Lectura: Salmo 100
… Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado.
— Sal. 100:3
Las palabras de la esposa del rey Salomón: «Yo soy de mi amado, y mi amado es mío» (Cnt. 6:3), representan hermosamente la seguridad de un esposo y una esposa que saben que se pertenecen mutuamente. En un buen matrimonio, esta sensación de pertenencia se extiende a toda la familia. Los padres hablan de sus hijos con amor y orgullo. Los hijos hablan afectuosamente de su madre, su padre, su hermano, su hermana.
Esta sensación de pertenencia está disponible para todos los que reconocen a Dios como Padre. Pero mucha gente no reconoce a Dios como su Hacedor y Dueño. Se ven a sí mismos como huérfanos en un universo sin inteligencia, accidentes de la naturaleza que no tienen propósito, ni significado, ni esperanza. Sin embargo, los creyentes pueden regocijarse con el salmista: «Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado» (Sal. 100:3).
Todavía me encantan las palabras que memoricé cuando era muchacho.
Pregunta: «¿Cuál es tu único consuelo en la vida y en la muerte?» Respuesta: «Que yo, con cuerpo y alma tanto en la vida como en la muerte, pertenezco a mi fiel Salvador Jesucristo.»
¡Somos suyos para siempre! Cuán apropiado es decir: «Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra. Servid a Jehová con alegría; venid ante su presencia con regocijo» (Sal. 100:1, 2).
PERTENECER A DIOS
TRAE INFINITAS BENDICIONES.
–HVL/NPD