Lectura: Salmo 46
Estad quietos, y conoced que yo soy Dios. . . . –Salmo 46:10.
Tres meses después de que el nuevo Aeropuerto Internacional de Denver fuera inaugurado en febrero de 1995, varios cientos de personas dieron una ruidosa fiesta para celebrar algo que no habían escuchado durante años: el silencio. Los que celebraban eran residentes del vecindario que quedaba cerca del Aeropuerto Internacional Stapleton, el cual fue clausurado cuando abrió el otro.
«Parece como si nos hubiésemos mudado y establecido en otro lugar –dijo un hombre–. Uno puede sostener una conversación, escuchar la televisión, y trabajar en el patio sin escuchar ruidos.»
Cuando hacemos nuestras devociones personales pasamos un tiempo en silencio. Cada día, durante unos minutos, apagamos los sonidos del mundo para obedecer el mandato del Dios Todopoderoso: «Estad quietos, y conoced que yo soy Dios. . . .» (Sal. 46:10).
Parece extraño, entonces, llenar el resto del día con auriculares, música de fondo, programas radiales de entrevistas y aparatos de televisión sonando a toda fuerza en habitaciones vacías. ¿Acaso nos hemos llegado a sentir amenazados por la quietud? T. S. Eliot escribió: «¿Dónde se hallará la palabra, dónde resonará? Aquí no, pues no hay suficiente silencio.»
No podemos detener los tronantes aviones. Pero, ¿qué podemos apagar hoy de manera que podamos escuchar más cuidadosa y detenidamente la voz de Dios?
Para escuchar la voz de Dios,
baja el volumen del mundo.
NPD/--DCM