La señora Antonia, era una dama de la alta sociedad de su país y gustaba pasar las tardes trabajando en su jardín de flores que cuidaba con esmero. Cuando sus amigas venían a visitarla, las llevaba a la terraza que daba al patio, junto a los rosales y allí nunca faltaba, como parte de la conversación, sus últimos logros en el jardín.
Una tarde había decidido plantar una sección con gardenias porque decía: -Esta flor va a añadir no tan solo belleza sino también perfume a mi jardín, y serán admiradas por todas mis amigas a la hora del té…,, y allí haciendo planes y soñando despierta fue interrumpida por los gritos de su hija de cuatro años que jugaba en la cómoda y bella terraza, con sus columnas de madera pintadas de blanco y cerrada con tela metálica.
Levantándo su vista, miró hacia la terraza distinguiendo a duras penas entre las rejillas de la tela metálica, la figura de la nana que se ocupaba de cuidar a su hijita.
Maria- le gritó Antonia apenas pudiendo controlar el tono de enojo de su voz: -¿Qué sucede? ¿Por qué llora la niña con tanta insistencia?
Señora – le contestó María -es que la niña desea algo que no le conviene.
Tal vez fuera por el calor, o porque estaba molesta al ser interrumpidos sus pensamientos, pero esta respuesta molestó a Antonia; con voz altanera, como preguntándose quién era la nana para opinar lo que le conviene a su hija, le respondió, -¡Déje a la niña jugar con lo que ella desee!
Momentos más tarde Antonia escuchó a su hijita gritar de dolor…-¡Ay! ¡Ay! Mamá, mama…
Poniéndose de pie Antonia, y con tas manos en la cintura, gritó malhumurada,: -Maria, ¿qué le sucede ahora a la niña?…
Nada señora, que le picó la abeja que no le convenía- le respondió María.
Cuántas veces estamos ocupados en cosas que a simple vista son importantes, son necesarias, pero en ellas nos envolvemos de tal forma, que sin recapacitar mucho pedimos cosas que nos atraen, pero que no nos convienen, como le sucedió a la mamá y a la niña de nuestra historia. Tomamos malas decisiones de negocios, nos encaprichamos en una decisión que puede afectar la familia, las relaciones en el matrimonio, nuestra salud, nuestra seguridad… Y la lista puede ser interminable.
¿Qué tal cuando en nuestras oraciones pedimos algo con insistencia? Pasa el tiempo y Dios no nos lo conede como pedimos,.. .y en vez de cons,iderar que Dios sabe lo que hace,… nos enfadamos con Dios y decimos,… ‘¡Yo no entiendo a Dios! ¡No sé por qué no me contesta mi oración!” Cuando debiéramos decir, “¿Qué querrá decirme Dios al no contestar como se lo pido? ¿Estará diciéndome, espera; o será un no definitivo?”
Jesucristo nos enseñó a orar así: ‘…Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre, venga Tu reino y hágase Tu voluntad como en e1 cielo, así también en la tierra” Mateo 6:9-10).
Yo animo a cada amigo lector que le pida a Jesús, “Señor, venga Tu reino y hágase Tu voluntad, en mi vida, y dáme sabiduría para caminar en ambas”.
POR SILVIA BOLET DE FERNÁNDEZ.