Lectura: Hechos 16:22-29
Bendito sea . . . Dios . . . que nos bendijo con toda bendición espiritual. . . .
–Efesios 1:3.
Terry Waite, un valeroso negociador británico durante una crisis internacional de secuestro, había ido al Líbano para negociar la liberación de unos prisioneros. Sin embargo, él mismo fue arrestado y confinado a una celda solitaria.
Luego de largos días de aislamiento, no estaba seguro de si perdonarían su vida. No obstante, cada mañana hacía suya una oración escrita en 1596 por la reina Isabel I. En ella expresaba «las más humildes y sinceras gracias por las múltiples misericordias derramadas tan abundantemente sobre mí y por mi creación, preservación, regeneración y todos Tus beneficios y grandes misericordias exhibidas en Jesucristo».
¿Es así como reaccionamos a las situaciones difíciles? Cuando los problemas nos absorben, suplicamos a Dios que nos alivie el sufrimiento, cure nuestras enfermedades, nos dé consuelo, fortaleza, y supla nuestras necesidades. Esas peticiones son, ciertamente, legítimas, y debemos presentarlas ante el Padre. Pero ¿nos acordamos, como Pablo y Silas desde las profundidades de una celda carcelaria, de dar gracias a Dios por su bondad? (Hch. 16:25). ¿Alabamos a Dios por darnos la vida misma, al igual que la promesa bienaventurada de la vida eterna?
Cuando reconocemos las grandes misericordias de Dios, podemos alabarle. . . incluso en el dolor.
La alabanza surge de manera natural
cuando cuentas tus bendiciones.
NPD/--VCG