¡Qué fácil fue para Esaú vender su primogenitura!
No pensó que allí estaba, en embrión, el plan redentor de Dios. La salvación de la humanidad estaba pendiente de ese privilegio, pero él, casi sin darse cuenta, la vendió.
En nuestros días hay muchos «vendedores» de pan y guisos de lentejas a cambio de nuestra primogenitura.
Estemos atentos de no vender las bendiciones que Dios tiene para nosotros a cambio de un momento de placer.
Debemos aprender a mirar las implicaciones que los placeres o decisiones que tomamos ahora tendrán para el futuro.
Generalmente es mejor sacrificar un placer del presente y avanzar con paso firme hacia una satisfacción más trascendental.