“Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas”. Salmo 126: 5-6
Qué privilegio tan grande nos concede el Señor cuando coloca en nuestro camino la posibilidad de sembrar. “La semilla es la Palabra de Dios” (Lucas 8:11), y es la que debemos esparcir. “Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano” (Eclesiastés 11:6).
Empezar es fácil. A lo largo del camino encontramos estímulos. El entusiasmo del principio nos hace vencer los primeros obstáculos y dificultades. Pero hay una experiencia por la que tarde o temprano deben pasar todos aquellos que en lo secreto de su corazón han escuchado el llamado del Maestro, pidiéndoles que siembren para él. Han hecho un sacrificio, para algunos ha sido su tiempo, para otros sus aficiones o su profesión; pero estando al servicio del Señor han sentido la presencia de un Maestro bueno y lleno de amor, que sabe devolver centuplicado a todos aquellos que ha abandonado algo para seguirle. El tiempo ha pasado… y las lágrimas han llegado. Dificultades, desilusiones, reprobaciones de algunas personas, sin duda bien intencionadas, pero que no han comprendido el verdadero trabajo del sembrador, ingratitud o caída grave de aquellos por los que se ha luchado más. Cansancio, dejadez… el desánimo se apodera del corazón y el enemigo lo aprovecha intentando desviar definitivamente de la obra del Señor a aquellos que en un principio habían empezado con fuerza y gozo.
No obstante, la Palabra nos ha advertido: “Los que sembraron con lágrimas”. Si nuestro salmo asocia el trabajo de aquellos que siembran con las lágrimas, es porque esto ocurre muy a menudo en este mundo. ¿Acaso fue distinto para nuestro amado Salvador? No, el versículo siguiente nos recuerda que “irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla”. ¡Llorando! ¡Cuántas lágrimas, penas y oposición hay en el camino del Señor! Al final de este camino le oímos decir por medio del profeta: “Por demás he trabajado, en vano y sin provecho he consumido mis fuerzas” (Isaías 49:4).
¿No hay en estas palabras un motivo de ánimo para nuestras almas? Si hacemos una aplicación práctica de los últimos versículos de este salmo (dejando de lado su sentido profético), vemos que los que, siembran no están solos. Tienen ante sus ojos a Aquel que, mucho antes que ellos, conoció las lágrimas, cuando como divino Sembrador recorría los senderos de esta tierra. Es un privilegio poder sembrar para él, pero también es grato poder experimentar las lágrimas, sabiendo que él mismo las encontró a menudo durante su peregrinar. ¿Debemos desanimarnos cuando parece que todo se va a pique, cuando todo parece que ha sido “en vano y sin provecho”? No, ya que como para él; “mi causa está delante de Dios… y el Dios mío será mi fuerza” (Isaías 49:4-5). “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción… para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar” (Hebreos 12:3).
Hay más aún: sembrar, es el presente, segar, el futuro. “Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán”. Hay que dejar a la semilla el tiempo necesario para germinar y crecer. Quizás aquí en la tierra algunas espigas vendrán a regocijar nuestros corazones, pero todo será manifestado en el día de la gloria. Oiremos el canto de gozo cuando vuelva el Maestro y pueda decir: “Bien, buen siervo y fiel…”; esto compensará las lágrimas de la siembra.
Para disfrutar este gozo no estaremos solos. Sin duda nuestro gozo será grande, pero, ¿y el del Señor? El Salmo del encabezamiento nos dice que viene con regocijo. Él dejó el cielo para venir a cumplir la obra que el Padre le encomendó. En su humillación, fue “fuerte y valiente… poderoso en batalla” (Salmo 24:8). Venció a la muerte y para él se alzaron “las puertas eternas” cuando entró en la gloria. Volverá a buscar a sus rescatados. ¡Qué gozo cuando vuelva a entrar con todos sus “ejércitos” en la Casa del Padre!; por segunda vez se alzarán “las puertas eternas” para que el Rey de gloria pueda presentarse delante del Padre, y decirle: “He aquí, yo y los hijos que Dios me dio” (Hebreos 2:13). ¡Dicha infinita, júbilo eterno, día del gozo de su corazón! Este gozo, después de haber compartido con el Señor las lágrimas aquí en la tierra, podremos compartirlo también durante la eternidad.
No obstante, hay algo que no compartiremos. La siembra, las lágrimas, el regocijo también serán para nosotros; no así las gavillas, éstas serán Suyas; “volverá a venir con regocijo trayendo sus gavillas”. ¿Quién de nosotros quisiera decir que el fruto es suyo? Las gavillas no son nuestras, le pertenecen. Son el fruto del trabajo de su alma. Es el fruto que el grano de trigo caído en tierra, ha llevado a causa de su muerte. Pero, ¿no llena nuestro corazón de un gozo más dulce y profundo, al saber que él tendrá para sí mismo aquello por lo cual ha sufrido tanto?
En el día de la siega, las lágrimas, tan dolorosas hoy, serán olvidadas: “No nos cansemos… porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:9). Guardemos en nuestros corazones estos preciosos motivos de ánimo: las lágrimas, él las conoció; el regocijo, lo compartiremos con él y las gavillas, el fruto de los granos de la simiente sembrada por él en los surcos de la tierra, son suyas, las ha adquirido por medio de la sangre de su cruz. G.A.
¡Oh, cuando Tú verás a los que has redimido,
Cual fruto ya en sazón, de tu muerte en la cruz,
Con infinito amor, del todo complacido,
Gozarás en tenerlos por siempre en tu luz!
H.Rossier
(Tomado de Ediciones Bíblicas)