Si es joven, le falta experiencia.
Si es viejo, ya no tiene entusiasmo.
Si es casado, cuesta más.
Si es soltero, no da buen ejemplo.
Si predica con notas, tiene sermones enlatados; si no lo hace, carece de profundidad.
Si estudia mucho, descuida a la gente;
Si visita, es un callejero.
Si sugiere programas, es un dictador.
Si deja que la congragación decida, no tiene carácter.
Si trabaja mucho, tiene ambiciones personales;
Si poco, es un haragán.
Si cita la Biblia, es un pietista; si no la cita, le falta consagración.
Ahora bien, a la luz de la Palabra de Dios, hay que evaluar al pastor, según los parámetros que encontramos en Juan 10:2 y Tito 1:6-9, entre otros.
Léalos. Bajo esas premisas, ¿cómo evaluaría ahora a su pastor? .