Lectura: Gálatas 2:17-21
Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe. –Juan 3:30.
Dos arbolitos jóvenes crecían uno junto al otro. Debido al efecto del viento, se cruzaban mutuamente todo el tiempo. A la larga las cortezas de ambos árboles se fueron abriendo y la savia comenzó a mezclarse, hasta que un día se enlazaron. A medida que crecían, el más fuerte comenzó a absorber la vida del más débil. Uno creció más y más, mientras que la copa del otro comenzó a marchitarse hasta que murió. Ahora hay dos troncos en la parte inferior y sólo uno en la parte de arriba. La muerte se llevó uno; la vida triunfó en el otro.
Una vez tú y Jesucristo se encontraron y tu corazón se unió al suyo. ¿Dónde estás ahora? ¿Van vuestras vidas por sendas paralelas, o muestra tu vida más de Cristo y cada vez menos de tu vieja naturaleza pecaminosa? ¿Ve la gente en ti un carácter más y más semejante al de Cristo y menos de tu propio yo?
¿Puedes decir, en palabras del apóstol Pablo, «con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí»? (Gá. 2:20).
Nuestra meta debe ser la misma de Juan el Bautista, el cual dijo cuando conoció a Cristo: «Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe» (Jn. 3:30).
Mientras más sirvamos a Cristo,
menos serviremos a nuestro yo.