Lectura: Jeremías 18:1-11
. . . como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano. . . .
–Jeremías 18:6.
Cuando me convertí a Cristo pensé que mi celo duraría toda la vida. Sin embargo, años después, en mi papel de misionera, esposa y madre, me había vuelto una persona muy irritante, resentida y llena de dudas. Puesto que había recibido, al momento de mi conversión, las buenas nuevas de Cristo para los pecadores perdidos, me daba vergŸenza desear más buenas nuevas.
Entonces leí Jeremías 18, y el Señor me mostró que Él aún tiene buenas nuevas para pecadores como yo. Nuestras vidas desordenadas, al igual que el barro que se ha echado a perder, pueden ser moldeadas de nuevo si se colocan con humildad en las manos del Alfarero.
Años más tarde asistí a una conferencia para obreros cristianos donde el conocido maestro de la Biblia Alan Redpath era orador invitado. Sus palabras me recordaron aquel nuevo comienzo: «No puedo probar esto con un versículo en particular –dijo– pero tengo una convicción apoyada por la Biblia completa de que la gran misericordia de Dios para los no salvos sólo queda superada por su misericordia hacia los salvados.» En ese momento, después de haber experimentado la misericordia de Dios por años, mi espíritu fue un testigo gozoso de esa verdad. Me di cuenta de que la misericordia de Dios ¡también es para los cristianos!
Llévale al Señor tus fracasos y recibe su perdón ahora tan gratuitamente como cuando te convertiste. Tu gran Alfarero te sigue amando y anhela hacerte de nuevo.
La obra de Dios en nosotros no termina cuando
recibimos a Cristo: es ahí donde comienza.
NPD/--JEY