Lectura: Santiago 3:1-12
De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.
—Santiago 3:10.
Cuando me convertí a Cristo era un adolescente, y recuerdo que observaba muy de cerca a los hombres de nuestra iglesia. La mayoría vivían vidas sólidas y coherentes. Fueron buenos ejemplos para mí, un joven salvo que no procedía de un ambiente cristiano. Tengo con ellos una deuda de gratitud.
Pero uno de aquellos hombres no fue un buen ejemplo cristiano, y me confundió mucho. Era probablemente el más expresivo en cuanto a su compromiso con el Señor. No sólo daba ardientes testimonios sino que también agarraba a los otros por el cuello y los desafiaba a que tuviesen una espiritualidad más profunda y un mayor compromiso.
Sin embargo, su hablar era incoherente. Recuerdo que una vez, en su calidad de consejero en un campamento para jóvenes, a veces hacía comentarios impropios y de color subido. Y en más de una ocasión, como profesor de escuela dominical, hizo comentarios denigrantes acerca del pastor y de otras personas en la iglesia. Hasta lo escuché una vez usar el nombre de Dios en vano.
El apóstol Santiago dijo que usar malas palabras es absolutamente indebido en un cristiano, de la misma forma que el agua salada no puede estar en un manantial ni la higuera produce aceitunas (Stg. 3:11, 12). Por tanto, controlemos nuestras lenguas. Entonces podremos estar seguros de que lo que digamos será coherente y bendecirá a otros.
Los hijos del Rey
deberían usar el lenguaje de la corte.
-DCE/NPD