Lectura: Proverbios 11:1-6
La integridad de los rectos los encaminará; pero destruirá a los pecadores la perversidad de ellos. –Proverbios 11:3.
Siempre recordaré un día de mi niñez en que encontré dos monedas en el área de juegos del colegio. Las llevé a casa, pensando que nadie las echaría de menos. Pero mi madre hizo que se las llevara a la maestra. «Pertenecen a otra persona» –me dijo mamá. Desde entonces, Dios ha traído a mi memoria muchas veces aquella temprana lección sobre la honestidad.
Por ejemplo, hace poco estaba colocando bolsas de comestibles en el auto cuando descubrí una tarjeta que no había pagado en el fondo del carrito. Regresé a la caja, esperé en fila, y pagué la tarjeta. Un hombre detrás de mí, que se veía que había quedado pasmado, me desafió diciéndome: «No es más que una tarjeta. ¿Quién se hubiera enterado? ¿No ha sido usted un poco tonta al regresar?»
Por un instante me sentí tonta. Pero entonces me vinieron a la mente estas palabras y le dije: «Si alguna vez a usted se le pierde la billetera, creo que le gustaría que alguien tonto como yo la encontrara.»
Proverbios 11 nos recuerda que el Señor se deleita en la honestidad (v. 1) y bendice a aquellos que hacen lo recto (v. 6). Por tanto, aunque tengamos que renunciar a algo que parece ser dinero fácil, ganamos la aprobación de Dios. Eso vale mucho más que todas las riquezas del mundo. ¡Sí vale la pena ser honestos.
La recompensa de la honestidad es algo que el dinero
no puede comprar: una conciencia limpia delante de Dios.
NPD/JEY