Lectura: Apocalipsis 5:8-14
Puso luego en mi boca cántico nuevo…. –Salmo 40:3.
El experto orador Robert Ingersoll dedicó sus talentos a socavar la fe cristiana. Es una pena que en sus dinámicos discursos emplease el sarcasmo y el humor tan eficazmente para torcer la verdad y ganar conversos a la incredulidad. Cuando murió, el programa del funeral llevaba la siguiente declaración: «No habrá cantos.» Esa declaración era verdaderamente apropiada para alguien que negaba la realidad de la vida después de la muerte.
Sin embargo, es muy apropiado cantar en el funeral de un cristiano, aunque los ojos estén humedecidos por las lágrimas. La muerte introduce al creyente en la tierra de gloria y belleza inimaginables, donde incontables voces angélicas y humanas se unen en una exultante alabanza, y sus aleluyas llenan los cielos de armonías potentes.
Por tanto, podemos cantar con buenas razones incluso aunque no tengamos buenas voces. Y podemos cantar independientemente de cuáles sean nuestras circunstancias. Si estamos disfrutando la vida, cantamos cánticos de alabanza (Stg. 5:13). Si sufrimos aflicciones, podemos seguir el ejemplo de Pablo y Silas. Después de haber sido golpeados y encarcelados, oraron y cantaron himnos (Hch. 16:25).
En todas las circunstancias de la vida, los cristianos pueden cantar. Y nuestro cántico en la tierra no es más que un ensayo de nuestra participación en la jubilosa alabanza del cielo.
Si estás a tono con el cielo
tendrás un cántico en tu corazón.
NPD/--VCG