Mientras Dios y Abram hablaban, lo único que tenían como testimonio de su acuerdo era la palabra de ambos. No había experiencias espectaculares ni dramáticas como la de la zarza (Exo. 3:2); o la transformación de una vara en serpiente (Exo. 4:3). Las experiencias más sublimes y las decisiones más trascendentales de nuestra vida suelen ocurrir en el diálogo sencillo, franco y directo entre el creyente y su Señor. Veamos las dos partes de este hermoso versículo:
I. El (Abram) creyó a Jehovah.
1. Obedeció para ir al lugar que había de recibir por herencia sin saber a dónde iba (Heb. 11:8).
2. Habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena morando en tiendas (Heb. 11:9).
3. Ofreció a Isaac en quién estaban cifradas sus esperanzas del cumplimiento de la promesa (Heb. 11:17).
II. Y le fue contado por justicia Por causa de aquel acto de fe, Abram vino a ser:
1. Por medio de su descendencia el heredero de toda la tierra que Dios le estaba dando.
2. El padre de la nación hebrea, y el padre del pueblo de Dios.
3. El progenitor de Jesucristo en cuanto a sus raíces humanas.
4. El padre de todos los creyentes.
¿Ha pensado usted en el alcance que puede tener el acto de creer en la palabra de Jehovah?