Lectura: Romanos 5:12-6:6
¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.
–Romanos 8:33.
No se hizo ninguna acusación formal contra un diplomático internacional que penetró forzosamente en una propiedad privada. El hombre traspasó con su auto una cerca de seguridad, tumbó una puerta de una patada, se llevó algunas joyas, y golpeó al dueño con un vidrio. El cónsul general, que estaba borracho, fue esposado y liberado posteriormente porque la víctima declinó hacer una acusación. El diplomático pudo haber sido acusado de un delito menor, pero estaba protegido por la ley internacional de inmunidad diplomática.
Todos los que han recibido a Cristo como Salvador tienen una clase de inmunidad diferente. Esta clase de exención no nos protege de los tribunales de este mundo, pero sí nos protege de la condenación en la era venidera (Ro. 8:1, 33). Nuestro pecado tiene consecuencias, pero no nos descalifica para entrar al cielo.
¿Cómo deberíamos responder a esta suspensión legal de la pena? ¿Deberíamos considerar el perdón de Cristo como una licencia para vivir una vida egocéntrica? (6:1, 2). No si creemos lo que Dios dice acerca de los efectos esclavizantes del pecado (v. 6). No si nos importa lo que le suceda a nuestro cuerpo y nuestra mente. No si nos importan aquellas personas que se afectan por las decisiones que tomamos. No si nos importa Aquel que sufrió por nosotros.
La inmunidad que Cristo otorga tiene un propósito: mostrar cuánto nos ama Dios y darnos una razón para vivir para Él y amarlo por siempre.
Por medio de la fe en Cristo recibimos el perdón de Dios
y escapamos de la pena por el pecado.
NPD/--MRD II