Todos anhelamos ser importantes. Nuestro deseo de aportar algo al mundo aflora mientras estudiamos, hacemos decisiones respecto a nuestra carrera y tratamos de corregir lo que hicimos mal en nuestra vida. ¿Qué respuestas busca ahora, ya sea usted un estudiante, un empleado o ex convicto? Así responde Chuck Colson.
Siempre he sido un idealista, cuando era joven tenía grandes sueños para mí mismo. Durante la Segunda Guerra Mundial organicé un proyecto que recolectó el dinero suficiente para comprar un Jeep para el ejército. Aún siendo muy joven vi que los pequeños esfuerzos logran grandes cosas. Mi deseo de aportar algo al mundo me llevó después a no solo alistarme en la Infantería de Marina, sino también a ingresar al mundo de la política. Lo que me atrajo de esta no fue solo el poder, sino el deseo de cambiar la sociedad. Quería aprender todo lo que pudiera y ayudar a mi país en algo que valiera la pena.
Los jóvenes de hoy tienen una amplia variedad de oportunidades de acusar un efecto en su generación y aún en las futuras. Cada vida es importante, y más significante aún; cada vida es importante para Dios. Aunque fui un hombre con conciencia durante mis años en la Casa Blanca, no entendí lo que significaba en realidad una vida con sentido hasta después de haber ingresado en la prisión. Mi búsqueda por el alma comenzó detrás de las rejas, al darme cuenta que había confundido la fama y el poder por lo que verdaderamente importa. Mientras hacia trabajos penosos en la prisión, aprendí que el trabajo –cualquiera sea– puede ser importante y gratificante. Y fue en prisión, cuando mis compañeros reclusos me retaron a no olvidarme de ellos, que encontré al trabajo más importante para mí, el de darme a los demás.
Cuando más vivo más me doy cuenta del efecto que aún una sola persona puede tener en la sociedad. Nunca subestimes lo que una persona puede lograr. Un ejemplo es la vida de William Wilberforce. Hace doscientos años dirigió el movimiento para abolir el comercio de esclavos en Gran Bretaña, y cambió su país para siempre. Wilberforce también luchó con esa pregunta: ¿Qué debo hacer con mi vida?
En su juventud Wilberforce tenía una determinación de realizar una carrera exitosa en la política. Siendo un joven rico y popular, disfrutaba plenamente de la vida: cenas, bailes y traviesas aventuras con sus amigos.
Después de recibir a Cristo, su visión del mundo cambio radicalmente. Se descubrió preguntándose cómo debía pasar el resto de su vida y cómo usar los talentos. En un principio pensó que su llamado era para ser clérigo, pero un buen amigo, el ministro John Newton, lo desanimó. Newton percibió que tenía grandes dones y talentos en el área de la política, y que podría usar su vida publica para moldear los corazones de los británicos.
Al darse cuenta que las oportunidades que se le ofrecían estaban orquestadas en forma divina, Wilberforce continuó como miembro del Parlamento y Dios lo usó para abolir la esclavitud en su país y realizar cambios sustanciales en la cultura de Inglaterra.
Su preocupación por los demás –ya fueran extraños o vecinos, esclavos o libres– venía de su visión bíblica del mundo. William usó su vida para aportar algo al mundo.
Algunas veces olvidamos de ver justamente lo que está delante de nuestros ojos. ¿Qué habilidades naturales tienes? ¿Cómo puedes utilizarlas para ayudar a los demás? Mientras crecía, yo pensaba que la meta era salir de mi modesta condición económica, hacer mucho dinero y disfrutar cómodamente la vida al jubilarme. Ahora me doy cuenta que ese sueño era muy vacío y vano. Ahora comprendo que la vida puede tener valor, que podemos aportar algo aún después de lo que hagamos a lo largo de nuestra existencia.
No todos seremos llamados a la vida política como William Wilberforce, pero todos somos artífices de dar belleza y verdad a la sociedad, a través de un trabajo bien hecho. Todas las personas tienen algo que ofrecer a la sociedad.
Una vez que somos capaces de entender nuestro valor inherente, quién somos y nuestro llamado, nuestra vida nos guía naturalmente adonde podemos aportar para hacer de este mundo un lugar mejor.
Tomado del libro: La vida buena
Editorial: Tyndale House Publisher