Lectura: Hebreos 11:8-16
. . . corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús. . . .
–Hebreos 12:1, 2.
El viaje de Siberia a Grand Rapids pareció interminable. En realidad tardó treinta horas, hicimos cuatro paradas, pasamos por tres aeropuertos diferentes, y atravesamos una frontera.
Al cabo de cierto tiempo estaba cansado del viaje. El asiento ya no era cómodo. El zumbido de los motores me distraía. Los aeropuertos comenzaron a parecerme iguales. Lo que me ayudó a soportar el viaje fue concentrarse en su final: llegar a casa.
Sin embargo, mi viaje a través de nueve husos horarios no fue nada comparado con lo que significaba viajar en los años de 1800. En aquel entonces, se necesitaban varios días para viajar de una ciudad a otra en el mismo país. Un viaje de Inglaterra al Lejano Oriente tomaba muchas semanas.
El viaje hacia la madurez espiritual es también largo, pero no se hace hoy más rápido de lo que se hacía en el primer siglo. No existe ninguna nueva tecnología que pueda acortar el viaje. Es fácil impacientarse. Cuando el camino se vuelve difícil y peligroso, nos cansamos. Parece que no hubiera descanso para nuestras almas fatigadas.
Es por eso que hemos de ser como Abraham, quien se centró en el destino prometido (He. 11:8-10). Necesitamos mantener nuestros ojos espirituales fijos en la «patria celestial» que nos espera (v. 16) y en nuestro Señor que fue antes de nosotros (12:2). Cuando recordamos a donde nos dirigimos y que Cristo nos espera, podemos soportar cualquier cosa que encontremos en el camino.
Mantén la mirada fija en el galardón.
NPD/--DCE