Pero se levantó una gran tempestad de viento que echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal. Marcos 4.37–38
¡Cómo no entender la indignación de los discípulos! Imagínese por un momento la escena. Una violenta tempestad arreciaba por todos lados. El viento aullaba y las olas castigaban ferozmente el bote. Los discípulos, empapados por la espuma del mar y el agua que se metía con insistencia en el fondo de la embarcación, luchaban con desesperación para no hundirse. Y él, ¿dónde estaba? En la popa, durmiendo. ¿Cómo evitar la conclusión de que a él no le interesaba sus vidas?
¿Por qué dormía el Maestro? Seguramente dormía, en parte, porque sencillamente estaba agotado, pues había pasado el día entero enseñando a las multitudes. Sospecho, sin embargo, que su despreocupación tiene otro origen. Las instrucciones de cruzar el lago las había dado él mismo. Podemos decir con toda confianza, no obstante, que estas instrucciones no habían sido por ocurrencia propia. En Juan 5.30 él dijo: «No puedo yo hacer nada por mí mismo». Y en el 6.38 del mismo evangelio aclaró: «He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió». No estaríamos errados, entonces, en afirmar que las órdenes de cruzar el mar las recibió del Padre.
Es en este detalle que podemos encontrar la razón de la postura de Jesús en medio de la tormenta. El Hijo de Dios no estaba preocupado porque sabía que el Padre se encargaría de que llegasen al otro lado; después de todo la idea de cruzar no había sido de él. Su despreocupación tenía que ver con esa profunda convicción de que había uno mayor que él que velaba por su bienestar. Si Dios había mandado que cruzaran al otro lado, ¿quién lo podía impedir?
Como líderes, necesitamos tener ese espíritu reposado de quienes saben hacia dónde se dirigen. ¿No sería maravilloso que el mismo contraste entre Jesús y los discípulos fuera el que existe entre la iglesia y la atribulada sociedad de hoy? Pero, para eso, necesitamos pastores que saben hacia dónde se dirigen, y por qué van hacia ese lugar. Al igual que Moisés, cuando el pueblo llegó al Mar Rojo y fue presa del pánico, necesitamos poder decirle a nuestra gente: «No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová os dará hoy; porque los egipcios que hoy habéis visto, no los volveréis a ver nunca más. Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos» (Ex 14.13–14).
Esta actitud de confianza y paz solamente la podrá tener usted si está absolutamente seguro de lo que está haciendo. Y la única manera de estar seguro de lo que está haciendo es buscando la voluntad de Aquel a quien sirve. Si usted está caminando en las obras que él preparó de antemano para que usted anduviese en ellas (Ef 2.10), entonces, ¡no hay tormenta que pueda pararlo! Avance tranquilo, que Dios está en control.
Para pensar:
¿Puede explicar claramente hacia dónde se dirige usted? ¿Sabe por qué se dirige en esa dirección? ¿Qué evidencias tiene de que esa es la dirección que Dios le ha indicado?
Por Christopher Shaw