Lectura: Colosenses 1:9-23
Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. . . . –Gálatas 6:14.
Siglos antes de que naciera Jesús, la cruz se había usado como instrumento de tortura y muerte. Por ejemplo, en el año 519 a.C., el rey Darío I de Persia crucificó a 3.000 enemigos políticos en Babilonia. Este método de ejecución fue adoptado posteriormente por los romanos para usarlo con personas que no eran ciudadanas romanas y con los esclavos.
Cuando Jesucristo llevó nuestros pecados en el Calvario (1 Pedro 2:24), la cruz cobró un nuevo significado. Allí el Salvador, «mediante la sangre de su cruz», hizo posible que nosotros escapáramos del juicio y fuéramos reconciliados con Dios (Colosenses 1:20-21).
El apóstol Pablo comprendió el significado de la cruz. Había hecho muchas cosas en las cuales podía haber hallado satisfacción personal y orgullo (2 Corintios 11:16-12:13). Pero en su carta a los Gálatas escribió: «Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (6:14). Cuando entendamos lo que Jesús hizo por nosotros en la cruz, nosotros también sentiremos humildad. Nuestros débiles esfuerzos no son nada; su obra lo es todo.
El Salvador resucitado invita a todos los hombres y mujeres a acudir a Él humildemente por fe. Al creer que murió en la cruz por nosotros recibimos el perdón total.
No es de extrañar que el escritor de himnos Horatius Bonar exclamara: «¡Aleluya por la cruz!»
LA CRUZ DE CRISTO ES EL PUENTE ENTRE DIOS Y EL HOMBRE.
/ Tomado de NPD