Se cuenta de un escultor qué empezó a trabajar una hermosa pieza de mármol, pero sólo la estropeó por su impericia.
Desalentado abandonó su trabajo.
Finalmente el mutilado bloque de mármol quedó abandonado en el patio del escultor y allí permaneció por mucho tiempo expuesto a la intemperie y medió oculto por las hierbas que crecieron a su alrededor.
Pero un día el famoso Miguel Ángel observó el bloque de mármol y vio lo que valía.
Después de adquirirlo del fracasado escultor empezó a trabajar en él, transformándolo en la admirable estatua del joven David con su honda en la mano, en el acto de arrojar la piedra que abatió al gigante Goliat.
Tal maravilla de arte fue conseguida de un pedazo de mármol estropeado.
¿Quién puede decir lo que el gran Artista del Universo, el divino Escultor del carácter humano puede hacer del quebrantado e imperfecto corazón que es puesto en sus manos?
La cuestión práctica es si se lo permitiremos.
¿Nos dejaremos moldear impasiblemente y sin resistencia por las manos traspasadas que nos compraron al precio de su propia sangre?