Lectura: Lucas 2:25-35
Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, . . . porque han visto mis ojos tu salvación. –Lucas 2:29,30.
¡Qué escena tan conmovedora: un anciano sosteniendo al niño Jesús en sus brazos y alabando a Dios! (Lc. 2:27-32). Simeón había recibido la seguridad de parte del Espíritu Santo de que no moriría hasta que viera al Mesías prometido. Y llegó al templo en el mismo momento en que José y María entraron con el niño Jesús.
Una vez pensé que Simeón era más bienaventurado que yo porque había tenido el privilegio de tocar realmente a Jesús, mientras que yo debo creer sin haberlo visto ni tocado. Ahora me doy cuenta de que él también tuvo que ejercer fe. Después de todo, estaba sosteniendo en los brazos a un infante que le había nacido a una pareja que él nunca había visto. Su seguridad vino a través del testimonio del Espíritu Santo en su corazón. y nosotros debemos depender de ese mismo testimonio hoy.
Cerca del final del tiempo de nuestro Señor en la tierra, cuando apareció a sus discípulos después de su resurrección, dijo a Tomás: «Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron» (Jn. 20:29). Nosotros también podemos conocer a Cristo de una manera cercana y personal, con los ojos de la fe.
Al celebrar la Navidad, hagamos una pausa para mirar al Señor con los ojos de la fe. Cuando lo hagamos podemos elevar nuestra voz en alabanza a Dios.
EL HOMBRE DICE: VER PARA CREER.
DIOS DICE: CREED PARA VER.
NPD/--HVL