor incondicional de Cristo lo que le dio la salvación. Dios nos ama porque esa es su naturaleza. Él es amor, dice la Biblia, y él no puede ir contra su naturaleza.

Al crecer en el conocimiento de Dios, pronto nos damos cuenta de que su amor no se limita a darnos la salvación, sino que sigue ininterrumpidamente, aun en los tiempos en que nos alejamos de él y las fallas y los fracasos nos hacen pensar que nos ha desamparado. Si lo buscamos, descubriremos que es su amor el que sale a recibirnos cuando nos sentimos desanimados y sin esperanza.

El amor eterno es lo que nos permite ver toda experiencia, sea dulce o amarga, como una oportunidad para crecer espiritualmente. Pasó tres años en Arabia y luego volvió a Damasco para iniciar su ministerio, pero el aprendizaje continuó por el resto de su vida.

El apóstol Pablo enfrentó toda clase de pruebas severas, pero siempre las vio como oportunidades para su crecimiento espiritual. Una vez que aprendamos a ver todas las situaciones que se nos presentan como si fueran instrumentos en las manos de Dios, entonces habremos entendido el método divino para el crecimiento espiritual.

Toda prueba, toda aflicción es una bendición en potencia, porque nos presenta la oportunidad de sujetar nuestra voluntad a la del Señor para que él pueda manifestar su vida por medio de nosotros.

Es importante repetir que el crecimiento espiritual dura toda la vida. Dios tuvo a Pablo recluido en estudio intenso por tres años; sin embargo, la enseñanza continuó durante toda su vida. Y así es como Dios trata con nosotros. A veces nos guía por tiempos de estudio intenso, los cuales se convierten en nuestra Arabia personal. Y aunque quizá no podamos retirarnos a un lugar como lo hizo el apóstol Pablo, sí podemos disfrutar de los momentos en que el Señor nos toma aparte, y es como si en nuestro corazón estuviéramos sentados a sus pies, en humilde devoción.

En los tiempos de mucho crecimiento espiritual, también tendremos decepciones. Pero Dios quiere que estemos firmes en la fe (Santiago 1: 1-4). Las batallas espirituales nos preparan para confiar en Dios para cosas mayores.

D.L. Moody oraba así: «Señor, si lo que te he pedido no te agrada, entonces a mí tampoco. Pongo mis deseos en tus manos para que los corrijas. Tacha toda petición mía que no esté de acuerdo con tus propósitos, y a cambio pon cualquier cosa que haya olvidado, aunque no la hubiere deseado si se me hubiera ocurrido».

El apóstol Pablo midió su vida con las palabras siguientes, y nosotros deberíamos hacer lo mismo: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:20).

10 criterios para medir nuestro crecimiento espiritual

• Tener un vivo deseo por conocer a Cristo más íntimamente

• Tener mayor conciencia del pecado

• Mostrar arrepentimiento sincero y el deseo de asemejarnos más a Cristo

• Ver las luchas espirituales como medios para el crecimiento, no como obstáculos.

• Esperar que el Señor nos utilice en las vidas de otros.

• Ser obedientes y estar firmes no importa lo que nos cueste

• Tener una fe que vaya en aumento

• Tener el deseo de estar en oración y meditación

• Querer agradar a Dios en las decisiones que tomamos

• Tener un amor vivo por el Señor y el deseo de estar conscientes de su presencia

Tomado de En Contacto


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